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Desmontando el museo

'Un cuerpo extraño' pone del revés el museo de Artes Decorativas con la intervención del artista portugués Rui Macedo

La instalación 'Paisaje', de Rui Macedo.
La instalación 'Paisaje', de Rui Macedo.

Hace ya tiempo que la definición convencional de lo que se entiende por museo ha sufrido tales transformaciones que nada tiene que ver con la idea de algo estático e intocable. Alejado del concepto de mero contenedor, ya en 1999, el MoMa realizó una exposición con el orientativo título de El museo como musa. La última propuesta de reinvención del museo se puede ver estos días en el Museo de Artes Decorativas de Madrid, un espacio dedicado a mostrar objetos diseñados para ennoblecer la vida cotidiana. El artista portugués Rui Macedo (Évora, 1975) ha hecho una intervención radical con sus fondos y espacio. Bajo el nombre de Un cuerpo extraño, las principales piezas del museo han sido utilizadas como parte de obras nuevas; las salas han sido transformadas de manera que las escaleras y muros han cambiado de ubicación para trasformar la perspectiva del espectador. Más de 60 pinturas realizadas expresamente para este proyecto en las que ha usado el trampantojo completan el intento desestabilizador del artista. El equívoco es total y ese es el objetivo.

Las salas de la planta baja del Museo de Arte Decorativas no tiene nada que ver con lo que en ellas hemos conocido hasta ahora. Es tan total la transformación que al visitante se le facilita un nuevo plano del recorrido nada más traspasar la puerta de acceso.

Rui Macedo y el comisario de la exposición, José María Parreño, plantean una nueva mirada sobre el espacio a la vez que buscan interacción entre las obras del artista y las que forman parte de la colección del museo, aunque no estén integradas en la colección permanente.

La primera sala, dedicada a las naturalezas muertas, presenta en su parte central un amontonamiento de objetos que conforman un peculiar bodegón. Mesas y sillas construidas con maderas preciosas, un juego de cerámicas, peanas y cordeles se mezclan con pajaritas y barcos que parecen salidos de una tarde de aburrimiento dedicada a la papiroflexia. El artista se ha inspirado en los bodegones de Morandi para crear esta parte de la instalación.

El circuito avanza hacia un breve espacio dedicado a los retratos. Un retrato tipo de arte antiguo aparece aquí hecho un rompecabezas. Por un lado, el rostro asilado de un joven retratado, por otro varias mesas superpuestas adornadas con vasijas que pertenecen a otras épocas.

En la mitad de la instalación se accede a los interiores. Después de subir cuatro peldaños, el visitante contempla un amontonamiento de arcones y marcos de diferentes tamaños puestos en las paredes. Rui Macedo ha querido mostrar el interior de un cuadro de Vermeer. Los muebles son del museo y los cuadros que enmarcan el vacío son obra del artista. La mezcla es apabullante y prepara para las dos paradas finales: vanitas, formada por una acumulación de espejos antiguos de diferentes tamaños que reflejan desde diferentes ángulos una calavera pintada al óleo. El destino final es la sala de los paisajes, donde las pinturas de Macedo han reproducido los marcos y tamaños reales de las principales obras de los grandes paisajistas de la historia. Es también pintura, pero la acción ha desaparecido del todo.

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