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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Petados

Qué miedo para los que volamos que aquellos que controlan nuestra supervivencia en el aire sean conscientes de lo atormentado que está su cerebro

Carlos Boyero
Ambiente en la Terminal 4 durante la huelga de controladores.
Ambiente en la Terminal 4 durante la huelga de controladores.CLAUDIO ÁLVAREZ

En un capítulo estremecedor de Breaking bad un hombre que ha encontrado muerta y con una jeringa clavada en el brazo a su hija decide en tiempo alarmantemente corto volver a su trabajo. Se supone que después de esa tragedia el padre atraviesa un estado de shock, pero él asegura que está en condiciones de reincorporarse a su profesión. Este señor es controlador aéreo. Y está roto por dentro, también sonámbulo por exceso de dolor y estupefacción, pero se comporta con aparente normalidad. El resultado de su conmoción es que un avión se estrella. La vida de un montón de gente puede depender del estado anímico y la capacidad de concentración de las personas que controlan el tráfico aéreo.

Recuerdo a ese personaje de ficción al escuchar la venturosa noticia de que 121 colegas suyos van a ser encausados por un juez insólito, debido a aquella arrogante barbarie que cometieron en 2010 cebándose con 700.000 inocentes viajeros, con la gente que les esperaba, con el país entero de una forma u otra. No fue una huelga anunciada. Tampoco frontal, dando la cara, afrontando los riesgos. Resulta que casi todos declararon que aquel día se habían puesto malitos, aseguraban sufrir de ansiedad y presión psicológica. Y claro, qué miedo para los que volamos que aquellos que controlan nuestra supervivencia en el aire sean conscientes de lo atormentado que está su cerebro, a diferencia de aquel desgraciado padre en Breaking bad.

Intentando aplacar el encabronamiento de la gente (esta vota, luego existe para la clase política), decretaron el estado de alarma y enviaron al ejército. El simulacro fue aparatoso, pero hasta el ciudadano con el cerebro más leve deducía que la salvajada de los controladores quedaría impune con el paso del tiempo. Imagino que ellos también. Pero resulta que no. Que aquellas bravatas soeces de los reivindicativos héroes como “el puto país va a petar entero” y “lo que hay que hacer es cerrar el espacio aéreo por un año”, o su tono jocoso comentando que si todo el mundo les iba a odiar por dejarlos en tierra, ese sería exclusivo problema del mundo, tal vez ahora se torne en pavor. El odio te puede resbalar, el trullo no.

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