Criadas
El Gobierno intentó con un nuevo régimen laboral de empleadas domésticas sacar otro pellizco de rentabilidad a las cuentas
La criada es un personaje clásico en la ficción española. De la ilustre fregona a las genéricas del cine, que encarnaron con grandeza Rafaela Aparicio o Florinda Chico, con estación aparte para Gracita Morales, cuya excentricidad representó mejor que nadie la normalidad hispana. A menudo sirve a quienes amartillan la idea de que el más primario es más virtuoso que el inteligente, tema habitual de la narración popular española. En las series la criada sirvió de contrapunto cómico castizo. La transición a la criada inmigrante, ya fuera filipina, marroquí o ecuatoriana, no fue tan gozosa. Desdibujada como icono en la ficción, el Gobierno intentó con un nuevo régimen laboral de empleadas domésticas sacar otro pellizco de rentabilidad a las cuentas.
Pero ha funcionado mal. 80.000 altas que no desembocan en incremento de recaudación para la Seguridad Social sino en el aumento del agujero de la economía sumergida, ya que los cálculos más moderados cifran en 600.000 las personas que trabajan en el servicio doméstico. Cuando aún estamos en plena digestión de los Presupuestos, la subida del IVA aumenta ese asco cotidiano de las labores sin facturar. Tampoco la amnistía fiscal hizo aflorar el dinero que soñaban quienes propiciaron un ejemplo tan penoso para la pedagogía social. Y a juzgar por el volumen del desempleo, la economía en negro es la válvula de escape para familias en situación dramática.
La urgencia interesada por la reforma laboral no ha generado empleo. Sin apuestas más imaginativas, en el país donde campa el self service al engorde de empresas rentables, la persona de servicio está desprestigiada. Acostumbrados a que los inmigrantes reciban un trato escabroso, nunca nos escandalizan las colas de extranjería ni hay reproche social en las contrataciones ilegales. El laberinto de la crisis incluso permitió sacudir los derechos sanitarios de la gente sin papeles ante el silencio cómplice de tantas autoridades morales del país que solo ejercen, al parecer, cuando les va en ello la simpatía partidista. Hasta que las chachas y las criadas de hoy no cuenten su peripecia en nuestras ficciones, no asumiremos con naturalidad su presencia en la vida íntima de la familia española. La ficción suele ser el tenedor que nos ayuda a digerir los bocados de realidad.
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