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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El motocarro

A la muerte de Manolo Escobar resulta memorable la peripecia de una familia que acoge en su casa a un maestro machacado por la guerra que enseña a tocar la guitarra a la prole

David Trueba

Ahora que se acumulan las razones para la deserción conviene admirar la capacidad de vertebración que ha tenido la realidad española a lo largo de las últimas décadas. A la muerte de Manolo Escobar resulta memorable la peripecia iniciática de una familia que acoge en su casa a un maestro machacado por la guerra y que resulta ser quien enseña a tocar la guitarra a la prole. Agarrados a la voz de Manolo, los muchachos emigran de Almería a Cataluña, donde comienza una carrera imparable que lo alza como mito popular entre discos de oro y películas rompetaquillas, todas con un mismo argumento: nada se le resiste al talento de alguien humilde y con principios. Esta ficción fue la versión española del gran sueño americano, conjugando un verbo que pasa a ser sinónimo de ingenio y superación de dificultades pese a la carencias materiales, intelectuales y físicas: españolear.

Que el hombre que arrasó con un himno nacional alternativo titulado Que viva España tuviera la medalla de oro y brillantes del Barça es algo que provoca cortocircuitos en la imbécil previsibilidad de nuestros días. También que fuera un esmerado coleccionista de arte contemporáneo con las rentas de Mi carro. Llenos de politiquería vana, nos hemos creído un cuento que habla de enfrentamientos irreconciliables. Si hemos sido capaces de quitarle la pátina insufrible de moralina y elogio de la zoquetería a la orgullosa españolidad, sería igual de torpe despreciar la trayectoria de quienes desde las más altas cotas de pobreza y humillación levantaron un país vivible.

El productor Alfredo Matas atrajo también desde Barcelona una parte significada de la producción del cine español a partir de los años sesenta. Y a su lado, Amparo Soler Leal hizo el viaje desde Madrid y la estirpe de comediantes de la legua, hasta el respetado estatus de gran cómica. A comienzos de los sesenta ambos fueron piezas fundamentales en la mejor película de la historia del cine español, Plácido de Berlanga, epopeya centrada en el pago de la letra del motocarro. Rodada en Manresa, retrata la eterna tragedia nacional. Esa que hoy representan los programas de televisión que en plena crisis promueven colectas y la limosna social para solucionar el retroceso en la igualdad de oportunidades y la protección colectiva.

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