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Jaque mate al hombre que no quería morir ante el caballete

'Conversaciones con Marcel Duchamp' reúne las entrevistas de Piere Cabenne con el artista El célebre libro se reedita ahora en España la Fundación Helga de Alvear y This Side Up

Elsa Fernández-Santos
Marcel Duchamp, fotografiado por Oriol Maspons, jugando una partida de ajedrez en el interior del Bar Melitón de Cadaqués, 1964.
Marcel Duchamp, fotografiado por Oriol Maspons, jugando una partida de ajedrez en el interior del Bar Melitón de Cadaqués, 1964.

Marcel Duchamp iba a cumplir 80 años cuando tuvieron lugar los encuentros que el crítico y periodista Pierre Cabanne aglutinó en el célebre libro Conversaciones con Marcel Duchamp,que ahora reeditan en España la Fundación Helga de Alvear y This Side Up.

Era abril de 1966 y el artista abría a un desconocido las puertas de su taller y casa en Neuilly, Francia, donde pasaba parte del año con su esposa. Había regresado de Estados Unidos y por primera vez sentía el impulso de explicarse, de contar quién era, de revelar qué pensaba. El hombre que había conducido el rumbo del arte a un punto sin retorno al sacralizar objetos cotidianos, se mostró ante Cabanne tan libre y audaz como se esperaba de alguien que André Breton había definido no solo como uno de los más inteligentes del siglo XX sino como uno “de los más molestos”. Ante Cabanne, a Duchamp le bastó una frase para despejar dudas: “Desde que los generales ya no mueren a caballo, los pintores no están ya en la obligación de morir ante el caballete”.

En las conversaciones (transcurridas durante varias jornadas hasta casi el verano), Duchamp se remonta a sus orígenes burgueses cerca del lugar donde transcurre Madame Bovary, al impacto de Matisse en su juventud (“¿y descubrir a Cézanne no?” “No, a Cézanne no”) o al momento en que decidió romper con la pintura. La conversación fluye entre el desprecio por el buen gusto (“el gusto solo es un hábito. La repetición de una cosa ya aceptada. Si se vuelve a las andadas varias veces, se convierte en gusto. Bueno o malo, da igual, siempre es gusto”) al descubrimiento de los hapennings: “me agradan mucho porque son algo que se opone rotundamente al cuadro de caballete, han introducido en el arte un elemento que nadie le había puesto antes: el aburrimiento. Hacer algo para que la gente se aburra al mirarlo ¡nunca se me había ocurrido! Y es una lástima, porque es una idea estupenda”.

Pero quizá son los momentos dedicados al ajedrez, juego que Duchamp compara con un Calder, los que muestran una faceta más fascinante del artista. Cabanne le pregunta: “¿Es el ajedrez la obra de arte ideal?”. Duchamp responde: “Podría ser. Sume a eso que el mundo de los jugadores de ajedrez es mucho más simpático que el de los artistas. Son personas totalmente obnubiladas, completamente cegadas, que llevan anteojeras. Son locos de cierta categoría, como se supone que lo son los artistas, que no suelen serlo. Probablemente eso fue lo que me resultó más interesante. El ajedrez me atrajo mucho hasta los 40 o los 45 años, luego, poco a poco, el entusiasmo me fue mermando”.

Una pasión cuyo misterio quizá resuelve el texto de Salvador Dalí que cierra el libro. El de Figueres apunta primero a la legión de imitadores de Duchamp —“El primer hombre que comparó las mejillas de una muchacha con una rosa era obviamente un poeta; el primero en repetirlo era posiblemente un idiota”— para luego rematar: “Cuando Duchamp comprendió que había diseminado generosamente sus ideas en el viento hasta quedarse sin ninguna, puso fin al juego ‘de forma aristocrática’ y anunció profético que otros hombres jóvenes se especializarían en el ajedrez del arte contemporáneo.

Después se puso a jugar al ajedrez”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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