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OMD: “Nos negamos a ser unos jetas que se reúnen para inflar su pensión”

Tras reformarse, Orchestral Manouvres in the Dark, grupo esencial del 'synth pop', reivindica su vigencia con 'English electric', 12º álbum de su carrera En él colabora Karl Bartos (Kraftwerk) y exploran, una vez más, cómo sonará el futuro

Paul Humphries (izquierda), teclista, y Andy McCluskey, vocalista y bajista, más conocidos como Orchestral Manouvres in the Dark.
Paul Humphries (izquierda), teclista, y Andy McCluskey, vocalista y bajista, más conocidos como Orchestral Manouvres in the Dark.

El pasado febrero, la Tate de Londres abría su sala de turbinas a Kraftwerk. El grupo seminal de la electrónica realizaría una serie de conciertos repasando cronológicamente sus ocho álbumes emblemáticos. Más que como un grupo musical, el museo los presentaba como “proyecto de arte conceptual”. Pocas horas antes del primer show, Andy McCluskey, mitad de Orchestral Manouvres in the Dark (OMD), mostraba su entusiasmo en la BBC ante este reconocimiento hacia quienes le impulsaron a dedicarse a la música. “Verlos actuar en la Tate no solo fue para mí una regresión emocional a los 16 años, cuando escuchaba Autobahn. Fue una regresión literal: justo detrás de mí estaba Peter Saville [el diseñador gráfico de las portadas de OMD o Joy Division]; a mi izquierda, Paul Morley, el periodista de la era dorada de NME, que cofundó con Trevor Horn el grupo Art of Noise y la discográfica ZTT Records; y ante mí, Daniel Miller, el creador de Mute Records y The Normal. La misma pandilla electro-futurista de freaks que a finales de los setenta soñamos una escena diferente a la que reinaba en la música británica. Y todos ahí, concentrados con la emoción de unos chavales”, recuerda por teléfono.

Para los desmemoriados, OMD son los autores de Enola Gay, Joan of Arc (Maid of Orleans) y otros himnos esenciales del synth pop. Según su líder, “inventamos accidentalmente el género al añadir una tensión humana, romántica y emocional al sonido de las máquinas”. Después de su desbandada en 1989 por diferencias creativas, Andy McCluskey continuó explotando la marca OMD hasta mediados de los noventa. La resurrección se produjo en 2006. “Nunca tuvimos una gran bronca ni nada con lo que alimentar escandalosos titulares. De hecho, nos seguíamos cayendo bien y nos echábamos de menos”, aclara el vocalista. Tras comparecer en una televisión alemana junto a su otra mitad, Paul Humphries, dijeron: “¿Por qué no?”. Realizaron una gira con mayor éxito del que esperaban y artistas como The Killers, the xx, MGMT, Owen Pallett o LCD Soundsystem los reivindicaban. Se encontraron con el siguiente problema: dar a sus fans algo más que las viejas canciones de siempre. “Pensamos: ‘Un momento, ¿queremos convertirnos en una banda de tributo a nosotros mismos? ¡Ni de coña!’. Nos negamos a ser unos jetas más que se juntan por la pasta para inflar su pensión. Y mucho menos, a que se diga: ‘Con lo que molaban, ahora son una mierda’. Por eso, si hacemos un disco nuevo tiene que ser bueno, interesante e inteligente”.

