El pequeño paso hacia la felicidad de Lucinda Williams
La cantante de ‘country’ inicia gira por Europa con cuatro citas en España
Detiene abruptamente su discurso y suspira, en un delicado gesto que aumenta la intimidad que transmite al otro lado del teléfono. “El mundo es triste”, suelta Lucinda Williams en un castellano juguetón. La autora de World without tears, que despuntó en el folk rock en los noventa por sus relatos de chicas solitarias y corazones rotos, rechaza lo que ahora aseguran muchos seguidores y críticos: que es una mujer feliz por casarse e incluir composiciones alegres en sus dos últimos trabajos. “Lo piensan porque conocí a mi marido Tom y dicen que todas mis canciones por fin son felices. La vida no funciona así”, cuenta ya en un inglés sureño.
Lo cantaba ya en 1980 en Happy woman blues, el primero de sus álbumes con letras propias: “Intento con fuerza ser una mujer feliz”. Entonces, esta cantante de Lake Charles (Luisiana), nacida en 1956, dueña de una sobrecogedora voz, capaz de ser tan lánguida como la de Dusty Springfield y tan fiera como la de Wanda Jackson, no había cumplido los 30 años y sus historias de desengaños sentimentales pasaron inadvertidas. No fue hasta 12 años después, con Sweet old world, cuando muchos se rindieron a ella. Cerrando los peores garitos de Nashville, Nueva Orleans o Houston, intentando mostrarse más fuerte que aquellos hombres con promesas vacías que se cruzaban por su camino, sabía lo que era morder el polvo. Y todavía hoy sabe lo que cuesta mantenerse firme: “La tristeza se puede colar en muchas situaciones sin dejar de ser feliz con tu pareja”.
Mujer hecha a sí misma, perfeccionista y sensible, reconocible por sus botas, tejanos y cazadoras vaqueras, Williams también supo en sus comienzos lo que es el desprecio de la poderosa industria de Nashville. “El country actual no es country. Yo soy clásica: me siguen gustando más Hank Williams y Merle Haggard”, afirma. “Pero también encuentro jóvenes con gran estilo como Jamey Johnson. Entre los más veteranos, me encanta Buddy Miller”, señala. En un negocio machista como el country, su independencia siempre fue mal vista. Muchos la acusaron de problemática porque no quería ser otra rubia dulzona. Su amigo Steve Earle, quien colaboró en Car wheels on a gravel road, dijo el día que la conoció que “intimidaba”. Si los chicos más rebeldes tenían al propio Earle como modelo, las chicas contaban con ella, a quien Elvis Costello, según confiesa riendo, lanzó el mejor piropo: “Me comparó con Keith Richards”.
En un tono casi confidencial, Williams habla desde la cocina de su casa en Los Ángeles. El mismo lugar donde compone sus canciones. “Suele ser por la tarde o por la noche más que por la mañana. Tengo unas 45 nuevas. Tocaremos algunas en la gira”. Dentro de su tour europeo, la cantante incluye cuatro fechas en España (ayer en Santiago; mañana, en Madrid; el viernes, en Barcelona; y el sábado, en Bilbao). A diferencia de su visita en 2009, viene acompañada de Doug Pettibone, su escudero y magnífico guitarrista.
Amante de la literatura, escribe desde niña, cuando su diario era un espacio para reflexiones y poemas, inspirándose en su padre, el poeta Miller Williams, con el que mantiene una relación “muy cercana”. “Ha sido mi mentor. Nunca he estudiado en el colegio y mi educación ha estado en casa. Siempre me aconsejó y me decía: ‘Nunca te subestimes como escritora”, cuenta esta compositora que se reconoce en deuda con Flannery O’Connor por “su realismo”.
En la poesía, aprendió el “valor de la libertad de expresión”, pero en la música halló su destino. “Cumplí mi deseo de ser lo que quería ser después de escuchar Highway 61 revisited, de Bob Dylan. Fue una especie de luz, una sensación que te eleva”. Precisamente, en ese álbum, Dylan incluía su célebre canción It takes a lot to laugh, it takes a train to cry (Cuesta mucho reír, basta un tren para llorar). Williams bien lo sabe: “Nadie es completamente feliz. Con mi música he intentado conectar con ese otro espacio más oscuro pero donde también hay luz. Muchos han conectado conmigo pues todos sufrimos”.
Babelia
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