_
_
_
_

La emoción de las máquinas

Ralf Hütter, fundador de Kraftwerk y último miembro original de la revolucionaria banda, analiza la trayectoria de un grupo que cambió el pop para siempre introduciendo la variable electrónica

Daniel Verdú
Los cuatro miembros de Kraftwerk durante una de sus ocho actuaciones en el MoMa de Nueva York.
Los cuatro miembros de Kraftwerk durante una de sus ocho actuaciones en el MoMa de Nueva York.

Durante su actuación en el club Ritz de Nueva York en 1981, como tantas otras veces, Ralf Hütter, líder de Kraftwerk, se bajó del escenario y dejó al público aporrear su pequeño teclado. Quería demostrar que todo el mundo podía hacer música electrónica. Era la puesta en escena del advenimiento de la democracia musical impulsada por la tecnología y el lenguaje de lo cotidiano. El “Volkswagen de la música”, dice hoy Hütter (Krefeld, 1946), que entonces no tenía ni idea de lo profético de aquel acto ni de la enorme influencia que llegaría a tener su banda en la historia del pop 32 años después. Incluso perdiendo a tres cuartas partes de sus miembros —operadores, se hacían llamar— y sustituyéndolos por recién llegados. Uno podría pensar que la máquina funciona sola. “Puede ser. Pero no olvide que yo sigo aquí, por favor”, suelta Hütter con socarronería, en la única entrevista concedida en Europa tras su paso por la Tate Modern de Londres y en vísperas de su actuación en la 20ª edición de Sónar el próximo 14 de junio.

Nuestra generación carecía de música contemporánea que hablara del presente” Ralf Hütter

La banda (su nombre significa "central eléctrica"), fundada en 1970 por Hütter y Florian Schneider, aterriza en Barcelona con un show en 3D que desató la locura en sus tres anteriores paradas. A su paso por el MoMA las entradas llegaron a revenderse por 2.000 dólares o a cambiarse por una ardiente noche con una pareja de swingers. El espectáculo es un recorrido actualizado y digitalizado durante ocho noches por ocho de sus álbumes (en el caso de Sónar, se hará una selección, también en 3D). “El catálogo”, lo llama Hütter. Todos los discos que editaron a partir de Autobahn, publicado en 1974 y origen de la narrativa de la música electrónica moderna. Un universo poético construido alrededor de lo cotidiano. “Etnomúsica”, prefiere llamarlo Hütter por su utilización del entorno. Lo más parecido a aquello era lo que hacía el transexual Wendy Carlos remodelando a Bach con un sintetizador Moog.

“Podría decirse que inventamos ese lenguaje. Nuestra generación en Düsseldorf carecía de una música contemporánea que hablara del presente. Había música clásica, música de bares… pero ninguna utilizaba el lenguaje de la vida cotidiana. Tuvimos que desarrollarlo a finales de los 60 y a principios de los setenta. Autobahn es el primer álbum que lo introducía. Como luego hizo el rap”, dice tarareando el famoso “fahrn, fahrh, fahrn, …” del single.

David Bowie, New Order, Jay-Z, Coldplay o Afrika Baambaata han bebido de su obra

Precisamente, uno de los pioneros del hip hop, Afrika Baambaata, utilizó en 1982 la melodía de Trans-Europe Express y el ritmo de Numbers para crear Planet Rock, uno de los temas fundacionales del género. Pero la influencia va mucho más allá. David Bowie, por ejemplo, adoraba a la banda, y en 1977 escribió V-2 Schneider (del álbum Heroes) como tributo al cofundador del combo. El grupo de electro Cybotron recicló en 1983 un loop de Hall of Mirrors para uno de sus temas. Su líder, Juan Atkins se convirtió poco después en uno de los tres padres del techno (“la hermandad de Detroit”, los llama Hütter), que siempre reconocieron la influencia. Uno de ellos, Derrick May, lo resume así por teléfono: “Encontramos en su música una visión del futuro, encantadora, dura y suave a la vez. Más que una influencia, fueron un sueño. Cerrabas los ojos, les escuchabas e imaginabas otro mundo”.

