Joselito Adame, un corazón torero
El diestro mexicano hizo méritos para abrir la puerta grande Por ella hubiera salido si no pincha al sexto de la tarde
El torero mexicano Joselito Adame, chaparrito de cuerpo y grande de corazón de torero, estuvo a punto de dar una alegría mayúscula a los taurinos de su país y a todos los buenos aficionados porque hizo méritos para abrir la puerta grande, y por ella hubiera salido con todos los honores si no pincha de mala manera al sexto de la tarde, un manso encastado, al que hizo una faena de poder a poder y le ganó la pelea con alta nota.
Si se quiere, se puede, parece ser el lema de este torero, que se sobrepuso con enorme gallardía a una corrida podrida de El Montecillo, mansa y descastada de manual: Quiso de verdad, y, desde que apareció en el ruedo, estaba claro que venía a por todas, que estaba dispuesto a jugarse la vida por el triunfo; y eso se transmite con facilidad a los tendidos.
OVACIÓN: Llamó la atención la meritoria actitud de Joselito Adame en busca del triunfo y a punto estuvo de abrir la puerta grande.
PITOS: El Montecillo figura en la lista de los fracasos del encaste Domecq; corrida mal presentada, mansa y descastada.
DESTACADOS: Si se quiere, se puede, parece ser el lema del toreo mexicano, que encandiló a las Ventas.
La actitud de Serafín Marín no es de triunfo; frío, conformista y derrotado, su tarde fue olvidable.
No ha toreado mucho, pero le sobra valor, conocimiento, técnica y gracia en sus maneras; no parece que sea un exquisito, pero ayer dijo que sí, que lo es con capote y muleta. Hizo quites por chicuelinas y por gaoneras, recibió al sexto en la puerta de toriles con una larga cambiada de rodillas y garbosas verónicas, y a ese mismo toro lo quitó después por vistosas zapopinas, que le salieron de dulce.
Y con la muleta en las manos expresó disposición, firmeza y asentamiento; mueve bien los brazos y liga los muletazos con gusto y torería. Una vaca lechera era su primero y allá que lo muleteó con las zapatillas atornilladas en la arena, con encomiable decisión y quietud. Llevó al toro prendido en la muleta, imantada en la cara del animal, y así demostró sus deseos de triunfo. Había comenzado con unos ayudados por alto pegado a tablas, y terminó con otros, rodilla en tierra, preñados de torería. Por si fuera poco, se tiró a matar a ley, volcándose en el morrillo del animal, y la oreja fue un justísimo premio a su pundonor.
Se fue al centro del ruedo en el encastado sexto y desde allí lo citó de largo en dos tandas con la derecha, con la mano baja, firme la planta, largos y ligados los muletazos, que abrieron la otra hoja de la puerta grande. Dos tandas más por la izquierda, con gracia y con mando, culminada la primera con una trincherilla elegante, y la otra con un esbozo de kirikiki y un torerísimo recorte final. La plaza se le entregó y esperaba el espadazo final para elevarlo a hombros.
El Montecillo/Ferrera, Marín, Adame
Toros de El Montecillo, desiguales de presentación, muy mansos, descastados y sin clase; encastado el sexto.
Antonio Ferrera: casi entera trasera (silencio); estocada (silencio).
Serafín Marín: estocada caída (silencio); tres pinchazos _aviso_ y media baja (silencio).
Joselito Adame: estocada baja (oreja); dos pinchazos, estocada que asoma y un descabello (vuelta).
Plaza de Las Ventas. 4 de junio. Segunda corrida de feria. Más de media plaza.
No hubo ese colofón esperado y merecido; lo que sí había era un torero grande que debe dejarse matar en el carretón para que el próximo triunfo no se le escape por una suerte de muerte indeseada.
Si Joselito fue el deseo y la disposición, la imagen de Serafín Marín fue la de la derrota, la frialdad y el conformismo; lo que no quiere decir que esa fuera su actitud, pero sí la imagen que transmitió. Ciertamente, cada uno es como es, y, por eso, unos llegan y otros no. Tampoco tuvo toros Marín, pero no se puede estar allí abajo sin enviar un mensaje de ambición, de alegría y superación. Si la gente come pipas y habla con el vecino mientras un torero lo intenta, hay que morir para captar su atención; si no es así, que fue lo que ocurrió ayer, el murmullo se torna en pitidos de desaprobación. No tuvo oportunidades claras el torero catalán, pero con esa imagen hierática raro parece que hubiera triunfado en distintas circunstancias. A Madrid no se pude venir a dar un paso atrás ni a desistir ante la primera dificultad del toro; porque, después, pasa lo que pasa, que eres carne de olvido.
Tampoco tuvo oponentes de triunfo Antonio Ferrera. Se nota que es un torero cuajado y maduro, aunque ayer prefirió no plantar cara a las dificultades. Puso banderillas con su facilidad habitual, y solo el último par, al quiebro por los adentros y culminado con un recorte en las mismas tablas, fue realmente meritorio. Ante su primero, un manso total, sin clase ni casta, se justificó con una faena sin dimensión; y ante el cuarto, una birria que embestía con violencia, quiso, pero menos, y el resultado fue anodino y olvidable.
Por cierto, El Montecillo luce en su ficha su procedencia: Juan Pedro Domecq. Pues he aquí otra corrida basura, puro desecho, mal presentada y mansa de solemnidad. Otra razón más que justificaría el aburrimiento de una tarde de no haber sido por la presencia fulgurante de un torero chaparrito, pero de gran corazón, como demostró ser Joselito Adame.
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