Dos aciertos
Telecinco nos ha concedido dos buenas noticias en apenas una semana: la victoria de Juan Pedro Gómez en 'Pasapalabra' y el regreso de 'Frágiles'
Telecinco nos ha concedido dos buenas noticias en apenas una semana. La primera fue la victoria de Juan Pedro Gómez en el rosco de Pasapalabra, donde después de 25 programas saltó la banca con un pleno de más de millón y medio de euros. El concursante merecía la simpatía desde que el primer día, al preguntarle qué haría con el dinero, dejó escapar un lacónico: desaparecer. En un mundo donde se lleva la estridencia, el protagonismo y la sobreexposición impúdica, algo en lo que la televisión comercial ha contribuido de manera perniciosa, se agradece que el sueño siga siendo quitarse de en medio y andar tranquilo. Gruísta de la construcción en paro, se había preparado para participar en este tipo de concursos de conocimiento, sin perder el pulso firme, un manejo sensato de la ansiedad.
Pasapalabra, cuya primera parte del programa está algo desnortada en las secciones donde participan famosos, se resarce con los 10 minutos finales de un clásico concurso tenso y veloz. ‘El rosco’ concita la misma simpatía que Saber y ganar. A falta de programas culturales y con la matrícula universitaria camino de convertirse en un lujo inasequible, que el conocimiento pueda proporcionar alguna forma de éxito es casi subversivo. La otra gran noticia de la cadena es la segunda temporada de Frágiles, una serie especial, quizá por eso condenada a estrenarse a finales de julio, donde la parrilla es un desmotivante gazpacho de reemisiones y fracasos sacados del trastero.
Frágiles está muy bien interpretada, con actores creíbles en un registro menos expansivo del que la televisión actual obliga. Rodada en localizaciones naturales, permite que los espacios sean algo más que un mero escenario teatral donde pinchar las cámaras frontales y hasta cuando algún espacio delata cierta cutrez de medios, tienen el encanto de una puesta en escena más delicada. Si peca de algo es de un cierto exceso ternurista, que acaba por convertirse en un tono permanente y perder así parte de efectividad, pero propone un universo anticínico tan desacostumbrado que te sitúa radicalmente a favor. Una serie defendible junto a un ganador admirable son tan raras ocasiones para la celebración que sería injusto dejarlo pasar porque es verano y la última neurona anda ya de vacaciones.
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