Ártico
En las últimas semanas casi todas las noticias sobre Rusia que han trascendido el ámbito local tienen un marcado sesgo antediluviano
En las últimas semanas casi todas las noticias sobre Rusia que han trascendido el ámbito local tienen un marcado sesgo antediluviano. Las persecuciones de inmigrantes caucásicos como consecuencia del asesinato de un joven ruso son por desgracia habituales en casi todos los países. La tendencia a tratar a la inmigración al capricho de los traumas nacionales es apreciable también entre nosotros, pero sorprende la virulencia en aquel país, que recibe a vecinos desplazados por diversas razones. Más indecente resulta la posición homófoba que el gobierno ruso ha adoptado en los últimos tiempos y que le está abocando a una situación tensa con los países occidentales, incluida Holanda que vio cómo la casa de su embajador era invadida por dos falsos electricistas que hicieron pintadas contra los homosexuales y causaron destrozos en la vivienda, amparados en la impunidad general.
Si esta semana nos llegaban ecos de las ridículas ocultaciones de la homosexualidad en personajes históricos como Nureyev o Chaikovski en sus retratos biográficos oficiales, no parece que las cosas lleven camino de mejorar. Pero a todo esto viene a sumarse la detención de los activistas de Greenpeace, apresados hace ya más de un mes en el barco Artic Sunrise y a los que se pretende condenar por penas de piratería cuando lo único que hacían era denunciar la perforación petrolífera en la región y los desmanes ecológicos. La posibilidad de que Rusia aplique a los activistas lo que viene siendo su receta interna de décadas de cárcel para desmotivar cualquier protesta y oposición no debería dejar indiferente a la justicia internacional.
Las penas por piratería que el gobierno ruso solicita para ellos exceden la realidad de unas protestas en el mar de Pechora que vienen a denunciar la situación de expolio ecológico. El capitán del barco rompehielos, al frente de los treinta detenidos, es el norteamericano Peter Willcox, que ya tiene experiencia en la criminalidad de estado contra el movimiento ecologista, porque era capitán del Rainbow Warrior cuando fue volado por los servicios secretos franceses en 1985. Los tiempos de crisis son propicios a la degradación medioambiental, que casi siempre viene unida a una justicia cómplice. El definitivo respaldo a la impunidad sería la indiferencia mediática y ciudadana ante hechos tan escandalosos.
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