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ópera
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cierto aire de chiringuito de playa

Las paradojas se multiplican en un espectáculo como L’elisir d’amore, presentado el pasado lunes en el Teatro Real

Foto: reuters_live | Vídeo: REUTERS LIVE!

Las paradojas se multiplican en un espectáculo como L’elisir d’amore, presentado el pasado lunes en el Teatro Real, y en cartel hasta el 20 de diciembre. La primera de ellas viene de la elección del título. Es la tercera ópera de Donizetti que se escucha en 2013 en el coliseo de la plaza de Oriente, después de Roberto Devereux y Don Pasquale, aunque esta última lo fuese por un golpe de azar, al tener que cambiar Riccardo Muti una obra de Mercadante prevista inicialmente. Lo curioso del caso es que Donizetti nunca ha sido de los compositores favoritos de Gerard Mortier, y resulta que es el compositor más frecuentado este año. Parece una venganza de los fantasmas del Real pues no en vano este teatro se inauguró a mediados del XIX con otra ópera de Donizetti: La favorita.

La segunda paradoja se instala en la coproducción entre el Palau des les Arts de Valencia y el Teatro Real de Madrid. Siendo tan cuidadosos Helga Schmidt y Gerard Mortier en la elección de las puestas en escena, cabía esperar algo muy diferente del trabajo de Damiano Michieletto y sus colaboradores. El italiano es un director de moda, qué duda cabe, y ahí está su visión de Falstaff, de Verdi, en el último Festival de Salzburgo. Su planteamiento para L’elisir es osado, sí, pero tiene muy poco encanto teatral. Es más: es chabacano, banal y con un toque permanente de modernidad que desemboca en una exaltación de todos los tópicos imaginables. Sin embargo, resulta escenográficamente tan impactante que condiciona por completo el resultado final de la representación. Aparentemente tiene un aire rompedor, con la ambientación playera —no es la primera vez que se utiliza, por otra parte—, la atmósfera discotequera con las espumas y las contorsiones permanentes, y ese movimiento continuo y colorista que al final resulta de una monotonía simplista. La dirección de actores es muy limitada y, en todo caso, sobreviven teatralmente los personajes de Nemorino y Dulcamara. Es una lástima que la georgiana Nino Machaidze, distinguida como la mejor cantante femenina de la pasada temporada lírica en España en los premios Campoamor, no vea acompañada su interesante prestación vocal con una actuación escénica en consonancia.

Al por momentos soporífero apartado visual, responden las voces, contra viento y marea, con un nivel más que notable. El trío protagonista, especialmente, se desenvuelve con mucho mérito, tanto la citada Machaidze, como Celso Albelo y Erwin Schrott. La orquesta fue dirigida con profesionalidad y garra, sobre todo en el segundo acto, por Marc Piollet, y el coro estuvo más bien chillón y vulgar, como contagiado del ambiente escénico. El público aplaudió los resultados musicales, aunque sin grandes excesos, y hubo alguna leve protesta al equipo escénico. En conjunto la representación resulta, a mi modo de ver, bastante plana. No está a la altura de lo que cabe esperar en un teatro de la categoría actual del Real.

El elixir de amor

L'ELISIR D'AMORE. De Gaetano Donizetti. Con Celso Albelo, Nino Machaidze, Fabio Capitanucci, Erwin Schrott y Ruth Rosique. Director musical: Marc Piollet. Director de escena: Damiano Michieletto. Coproducción con el Palau de les Arts de Valencia.Teatro Real, 2 de diciembre.

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