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Autofoto

Todas las guerras son también guerras informativas, pero si alguna ha exprimido ese frente en los últimos años es la desencadenada en Siria

David Trueba
Bachar el Asad
Bachar el Asad

Todas las guerras son también guerras informativas, pero si alguna ha exprimido ese frente en los últimos años es la desencadenada en Siria a raíz de la primavera árabe. Enquistada en una guerra civil y religiosa, caminamos hacia la conferencia de paz de Ginebra, prevista para finales de enero, con tan poca prisa que propicia la extremada crueldad de los contendientes. Los intereses internacionales impiden la reacción que incline la balanza de manera definitiva. El Assad supo que el campo de batalla incluía al mismo nivel la aviación militar contra la población civil y la comparecencia en programas como el de Barbara Walters. A los rebeldes, que usan los vídeos caseros como arma de respuesta, nada les hizo más daño en los días de votaciones en el Congreso norteamericano para autorizar el ataque con misiles contra el régimen sirio, que la portada del New York Times con uno de sus fusilamientos sumarios.

La Navidad marca casi siempre un clímax en las hostilidades y un regreso de la atención mediática, fatigada en los conflictos largos por su propia dinámica histérica, y que necesita estímulos emocionales para retomar la información. El preciso llamamiento de la periodista Mónica García Prieto para pedir la libertad de los periodistas secuestrados en el campo de batalla, reivindicaba la labor informativa como un bien común. Los periodistas españoles Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricardo G. Vilanova pagan ser pieza de juego para forzar las reacciones internacionales, que han bajado la intensidad de la amenaza contra el régimen al ser incapaces de identificarse con los rebeldes divididos.

La ironía demencial de la guerra permite que los ataques con armas químicas indignen mientras las bombas de racimo o bidones cargados de metralla apaciguan. En esa estúpida alternancia entre el humanismo sobrevenido y la pragmática geoestrategia, los periodistas sobre el terreno son un valor clave. Limitan el poder de manipulación y ofrecen un relato cotidiano de la salvajada en curso. Cuentan lo que ven, frente al extremado control de quienes querrían que solo se viera lo que ellos señalan. Esa es la verdadera autofoto, el selfie bélico, que no nos atrevemos a machacar con la intensidad que dedicamos a machacar la intrascendente autofoto de Obama, Cameron y Thorning-Schmidt en el funeral de Mandela.

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