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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esas voces

“Yo no vendo voz, vendo estilo”, afirmaba arrogantemente un tipo al que el convencionalismo mas vago y pedestre había bautizado como La Voz. Se llamaba Frank Sinatra

Carlos Boyero

“Yo no vendo voz, vendo estilo”, afirmaba arrogantemente un tipo al que el convencionalismo mas vago y pedestre había bautizado como La Voz. Se llamaba Frank Sinatra. Tenía razón. Solo a medias. Poseía una gran voz, pero también un inmenso estilo para transmitir los sentimientos que pretendía provocar esa voz privilegiada, la vuelta dolorida o alegre de tantas vueltas, la actitud sofisticadamente canalla de un hombre turbio que podía enamorar a cualquiera susurrando a su manera las cosas de la vida y del corazón. Y siempre escritas por otros, pero da igual, él las hacía suyas y también nuestras.

Leonard Cohen es un poeta de altura y un profesional de la seducción, pero, aunque no lo fuera, su voz está destinada a remover entrañas. También esa voz sin estridencias, tan de la vida misma, como era la del maravilloso Brassens. Brel y Ferré, además de grandiosos poetas, eran actores, su voz interpretaba. Y de acuerdo en que la de Dylan es nasal, o como a él le dé la gana, pero siempre hipnótica. Y la de que Serrat puede ser terciopelo, pero la de Sabina, que no sé si en origen es bonita o fea, le otorga a cada canción (tantas de ellas memorables) el tono, la vida, la amargura, el humor y el sentimiento que necesitan.

Nunca he tenido problemas con la mía, incluso cuando hablo solo. Pero gente que me conoce muy bien me cuentan que la imposto cuando me dirijo a un micrófono o a una cámara de televisión. Lo cual revela inseguridad, necesidad grotesca de disfrazarse o afirmarse cuando sabes que gente a lo que no conoces te mira y te escucha. También pertenezco a esa raza de adultos patéticos que les hablan a los bebés o a los niños con la voz estúpidamente deformada. O cuando estoy tan enamorado que me siento en la intimidad a salvo del ridículo, fingiendo voces como el payaso más tonto.

Escribo esta masturbación mental después de oír las atipladas, grotescas, insufribles vocecillas de dos dibujos animados que marcan la existencia de los que están jodidos. Idiotas siempre sonrientes y con poder absoluto. Se llaman Báñez y Montoro. Siento lo mismo con las voces supuestamente proletarias de Méndez y Toxo. Dios, qué grima. En el fondo, me quedo con mi preciosa voz impostada.

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