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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mecenas

La propensión de Blesa, con la connivencia de su consejo directivo, a considerar el dinero que gestionan como propio les lleva a cometer todos los excesos del mundo

David Trueba

Las esclarecedoras entregas en Diario.es con los correos de Miguel Blesa nos ofrecen un panorama alternativo a la blanca Navidad y sus anuncios de lotería y embutido psicoternuristas. En últimas revelaciones hemos conocido que Blesa puso en marcha la máquina de triturar para castigar a Telecinco y la productora de Los Serrano por un chiste menor a costa de Cajamadrid. La anécdota es ejemplo de la zafia autoridad de algunos anunciantes con los medios de comunicación que viven de su publicidad. Es complicado entender que la independencia de un medio proviene de su fortaleza financiera. Si sus recursos no son suficientes para resistir las embestidas de los intereses cruzados, solo queda pervivir en los márgenes, sin apenas visibilidad ni demasiada influencia social.

Mucha gente ahí fuera no entiende que anunciantes y medios se necesitan y que si el sistema es transparente nos ahorramos ese purismo integrista, que a lo único que conduce es a arrinconar la labor periodística en espacios tan invisibles e intrascendentes como la numismática. La propensión de Blesa, con la connivencia de su consejo directivo, a considerar el dinero que gestionan como propio les lleva a cometer todos los excesos del mundo. Es un defecto penoso que también cometen ministros y cargos públicos, pero el caso de Bankia causó además un agujero financiero al Estado que aún estamos pagando.

Todo lo que vamos conociendo ofrece la estampa del amiguismo más fraudulento, la corruptela a altísimo nivel. Cunde un desánimo general que tendría que servir para la reforma, pero no llega. Este episodio estúpido de Los Serrano, nunca denunciado, sirve para que muchos consumidores de prensa y espectáculos conozcan esa cara oculta de la censura económica. La misma que hace años le costó a Carlos Boyero su puesto de crítico de cine en una revista, tan solo porque una distribuidora norteamericana consideraba inadmisible que dejara en mal lugar alguna secuela de Rambo y castigaba a la publicación con la retirada de publicidad. Por desgracia no nos faltan ejemplos en sectores que frecuentamos sin hacernos preguntas incómodas. Ahora que se habla del mecenazgo como único proyecto nacional de salvamento cultural, es bueno conocer la endiablada dominación del dinero. La ingenuidad comienza a quedarse sin excusas.

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