Pulsos
Bajo el caramelo del derecho a decidir se esconde precisamente la incapacidad para definir lo que se quiere decidir
Cuando cometes el error de aceptar una competición donde no es posible competir, ya has comenzado a fabricar tu derrota. En nuestra clase teníamos a un compañero que había repetido tres veces curso. Nos sacaba varias cabezas y en cualquier discusión con él siempre nos proponía solucionarlo echando un pulso, que ganaba sin esfuerzo. Se empeñaba en escribir Historia como Istoria, pero cada vez que le intentábamos hacer ver que se trataba de un error ortográfico nos retaba: ¿Ah, sí? Pues echamos un pulso y a ver quién tiene razón. Uno se acuerda de estos disparates colegiales cuando los ve aplicados a asuntos de importancia, como la disputa soberanista en Catalunya. Porque finalmente andan todos empeñados en demostraciones populares y al día 11 de septiembre le ha seguido un 12 de octubre. Nadie sabe si tendremos un 13 de noviembre o un 14 de diciembre. Pero vivimos un eterno 7 de julio, San Fermín, todos corriendo delante del toro.
Ni la mayoría silenciosa era tan mayoría ni siquiera tan silenciosa. Del otro lado se intuye que bajo el caramelo del derecho a decidir se esconde precisamente la incapacidad para definir lo que se quiere decidir. La valentía no suele ser una virtud política, sí en cambio la ambigüedad. Días antes vimos la reacción desmesurada a la propuesta de revisar la fiscalidad autonómica hecha por el PP catalán. La iniciativa encubría el deseo de Rajoy de mover ficha sin que pareciera moverla, quizá empezando a asumir lo dramático del retraso de su gestión del asunto. Pero hasta su presidente autonómico madrileño se sintió herido y amenazó con una consulta sobre el modelo de financiación para la capital, lo que da idea del desmadre y la incapacidad para entender que estamos metidos en un problema que para su resolución requiere algo más que pulsos entre machotes.
En estos momentos, Catalunya y España son la misma cosa en lo esencial. La pérdida de crédito, la incapacidad gestora, la degradación de los servicios sociales, educativos y sanitarios. Pero donde unos han encontrado un fantasma emocional, pleno de ilusiones deslumbrantes, los otros ofrecen la espalda y no la cara, huérfanos de proyecto de futuro y capacidad de seducción. Y así nos tienen presenciando el pulso entre el humo y la pared.
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