Pegotes de realidad
Jonás Trueba estrena ‘Los ilusos’, rodada en blanco y negro con material sobrante en ocho meses
Jonás Trueba (Madrid, 1981) gira la cabeza a mitad de la charla y busca una palabra que concrete más su discurso. En ese perfil, en ese momento aparece su padre, Fernando Trueba. Jonás nunca ha necesitado matar sentimental y/o cinematográficamente a su progenitor (y por cómo hablan uno del otro, no se espera el asesinato en los próximos tiempos), pero con su segundo largometraje, Los ilusos, se aleja de la carrera de su padre... para acercarse más a la última película de Fernando, El artista y la modelo. Ambos han buscado una libertad creativa, que en el caso del hijo le ha llevado a la radicalización formal, es decir, que Jonás filmó de noviembre de 2011 a junio de 2012 con amigos en sus ratos libres con colas de película sobrante y material caducado.
Los ilusos es una especie de diario de un grupo de amigos, un docuficción: son actores interpretando personajes que tienen algo de sí mismos. “Está hecha a pegotes, porque respeté cómo rodábamos. Me importaba más cómo hacerla que lo que contaba. Por eso reúno en cinco capítulos los fragmentos más cercanos temporalmente”. ¿Qué aprendió Jonás de estas cortapisas? “A gestionar más libertad. Muchas decisiones estaban tomadas antes de empezar por el punto de vista práctico: el blanco y negro porque sabíamos que era la única manera de que no se notara tanta distancia entre días de rodajes”. Otras, por la percepción que la gente tiene de ciertas personas, como el director Javier Rebollo, que compone un personaje a medio camino entre un malvado de James Bond y un estrafalario urdidor de huidas: “Me hacía gracia jugar con eso, pero no hace falta conocerle. Es parte de las distintas lecturas que contiene Los ilusos”.
En Los ilusos hay un director que no rueda, un actor que solo trabaja los lunes, un actriz hastiada que se plantea volver a su Suiza natal, una estudiante de periodismo que no hace entrevistas... “Sí, todos viven en stand by, en esos periodos vitales que también son necesarios. Yo soy muy pudoroso, y aunque el público vea Los ilusos y piense que, como Todas las canciones hablan de mí, es autobiográfica, no es así”. A pesar de ello, confiesa que no le gusta esconderse, y al protagonista —un director de cine que piensa en su nuevo filme— le dicen en la cara que estaba enamorado en su anterior filme de su actriz protagonista, que era su expareja. Blanco y en botella... “Ese diálogo se liga mucho a mí, y a la vez habrá espectadores a los que les dará igual”.
Dentro del filme hay actores y actrices buenos, pero a mitad del metraje aparece Aura Garrido y estalla la verdad en la pantalla: “Tiene esa personalidad poderosa, que traslada a la pantalla. Es la actriz más especial que hay ahora, y posee una facilidad... Su aparición conmociona la película”. Ella es la única que verá una película entera en Los ilusos: el resto habla de cine, queda en las puertas de las salas, pero nunca asisten a una proyección íntegra. "Cuando presenté Todas las canciones hablan de mí en el festival de Gijón me acuerdo que te dije que iba a hacer una película de gente que entra y sale del cine, entra y sale, entra y sale. Y al final derivó en esto, que nunca entran [risas]".
Al filme, que se proyecta durante 30 días en la Cineteca (“sin despreciar la tradicional, busco nuevas formas de distribución y puede que nuevos públicos”) antes de que salga a hacer las provincias (ya tiene fechas en el centro Niemeyer, en Barcelona...), le acompañan una exposición fotográfica y un libro, Las ilusiones (editorial Periférica). “Son textos anteriores al rodaje, pero que ordené entonces. Se puede leer independientemente”. ¿Intenta, como la película, hacer un retrato de los problemas sentimentales de una generación? “Responde más a que me revuelvo a cómo se hace el cine y a que deseaba filmar una película para que se viera, para no quedarme atascado”. Por eso Trueba no quiere dejar de rodar, aunque no sabe muy bien —¿vía Internet?— cómo añadirá lo que filme ahora.
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