El romancero de Kentucky
Los Hermanos Cubero preparan una 'road movie' de inspiración alcarreña y presentan 'Flor de canciones', en el que actualizan el folclore castellano a través del 'bluegrass'
Cuando los hermanos Ruiz Cubero eran unos adolescentes disfrutaban por igual tanto del éxito de turno que sonaba por la radio como del grupo de música tradicional que se presentaba en uno de los días menores de las fiestas de su Guadalajara natal. Después, descubrieron a Bill Monroe, mandolinista pionero del bluegrass. Y vieron que todo encajaba, que entre la música de Kentucky y las jotas, pasacalles y romances de Castilla existía cierta conexión, estética y emocional. El lenguaje del bluegrass fue el que sirvió de aprendizaje a los Hermanos Cubero, asentados en Barcelona, pero con la tradición de La Alcarria como esencia de su disco Flor de canciones y de la gira que los lleva por medio país.
La mezcla puede parecer estrafalaria, pero es la que tenían interiorizada tras años interesándose por el folk de la tierra y los discos que encontraron de Bill Monroe. De alguna manera, se había convertido en su forma de expresión natural. “Es que esa era la música que conocíamos. Cuando tocábamos en casa una jota, ya la tocábamos de la única manera que sabíamos, con la técnica del bluegrass”, afirma Enrique, voz y guitarra, y el mayor de los Hermanos Cubero. No les pidan, por tanto, que toquen a la manera de un dúo de folk en una romería. Lo suyo, dicen, es dar con un lenguaje propio que suene contemporáneo con elementos tradicionales de un sitio u otro.
“Hay algo que los americanos hacen muy bien”, expone Roberto, mandolina y voz, y el pequeño de los Cubero. “Muchos músicos del circuito de bluegrass desarrollan mucho su música, no la dejan que se estanque, desarrollan el lenguaje instrumental manteniendo la raíz acústica y la temática. Tienen un gusto por seguir avanzando, pero manteniendo la raíz. La idea era hacer eso con la música castellana”. Pero en España, lástima, no existe una poderosa industria equiparable a la del country estadounidense. Peor aún: el folk todavía despierta algún que otro recelo heredado de los estereotipos del pasado. “Hay una visión de la música tradicional como una cosa de viejos, o de fachas”, asevera Enrique Cubero. “Hay unos prejuicios de que eso no va con la juventud. Es algo que se ha perdido un poco, se nos ha olvidado que es de donde venimos, y se ha denostado, no se quiere saber nada de estas músicas”. “En algún momento alguien nos vendió que los Rolling Stones molaban más que los dulzaineros del pueblo de al lado”, ironiza Roberto.
Para llamar la atención, inciden, ya no vale con hacer un ejercicio de recreación de cómo se cantaban canciones hace sesenta o setenta años. Ahora hay que dar algo más, como por ejemplo recurrir al romancero tradicional pero incluyendo pedal steel o adaptar una jota castellana a la versátil mandolina. “Se trata de hacer música actual, con temática moderna, relacionada con nuestro mundo, pero basada en la tradición”, dice Enrique. O como resume su hermano: “Es falta de conocimiento, y mucho atrevimiento por nuestra parte”.
El trabajo de campo se lo dejan a los expertos. No intentan ser eruditos, ni van de pueblo en pueblo recuperando canciones casi abandonadas con una vocación antropológica o etnográfica. Es mucho más sencillo que todo eso: sin pretensiones de ningún tipo, se limitan a tocar “para entretener” echando mano de los recursos que tienen más cerca. Están tan alejados de la ortodoxia que hasta protagonizan una road movie de inspiración alcarreña, de próximo estreno. El resultado, aparentemente, es aplaudido tanto por los puristas de la tradición como por audiencias más alternativas, que les permiten alternar festivales de folk y actuaciones en la sala madrileña El Sol. “Realmente ha sido una sorpresa”, resume Enrique. “El objetivo era ese, gustar a todo el mundo”. Y que los dulzaineros del pueblo de al lado no se lleven las manos a la cabeza.
Babelia
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