Lo intentaron, con desigual respuesta por parte de la crítica, con History of modern (2010), donde la mayor parte del material eran canciones ya esbozadas por McClusky antes de reunir al grupo. Y parecen tomar una mayor consistencia con English electric, su decimosegundo trabajo (en uno de cuyos temas, por cierto, participa Karl Bartos, de Kraftwerk). “Con el anterior disco Paul y yo nos dimos cuenta de que podíamos volver a hacer canciones juntos, ahora el reto era sumarles un concepto intelectual. En muchas de las canciones abordamos ese sueño utópico de la tecnología haciendo de éste un mundo mejor que terminó en la realidad distópica que vivimos”. Entonces, ¿son OMD hoy más pesimistas sobre el progreso que en sus inicios? “Supongo que la respuesta es sí y no. En 1970 pensaba que todos viviríamos 200 años porque la medicina sería buenísima. En 1980, que cualquier día íbamos a morir porque alguien apretaría el botón nuclear. Puedo encontrar argumentos positivos y negativos a cada momento. De pequeño veía Star Trek y me parecía imposible que pudieras hablar con alguien a millas de distancia a través de un cacharro pequeñito y sin cables. Hoy es algo que tenemos superadísimo. Sin embargo, Blade Runner nos hizo pensar que hoy tendríamos todos coches voladores. ¿Y dónde está mi coche volador? ¡Lo quiero ya!”, se ríe.

Para comprender la devoción por el futurismo de OMD hemos de remontarnos a sus inicios. Andy y Paul, dos quinceañeros de un suburbio de Liverpool, se sentían diferentes. Andy tenía los discos, Paul, un equipo estéreo. Radio-Activity, de Kraftwerk, se convirtió en su biblia. Se compraron un sintetizador a través de un catálogo por correo. El más barato. Querían hacer “música del futuro”. “A nuestros amigos les parecíamos una mierda. Escuchaban rock progresivo: Genesis, Yes, Emerson, Lake & Palmer… Durante años pensamos: ‘Vale, esto no va a ser más que un hobby, nuestra manera de matar los sábados en el trastero de la casa de la madre de Paul”. No fue hasta tres años después que osaron subirse a un escenario. Sería su única actuación. Después enterrarían la idea de vivir de esto. Andy perseguiría sus sueños de arqueólogo y Paul sería programador. “Y ahora resulta que el fósil soy yo”, se ríe McCluskey. “Quería ser arqueólogo y ¡acabé convertido en una jodida estrella cincuentera del pop!”. No hacían punk, ni rock, ni disco, ni pop. “Por eso nos buscamos el nombre más raro, diferente y loco, para probar que no éramos una banda convencional”: Orchestral Manouvres in the Dark.

En 1980, Margaret Thatcher situaba a Gran Bretaña en primera línea de fuego de la Guerra Fría al conceder su suelo a EE UU para estacionar misiles de crucero. El país se volcó en manifestaciones masivas en una campaña por el desarme nuclear. OMD contribuyeron a poner banda sonora al descontento con Enola Gay. La voz hiperdramática de McCluskey sobrevolaba la pegadiza melodía sintética de Humphries rememorando el vuelo del bombardero que arrasó Hiroshima. El single vendería, solo en Europa, cinco millones de copias. Hoy, su artífice le resta importancia. “Cualquiera que viviera en Inglaterra en aquella época pensaría que podía saltar en cualquier momento víctima de un holocausto nuclear. Era algo instalado en el subconsciente colectivo. Pero Enola Gay no se debe a esa preocupación, sino al hecho de que Paul y yo somos unos absolutos frikis fascinados con el aeromodelismo, por las maquetas de trenes y aviones. En particular, de la II Guerra Mundial, cuando costaba creer que un aparato tan rudimentario pudiera destruir toda una ciudad con una sola bomba. El desentendimiento que desencadenan los conflictos armados y las diferencias religiosas, esa necesidad de imponer tu verdad matando a otros, siempre nos ha fascinado y horrorizado al mismo tiempo”.

Su presente, dibujado a lo largo de las canciones que componen English electric, pasa por recoger sonidos de las naves espaciales que han logrado traspasar los confines de nuestra galaxia, reflejar nuestra “incomunicación hiperconectada” o decretar que “el futuro será silencioso”. “Una vez más, nos planteamos ‘¿a qué sonará el futuro?’. Y concluimos que todo será cada vez más silencioso. Piénsalo, donde antes sonaban teclas, ahora es todo táctil. Y, lo que es más importante, vivimos en un planeta habitado por 7.000 millones de personas, pero estamos condenados a desaparecer. Cuando todos hayamos muerto, solo quedará el silencio”.

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