Sombra
Puede que Obama disfrute de la baraka que anuncia en su nombre de pila, la buena suerte que en la vida pública de nuestros días consiste más que nada en el don de la oportunidad
Puede que Obama disfrute de la baraka que anuncia en su nombre de pila, la buena suerte que en la vida pública de nuestros días, tan mediatizados, consiste más que nada en el don de la oportunidad. Desde el día en que salió de primera cita con su futura mujer, Michelle, y fueron al cine a ver Do the right thing, de Spike Lee, puede que no siempre haya hecho lo que tenía que hacer, pero su carrera es un ejemplo perfecto de lo importante que resulta estar en lugar indicado en el momento oportuno. Nadie pudo imaginar que su recorrido africano fuera a coincidir con el ingreso hospitalario de Nelson Mandela y la tensa certeza de su grave estado de salud, pero una vez más la agenda presidencial parece diseñada por la mano de un ángel.
Nada mejor para los múltiples problemas norteamericanos que esa gira con aires de vuelta a los orígenes de su presidente. Pero al mismo tiempo, la enorme sombra de Mandela se quiere convertir en una afrenta para la gestión de Obama. Ya la concesión de su Premio Nobel de la Paz lo situó en una difícil tesitura, la de ganar un premio no por los méritos, sino por el deseo de asistir a sus merecimientos futuros. No fue el caso de Mandela, probablemente el político más admirado de los últimos 50 años. Compararlo con cualquier líder actual, sea del color que sea, ofrece un resultado previsible.
Hoy día, Obama decepciona a quienes le querrían ver desterrar de su Administración las prácticas de tortura, retención ilegal, asesinatos selectivos, que fueron recuperadas con descaro por quienes encontraron en el terror colectivo un caramelo ideal. Con Guantánamo abierto y las escuchas ilegales extendidas a los países aliados, no parece probable que brillen como merecen sus méritos al reformar la sanidad en sentido contrario a los oportunistas depredadores europeos y su política económica protectora de los ciudadanos frente a quienes se empeñan en exprimirlos como naranjas. Queda tiempo para terminar su segundo mandato, pero quizá esa sombra de Mandela le angustie al recordar que no hay mejor política que aquella que uno soñó con llevar a cabo antes de llegar a la política.
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