Autorretrato
Hace poco un futbolista se grabó con el móvil su propia conferencia de prensa en el vestuario tras el partido y fue reproducida en los medios
Entre las más sorprendentes consecuencias de la revolución comunicativa está la tendencia a la autovigilancia. Ya no tememos un ojo que todo lo vea y juzgue, eterno pavor de los humanos, sino que nos hemos prestado a retransmitir nuestra existencia. Hace poco un futbolista se grabó con el móvil su propia conferencia de prensa en el vestuario tras el partido y fue reproducida en los medios. Los mensajes en botella ya no son un romántico recurso, sino un hábito diario que se lanzan al mar del intercambio global de impresiones. Entre el exhibicionismo y el deseo irrefrenable de intervención en la realidad, acompañan a las obras de arte de la autoobservación. Desde las exposiciones de Sophie Calle hasta las últimas tendencias fotográficas del autorretrato, donde se llega a inmortalizar cada pequeño detalle de la propia vida, se pensaría que el diario es el género del momento si no lo hubiera sido siempre.
El escritor Edward St. Aubyn destaca con las cinco entregas del personaje autobiográfico, llamado Patrick Melrose, abusado de niño por su padre, miembro de una adinerada familia británica, heroinómano de lujo mientras busca alguna esperanza. No son memorias, sino novelizaciones intensas y breves de episodios contundentes de la vida del autor. Recogidas en un solo volumen en 2012, la línea divisoria con la realidad puede provocar curiosidad y morbo, pero los libros se disfrutan entre el asombro y la gozosa brillantez de unos diálogos afilados y lúcidos.
Del noruego Karl Ove Knausgard conocemos los dos primeros volúmenes de su repaso autobiográfico en seis partes, que llama, no sin desafío, Mi lucha, y que publicó entre 2009 y 2011. La primera entrega, La muerte del padre, es un repaso a la formación del carácter en la adolescencia. La segunda, Un hombre enamorado, es la prolija peripecia del escritor recién casado y padre, que pelea por su tiempo para el trabajo literario instalado en Suecia, sometido a la disciplina de la vida cotidiana. Con menos humor que desasosiego, su proyecto también es un rabioso ejemplo de la autoobservación, polémico por la invasión de su vida íntima, pero muy leído. Y así andamos, emperrados en llegar a contarnos a nosotros mismos como posible respuesta a la demanda por saber contar el mundo en que vivimos.
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