Churras y merinas
Carmen Machi y Javier Gutiérrez están que se salen en Los Mácbez en el Teatro María Guerrero Andrés Lima y Juan Cavestany no salen airosos del cruce entre Shakespeare y sainete esperpéntico
1. Andrés Lima y Juan Cavestany son dos tumultuosas máquinas de imaginar, aunque a veces tienden a dar por buenas todas sus ocurrencias, como, a mi modo de ver, sucede en Los Mácbez, que se está representando en el María Guerrero. Esta versión galaica de la tragedia shakespeariana cuenta con un poderoso puñado de ideas visuales, comenzando por encerrar la acción en una claustrofóbica caja blanca (Rigola jugó una carta similar en la segunda y onírica parte de su MCBTH), que Valentín Álvarez ilumina formidablemente con luces bajas como candilejas de grand-guignol, o baña en verde Vértigo para el banquete fantasmal. Ideas sencillas y efectivísimas: basta una simple linterna, a modo de cañón de bolsillo, para la invocación de Lady Macbeth (“ven, noche espesa”), que poco más tarde será violada por unos perros casi valleinclanescos. También funcionan de maravilla las meigas mutantes en la niebla, con ligueros negros y bolsas de plástico en la cabeza, que más tarde reaparecerán con testas de cerdo y lechuza, a lo Castellucci. Y está curradísima la banda sonora de Nick Powell (latidos opacos, cuchillos afilándose, campanas de luto), y el mantra de Foul is Fair ,“lo feo es lo bello, lo bello es lo feo”, toda una poética, que Laura Galán canta al estilo de Diamonds are forever, provocando instantánea salivación inicial y frotamiento de manos. Pero, lástima grande, la mezcla no monta.
Aquí hay dos códigos, dos realidades: la tragedia original, reconcentrada, nocturna, de tintes casi legendarios, y el sainete negro y esperpéntico que ha cocinado Cavestany, a caballo entre Joglars (sin la pegada de Operació Ubú) y el glam-kitsch de Bieito (el vestuario hortera, la fiesta con conejitas de Playboy), centrado en la lucha por la presidencia de la Xunta. Haciendo un gran esfuerzo de imaginación puedo aceptar que el señor Mácbez (Javier Gutiérrez), director general ascendido a vicepresidente, pase a cuchillo jamonero, en una España más o menos actual, al viejo Duncan/Duarte y que se coman el inverosímil marrón sus guardaespaldas, pero me entra la risa floja cuando sus hijas Marcelina (Rebeca Montero) y Dionisia (Laura Galán), trasuntas de Malcolm y Donalbain, escapen para encabezar la rebelión soltando frases como “yo me voy a Madrid a hablar con alguien en la sede del partido” e “y yo a Castellón, que allí tengo amigos”. Gran remate colegial para que cuele (o reviente) la profecía del bosque de Birnam: el comité ejecutivo y cien cargos se acercan al pazo de Raxoi y suelta Marcelina: “¿Y si cogemos cada uno una rama para taparnos y entrar en Santiago sin que puedan ver cuántos somos?”. O sea: como si estás viendo Juego de tronos y se te cuela La venganza de don Mendo, pero muy rebajada de gracia.
‘Macbeth’ es una rueda de fuego y aquí no paran de ponerle palos. El texto retarda las acciones, hace que el interés decaiga
Aquí hay, por encima de todo, dos funciones: la que hacen los extraordinarios Javier Gutiérrez y Carmen Machi, señor y señora Mácbez, pletóricos de fiebre y convicción, y “la otra”. Sus compañeros de reparto se entregan y defienden con fuerza sus múltiples roles, pero les han dado poca tela que cortar, y abundan los perfiles planos, estereotipados. Me gusta la escena en la que Chema Aldeva interpreta al portero reconvertido en chófer, sirviendo un stand-up a lo Coto Matamoros, o el tercio final de Jesús Barranco, que ha sido Banquo, pero me seduce mucho más como el trifásico Senén (Seyton + criado + doctor) con mirada y gestos de pájaro alucinado. Rulo Pardo tiene poca definición como Méndez y más pegada en el breve rol del sicario Rocha. No acabo de ver la necesidad de las acotaciones contextualizadoras de Laura Galán, y poco puede hacer Rebeca Montero como criada de los Mácbez si el texto la condena a quedarse en un rincón contemplando con cara de horror pasmado las atrocidades de sus amos.
Macbeth es una rueda de fuego y aquí no paran de ponerle palos. El texto añadido retarda las acciones, hace que el interés decaiga y todo se alargue. Hay dos escenas que requieren, en mi opinión, un urgente remontaje, una inyección de ritmo e intensidad: la escuálida cena con el fantasma de Banquo, en la que todos parecen estar esperando a que les traigan sillas, y los desbravados asesinatos de la señora Méndez y su hija (Montero y Galán). Volvamos a Machi & Gutiérrez, porque sostienen el espectáculo sobre sus espaldas y en todo momento hacen que te olvides de la incongruente actualización. A ellos les pasan cosas porque parecen sentirlas minuto a minuto, sin descanso, y porque todo lo que hacen tiene el intenso y perturbador aroma de lo orgánico, de lo verdadero. Veo las sacudidas orgásmicas de Machi a cada cuchillada, y su poderío casi operístico en la escena del sonambulismo (mejor: veo a una asesina de película de Argento, Clara Calamai en Rojo oscuro, a punto de romper a cantar un aria de Verdi), y la mirada sudorosa de Javier Gutiérrez (vale, los ojos no sudan de miedo, pero los suyos sí) y su soledad desafiante y maniaca, su grandeza última, mientras se acerca el bosque, aunque lo del bosque, ya lo he dicho, sea una sinsorgada. Cavestany y Lima han sabido atrapar y condensar en esa feroz pareja lo esencial de la obra (la ambición, la locura, el terror) y bañarlo en vulgaridad, en mediocridad profunda, en malestar asfixiante, todo certerísimamente dibujado. Vayan a verles.
2. La tarde del pasado sábado, a las cinco, asistí a un fenómeno paranormal: María Asquerino, la mejor Asquerino, se me apareció, a dos pasos, en el hall del Lara, transustanciada en el cuerpo y la voz y los ojos taladradores de Kiti Manver. En Las heridas del tiempo, de Juan Carlos Rubio, que lleva medio año en cartel y al fin he podido ver, Kiti Manver ofrece un trabajo espectacular, una verdadera lección interpretativa: encarna a un viejo travestido, Juan, sin un gramo de exceso, con una sobriedad portentosa de tono y colocación. Le da la réplica Dani Muriel, aguantando el envite con firmeza, que no es poco mérito. El texto, dirigido por el propio autor, tiene la mezcla de afectación y poesía de (referencia prehistórica) las primeras series de Ricardo López Aranda, pero crea un personaje estupendo y dibuja una hermosa y emocionante historia de amor.
Los Mácbez. de Juan Cavestany. Dirección: Andrés Lima. Intérpretes: Chema Adeva, Jesús Barranco, Laura Galán, Javier Gutiérrez, Carmen Machi, Rebeca Montero, Rulo Pardo. Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 15 de junio.
Las heridas del tiempo. Autor y director: Juan Carlos Rubio. Intérpretes: Kiti Manver y Dani Muriel. Teatro Lara, Madrid. Función los sábados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.