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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La guerra hoy

Catar ha sufragando un informe audiovisual que contiene imágenes desoladoras obtenidas por un fotógrafo forense tras desertar del oficialismo en Siria

David Trueba

Sabemos que la guerra en Siria es una guerra de imágenes. Ahora que conmemoramos los 100 años de la I Guerra Mundial, merece la pena darse cuenta de cómo ha evolucionado lo que comenzó en aquella contienda con la potencia de la fotografía y el cine, entonces casi tentativos e incipientes. Al borde del ataque norteamericano sobre Siria con misiles de largo alcance, las evidencias de que las atrocidades cometidas por el bando opositor tampoco ofrecían una fotogenia admisible para las democracias occidentales, se instauró un limbo salvaje en el que sobreviven los más crueles.

Llegados a la conferencia de paz en Montreaux resultaba indefendible que El Asad se sentara a la mesa en posición de fuerza, con su trono flotando sobre ríos de sangre. Ante el autismo internacional de la canciller Merkel, cuya personalidad geoestratégica hay que observarla al microscopio, y una Europa casi reducida a poner las sillas y los vasos como máxima aportación a la resolución del conflicto, ha sido Catar el país que ha sacudido la modorra, sufragando un informe audiovisual que contiene imágenes desoladoras obtenidas por un fotógrafo forense tras desertar del oficialismo en Siria. En la batalla mediática, esos 11.000 asesinatos documentados dejan al régimen de Damasco en una posición asqueante, es decir, en una complicación televisiva evidente.

La península de Catar recibe un flujo de emigrantes sirios bastante relevante, pero mínimo en comparación a la diáspora de refugiados, mayoritariamente menores de edad, desamparados y olvidados por casi todos, con la excepción dignísima de Suecia, único país que les está ofreciendo residencia y refugio. Puede que el régimen termine por sobrevivir en Siria gracias al apoyo sólido de sus aliados y a la división habitual del bando débil en todas las guerras civiles, donde los dogmas más atroces se imponen a las sutilezas democráticas. Pero la persona de Bachar, victorioso resistente en el corto plazo, es posible que se haya convertido en el mayor escollo para que la política internacional, por zombi que ande, encuentre una solución. Todo este tiempo solo ha servido para prolongar la indecencia criminal de esta guerra que mata como las de antes a los de siempre, pese a la retransmisión diaria y global. Y sin Manu Leguineche para contarla.

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