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OBITUARIO

Luigi Magni, irreverente director cinematográfico italiano

El cineasta, uno de los representantes más destacados de la comedia romana, cobró fama gracias a su película ‘El poder no perdona’

Luigi Magni, director de cine italiano, en 2008.
Luigi Magni, director de cine italiano, en 2008.EVANDRO INETTI (ZUMA)

Luigi Magni murió en el corazón de su Roma natal, la única patria que tuvo y amó. El director —famoso por las películas ambientadas cuando la ciudad aún no era la capital de Italia sino del reino de la iglesia— falleció en su piso de la calle del Babbuino, a pocos metros de la Fuente de Trevi, de las cúpulas gemelas de la plaza del Popolo y de los lienzos de Caravaggio. Fue un símbolo del espíritu más genuino y antiguo de aquella Roma toda tripa y corazón, bellísima, mísera y opulenta a la vez, que parece un gran pueblo. Como la que representaron Alberto Sordi o Anna Magnani. Por supuesto, él no cantó su enamoramiento y despecho frente a la cámara, sino detrás de ella. Una herramienta de trabajo dejó de lado según se consumaba el ocaso de su intérprete fetiche, Nino Manfredi, que murió en 2004. En 2008, con 80 años y 50 de carrera, Magni recibió el mayor galardón del cine italiano, el David de Donatello, por toda su trayectoria. Antes, lo había recibido dos veces por sendas películas, En el nombre del papa Rey (1977) y Nemici d'infancia, (1995), basada en una de sus novelas.

“Si no sabes de dónde vienes —repetía Magni— no sabes ni a dónde vas ni dónde estás”. La lupa de Magni enfocaba la Roma del Resurgimiento, la de mediados del siglo XIX, aún gobernada por los Papas. Esta lente le permitía esculpir vicios públicos y privadas virtudes de la capital, casi como metáfora de la esencia humana misma.

Mientras el mundo era atravesado por ocupaciones y marchas, Magni rodaba El poder no perdona, filme estrenado en 1969 que describía cómo bajo el reino autoritario de León XII, los revolucionarios carbonarios eran aguillotinados y la estatua de Pasquino, detrás de la plaza Navona, se llenaba de feroces epigramas dejados por los súbditos oprimidos y hartos. “Quería demostrar que aquel furor renovador del mayo de 1968 nacía mucho tiempo atrás”, explicaba el director. La película, inesperadamente, tuvo un gran éxito. Fue el taquillazo del año en Italia, hubo que habilitar sesiones especiales para que todos quienes lo desearan pudieran verla y alguna sala la mantuvo en cartel durante seis meses seguidos.

La ciudad de los papas siguió siendo su inspiración constante, casi una firma de sus mejores cintas, amargas parábolas del poder, siempre suspendidas entre comedia y drama como es el caso de la trilogía iniciada por El poder no perdona, a la que siguieron la ya citada En el nombre del papa Rey y En el nombre del pueblo soberano (1990). Contó con los intérpretes más reconocidos de la época: además de Nino Manfredi, al que le unió durante toda la vida la amistad que arrancó en el rodaje de El poder no perdona, dirigió a Marcello Mastroianni, Alberto Sordi, Ugo Tognazzi, Vittorio Gassman, Claudia Cardinale, Monica Vitti o Stefania Sandrelli, entre otros.

Su pasión por el Resurgimiento dio frutos también en la pequeña pantalla. Los italianos recuerdan una serie de gran éxito sobre Garibaldi, interpretado por Franco Nero, quien, a la muerte de Magni, comentó: “Fue para mí una experiencia inolvidable. Gigi me puso encima de un caballo blanco y me dejó libre de interpretar el personaje a mi manera. En el rodaje respirábamos una atmósfera de alegría. Era un placer escucharle: lo sabía todo de historia”.

“Hay muchos grandes, pero Magni solo hubo uno”, escribió Gigi Proietti, quizás uno de los más populares en el escenario italiano actual. “Luigi” —prosigue Proietti— “era un hombre culto, sabio, dramaturgo y un guionista buenísimo, un director de teatro y de cine que nos regaló perlas”. Proietti trasladó al teatro varios textos de Magni y considera “inolvidable” su lenguaje, inspirado en el dialecto romano que rescataba términos valiosos del pasado y los mezclaba con la jerga actual y bastarda de la calle.

Por su insistencia en describir las cortes de los papas con la cercanía burlona y sagaz, típica de la comedia a la italiana, Magni fue considerado por muchos un paladín del anticlericalismo. Pero el director precisaba: “No tengo nada contra los curas que actúan de curas. Me molesta el poder temporal de los papas, el más fuerte e intolerable de la historia”.

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