_
_
_
_
_
OPINIÓN
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pudor

David Trueba

La canción Dime que me quieres de Tequila es un jalón en la música en castellano. Su primer verso, Hay una cosa que te quiero decir, da título a un programa de Telecinco que recupera aquel Tengo una carta para ti que presentó Isabel Gemio bajo el patrón ideado en Italia. Pero la dinámica del programa más bien tiene que ver con otro momento de la pegadiza canción que dice literal: no me importa rogarte, por favor no juegues con mi corazón. Pero de jugar con los corazones es de lo que trata el espectáculo.

Los reencuentros que el programa propicia ayudan a dibujar el panorama humano contemporáneo. Por más redes sociales que haya, siempre queda el último recurso de plantarse en un plató y aventar el amor, el despecho, o las disculpas. Jorge Javier Vázquez es capaz de resumir peripecias vitales en una narración sintética pero sustanciosa. Hay poca gente capaz de contar algo en la tele y hacerlo de manera articulada, así que su fina ironía, su habilidad para calentar los momentos musicalizados y su dominio del caldo le hacen casi imprescindible para propiciar los clímax del programa.

Un hijo se quería reencontrar con su padre. Confesó que le había hecho tantas putadas, ataques internáuticos y sabotajes a su nueva relación amorosa incluidos, que cuando el enviado del programa se plantó en la puerta de casa del padre había un denso aroma de suspense. El padre abrió el sobre que contenía la invitación de Telecinco y Jorge Javier. Cuando Telecinco y Jorge Javier te mandan una invitación es normal sufrir un mosqueo parecido a si de pronto te invita a merendar Mourinho. La imagen de aquel padre permaneció congelada mientras el hijo digería la negativa para acceder a reconciliarse en antena. Es imposible no imaginar a aquel hombre plantado ante el televisor mientras se desempaquetaba una parte de su intimidad para ser pesada en la lonja audiovisual. Hay historias que acaban bien, claro. Solo faltaría mal rollo continuo en horario estelar. La tele quiere trascender la ficción y sentar a los Hamlet, Segismundos y reyes Lear de la realidad a abrirse en canal. Ha entablado un combate contra el pudor que hasta ahora gana por goleada.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_