Estos discos sí que son de oro
El Record Store Day consolida su apuesta por los álbumes de vinilo convertidos en objeto artístico
La mejor tienda de discos del mundo en 2013 fue Third Man Record Store y ocupa una esquina del emporio del músico Jack White en Nashville, Tennessee. No es muy grande, pero está llena de virguerías, como un disc-o-matic, una cabina para registrar discos con monedas en la que Neil Young grabó un álbum en marzo, un fotomatón y una máquina que realiza en cera una copia de la guitarra de White.
Vende los vinilos editados por Third Man Records, el sello de White. Y en una esquina, primorosamente colocado sobre una mesa, está la joya de la corona: The rise and fall of Paramount Records 1917-1932, Vol. 1, recopilación con clásicos del blues y el jazz presentados dentro de una maleta de madera maciza. Pesa seis kilos y cuesta 289 euros. Para que la aguja no toque los surcos y los seis vinilos no se deprecien por el uso se incluye una versión digital.
El título de mejor tienda se lo dio Record Store Day (RSD), una iniciativa creada por tiendas de discos estadounidenses. Ante su desesperada situación económica, pidieron a artistas obras exclusivas para ser editadas en vinilo y venderlas solo en tiendas y solo ese día del año. El éxito fue enorme. Su séptima edición, el 19 de abril, ya se celebra en medio planeta. En 2013 vendieron, solo en EE UU, 244.000 elepés, la mayor cantidad en una semana desde 1991, año en que SoundScan empezó a contabilizar las ventas. Este año hay 300 lanzamientos distintos y las multinacionales de la música se han apuntado con la pasión que da mejorar el balance contable del curso en una semana: un picture disc de Bowie; un ep de Springsteen, 3000 copias de una casete de Skrillex o una caja de cuatro vinilos con los Unplugged de REM.
¿Una burbuja de vinilo?
Hay quien habla de la burbuja del vinilo. Voces que señalan que los precios que se están pagando en tienda son desmedidos y que los que alcanzan en ebay, o en webs como Discogs, completamente desaforados. Y las ediciones especiales, innecesarias.
El coleccionismo de discos siempre ha sido un negocio complicado, muy dependiente de las modas. Ese extrañísimo álbum de jazz holandés de 1964 por el que hoy se pide una fortuna puede mañana no valer nada, porque lo que el público quiere es una copia de un ignoto grupo de italodisco que durante años ha languidecido en las cubetas.
Porque esto no tiene nada que ver con el negocio de la música. Ese negocio se basa en fabricar y vender éxitos y se está desplazando con mayor o menor éxito al mercado digital. Cada vez más, gracias al streaming, lo que se vende es la licencia para escucharlo, para acceder al contenido, sin que exista continente. No hay nada físico que intercambiar. El juego del vinilo tiene mucho más que ver con el coleccionismo de zapatos de marca o de cromos.
En los noventa, en EE UU, los cromos de baseball se convirtieron en un valor de inversión. Muchos adultos confiaron su jubilación a un mercado que llegó a mover 4000 millones de dólares anuales. Ediciones limitadísimas que costaban fortunas. El mercado se hundió a mediados de 2000, por una serie de fusiones desafortunadas y una perdida del interés del público en esas tarjetas de cartón acabando con las expectativas a aquellos que pensaron que los cromos estaban hechos de oro. Así que no parece muy prudente confiar los pagos de la universidad de los críos en 2030 a la revalorización de tu caja de hormigón con casetes de música industrial inglesa o la colección de sencillos de psicodelia marroquí.
La acción más llamativa es Secret 7''. Un proyecto benéfico londinense que, por cuarto año consecutivo, publica cien copias de siete sencillos (de Roxy Music, Massive Attack o Lorde). Cada uno cuesta 55 euros y lleva una portada distinta. Las han realizado a mano 700 artistas. Muchos son desconocidos, pero en 2013 participaron Gilbert & George o Ai Wei Wei. Se supone que es la promesa de acertar y llevarse una obra de un artista puntero a precio de disco caro lo que motiva que se vendan con alegría.
Son discos de vinilo que han dejado de ser contenedores de música para convertirse en objetos artísticos de colección. Una tendencia tan clara que IKEA vende marcos con el tamaño exacto para colgar portadas de vinilos como cuadros. Es parecido a la transformación de los libros de arte en coffee table books.
El elepé de vinilo fue prematuramente dado por extinto. Es el único producto cuyas ventas han aumentado durante los 14 años en los que se ha desplomado el número de copias vendidas en formatos físicos. En EE UU creció un 33% en 2013. Podría ser más, pero es más caro de fabricar que el compacto, y más frágil, lo que dificulta el transporte. No es reciclable y los fabricantes no aceptan devoluciones, lo que hace que las tiendas hagan pedidos cortos.
Se prefieren lanzamientos que disminuyan el riesgo económico. Tiradas exiguas, caras y difíciles de conseguir. Mejor en formatos raros, vinilos de colores, gatefolds, hasta casetes. Este es el caso del sello británico Sacred Tapes que se especializa en publicar en cinta música noise e industrial de Manchester. Ha editado seis casetes, a seis euros. Algunas están agotadas y prepara una edición de todas metidas en una caja de hormigón de cuatro kilos. Un objeto que cuesta 80 euros (más 30 de gastos de envío). Parece claro que el valor no es escucharlo, sino poseerlo. Este tipo de lanzamientos se fabrican por pedido. Si llegas tarde te quedas sin él. Los más exitosos aparecen en eBay con un precio mucho mayor. Son carne de especuladores, rápidos y conocedores de la demanda. Como en la reventa de entradas.
Para evitarlo, Wu-Tang Clan ha llegado al extremo: venderá una sola copia del doble Once upon a time in shaolin. Antes, presentado en una caja de plata tallada por un artista marroquí, viajará por museos y galerías del mundo donde se podrá contemplar y escuchar tras pagar la entrada. “Vamos a lanzar una pieza artística como nadie ha hecho en la musica moderna. Un objeto de colección”, explicó su portavoz. Se especula que la mejor oferta ronda los tres millones de euros y procede de una discográfica, que adquirirá el master para fabricarlo en distintos formatos. Si es así, se convertiría en una simple, y decepcionante, acción promocional.
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