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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Guarros

Vaquero, romano o vikingo; pero jamás niño español alguno se peleó por ser hidalgo o conde duque. Y ahí se empieza a perder identidad y patria.

Vaquero, romano o vikingo; pero jamás niño español alguno se peleó por ser hidalgo o conde duque. Y ahí se empieza a perder identidad y patria. Cuando nos llegan series como Isabel, es tarde. No nos la creemos.

El martes, Antena 3 estrenó con buen pie Vikingos (16,8% y 18,8%). Su creador, Michael Hirst, anteriormente se había atrevido con Los Tudor y Camelot, así que domina las teleseries de época, más bien de épocas, pues Vikingos se sitúa en el siglo IX y Los Tudor, siete siglos después.

De entrada, el respaldo de Canal Historia le da a la serie un sello de autenticidad; luego Hirst ha conseguido una pátina de verismo que, sinceramente, no tiene la española Isabel, por citar la serie histórica que, el día anterior, ofrecía TVE. Bien resueltos guiones, fotografía y estética de los personajes, Hirst mantiene el ritmo de la narración insertando, sin que parezca un pegote, la antropología vikinga: el sistema de navegación, los juicios populares o los castigos infligidos a los delincuentes.

Las escenas de sexo, básicas para que triunfen las teleseries, de Roma a Spartarcus, son de aquí te pillo aquí te mato, muy acorde con la imagen de salvajismo que tenemos de aquellos nórdicos. Hirst no rompe el mito. Los personajes son brutotes, de poca dialéctica, básicas preguntas —“¿cómo quieres morir?”— y más breves respuestas —“degollado”—. Ni una lágrima derramada en dos capítulos, ni por hombre ni por mujer. Y todo guarro, muy guarro, algo que se agradece tras ver el día anterior la reposición de Isabel; qué bien duchados, qué pelos tan sedosos, y esas ropas recién salidas de la tinto con las que Isabel monta a caballo mientras su acompañante, tontuelo, le requiebra: “Isabel, ¡qué buena jinete eres!”. ¿Jinete?

Parece que siglos antes Juana de Arco montaba a horcajadas cuando se iba a la guerra, pero que Isabel vestida de frufrú no monte como amazona choca bastante; pero, en fin, no seamos pijoteros, pelillos al Báltico; qué más da que Isabel sea rubia y de ojos azules si al día siguiente compensamos con otros rubios, pero guarrindongos. Eso sí, nuestros castillos son de verdad, y no como sus barquitos, el único momento en que los vikingos hacían reír.

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