También debió serlo para New Order, que sampleó un pedazo de Uranium para su himno generacional Blue Monday. Los homenajes sonoros se han extendido hasta Jay-Z, LCD Soundsystem, Missy Elliot o incluso Coldplay, que descaradamente tomó la melodía de Computer Love para uno de sus temas. Hay quien dice que el número de elementos de Kraftwerk hallados en el código genético de la música pop actual (por no decir en la de baile) es incluso superior al de los Beatles. “Bueno, esto no es una competición deportiva. Se han escrito muchas fantasías”, rebate Hütter.

Para un grupo capaz de predecir el futuro en 1981 desde actitudes o títulos como Computer world —cuando nadie tenía un ordenador en casa— podría parecer un acto de nostalgia gratuita (o lucrativa) volver sobre los pasos del legado. Hütter dice que todo aquello fue “una visión” pero no aprecia melancolía. “Cambiamos y reprogramamos las máquinas. En los últimos 30 años hemos transformado Kraftwerk a digital. Hemos pasado todos los sonidos de los 70 a este formato. Kraftwerk es un organismo vivo, una orquesta en directo. No es algo rígido, es una escultura viviente. No es nostalgia, el concepto es dar vida a la música”.

En los 70 estábamos aislados. Hoy todos tienen su ordenador y hacen música” Ralf Hütter

Un alumbramiento producido en los útlimos tiempos entre las paredes de museos como el MoMA y la Tate Gallery. “Cuando empezamos a finales de los 60, casi solo tocábamos en galerías o museos en un ambiente de libertad artística con nuestros amigos de Düsseldorf. No venimos de una escena musical, sino del arte. Pero durante muchos años hemos estado girando por salas de conciertos y teatros. Recibimos esta petición del museo de Múnich, del Moma y la Tate para presentar el catálogo en retrospectiva. Fue como volver a esa época”.

Pero las reverencias actuales fueron aceradas críticas al principio. Su aseado aspecto y nacionalidad contribuyeron a ello. A Hütter llegaron a preguntarle en su momento si su trabajo era “la solución final de la música”, en referencia a los métodos nazis y como metáfora de la aniquilación del arte musical. “¡Apartad a los robots de la música!”, lanzó un crítico del Melody Maker. “En los 70 estábamos aislados, atacados o menospreciados por la escena de música tradicional o los medios. Hubo mucho rechazo por ignorancia. Pero ahora todo el mundo tiene su ordenador y su móvil, se puede hacer música con ellos, y lo entienden perfectamente”, suelta Hütter con cierto tono de venganza.

Las máquinas están llenas de emoción. Son muy sensibles” Ralf Hütter

Alguien creyó que las emociones, esa cosa tan difusa y a veces tramposa para referirse a la música, no podían relacionarse con la tecnología. Gran error. “Las máquinas están llenas de emoción, son muy sensibles. Nuestros ordenadores o sintetizadores tienen un rango de frecuencias de 20.000 a 22.000 hercios. Mucha más sensibilidad que los instrumentos del pasado. Además, tenemos más medios de expresión con las imágenes que nosotros mismos construimos. Muchos más que tocando un piano o un violín de cuatro cuerdas. Con la electrónica, todo es posible. Tiene solo que ver con la creatividad del compositor”, explica Hütter.

Cuando el pop se lanzaba a la caza de nuevos ídolos, Kraftwerk se opuso frontalmente al culto a la personalidad que configuraría los pilares del pop y la industria del videoclip. Se adelantó también a las modas pasajeras en algunas estrellas actuales de ocultar el rostro para subrayar la autonomía de la creación. Pero para ellos era distinto. Una cuestión casi fabril. “No nos interesaba tanto eso, sino el proceso creativo que ideamos para Kraftwerk: la semana de 168 horas. Para nosotros es una situación constante de trabajo: el hombre y la máquina trabajando en la música. El resto, el culto a la personalidad, es algo históricamente muy aburrido".

Con la creación del Kling Klang Studio en Düsseldorf (que hoy llevan dentro de sus ordenadores) fundaron también una manera de hacer en la industria musical: el famoso hazlo tú mismo, que en los últimos tiempos ha revolucionado (o aniquilado) el negocio. “Nosotros lo hicimos obteniendo los ruidos de lo cotidiano”, recuerda. Hoy están abiertos a la influencia de quienes nacieron al calor de su idea. Incluso en la pista de baile. Y preparan (aunque lo lleven diciendo años) un nuevo álbum. “Trabajamos en canciones. Saldrá temprano, pero de momento estamos concentrados en el catálogo”. Así que si les ven, no les distraigan demasiado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_