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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Derbi

David Trueba

Madrid, capital de la indiferencia, despierta siempre con arrebatos. El paro en defensa de la sanidad pública ha sido un perfecto ejemplo. Reanimados por la prórroga en el hospital de la Princesa, el personal sanitario se ha unido para retrasar la implacable marea privatizadora. Pese a conocer los daños irreparables que sufren los servicios sociales al pasar a manos especulativas, nunca defendemos con orgullo suficiente el sistema público de salud. Si antes fueron los profesores, ahora el mundo sanitario nos recuerda nuestra responsabilidad en el diseño del futuro. Resuena estos días en el teatro Español la voz de Cervantes para seguir recordándonos que tan solo hay dos linajes: el de los que tienen y el de los que no.

La sedación de la ciudadanía roza el coma vegetativo cuando sus dos instituciones principales, Comunidad y Ayuntamiento, han sido descabezadas de quienes fueron sus dirigentes elegidos en las urnas sin un atisbo de asombro. Ninguna capital del mundo civilizado puede presumir de transiciones tan abúlicas, pero Madrid hace tiempo que bajó los brazos, contestó con indiferencia a tasas, a la sangría de multas e impuestos, al cambio de perfil arquitectónico o el regalo interesado de terrenos comunes... y no pujó por el cementerio nuclear por no perjudicar a los casinos de Sheldon Adelson. Parece el paciente al que le duele la pierna al caminar y acepta feliz la recomendación del doctor: pues no camine.

La reforma laboral ha resultado un apaño que el propio Estado se ha fabricado para, en periodo de extrema necesidad, convertirse en más activo el fabricante de parados. El desfalco que precede a los despidos en cajas de ahorro provoca la indignación, pero en Telemadrid pagarán 1.000 trabajadores sin que afeemos la demolición moral y empresarial a tantos altos cargos, directivos, paracaidistas y comunicadores sin nada que comunicar. En los últimos tiempos incluso han convencido a Madrid para tan solo quejarse de que haya demasiadas manifestaciones en sus calles. Inteligente vuelta de tuerca. Salvo que los madrileños entiendan las protestas como propias. Difícil reflexión en la capital de la indiferencia, que vive con intensidad la disputa del derbi futbolístico este fin de semana, pero no alcanza a ver que lleva demasiado tiempo jugando un extrañísimo Madrid contra Madrid.

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