Los tiempos cambian, Longmire no
El oeste es un terreno fabuloso para la ficción y para la realidad. Walt Longmire es un sheriff de otros tiempos aunque sus casos transcurran en la actualidad, en el condado de Absaroka, Wyoming, no lejos del mayor espacio de natural de Norteamérica, Yellowstone. Lo que dijo William Faulkner del Viejo Sur (“El pasado no ha pasado, ni siquiera es pasado”) se aplica también a las grandes praderas y a los inmensos espacios del oeste de EEUU. Longmire, un tipo duro, un vaquero de verdad, lo que no le impide ser un lector y admirador de Sherlock Holmes, se enfrenta a casos cuyas ramificaciones se hunden en las mismas fuerzas que forjaron aquel país. Con estos mimbres, Craig Johnson ha construido una saga de novelas policiacas, que se han convertido en uno de los fenómenos televisivos de la temporada en Estados Unidos: el primer episodio de la adaptación televisiva deLongmire alcanzó en la cadena A&E una audiencia de 4,1 millones, muy por encima de los 3,5 millones que logró en marzo Mad Men. Sus diez capítulos mantuvieron una audiencia más que digna y ya está en marcha una segunda temporada.
La serie todavía no tiene comprador en España, aunque aquellos a los que les interese el personaje pueden empezar por las novelas originales, que Siruela ha comenzando a editar este verano con su primer título, Fría venganza. Leído o visto, conocer a Walt Longmire merece la pena. Combina lo local con lo universal, hace una magnífica descripción de un pueblo de la América profunda mientras narra conflictos que pueden interesar a cualquier lector. Tiene algo de Fargo, algo de Conan Doyle, sus dosis de drama y bastante acción. Los casos son muy entretenidos y se presentan sin trampas ni trucos: el lector avanza a la vez que los investigadores.
Pero la serie engancha sobre todo por tres motivos: por el retrato que ofrece del Oeste en la actualidad, por los indios cheyene y por el propio Longmire (Robert Taylor), un sheriff atormentado, difícil, peleado con mundo, que vive frente a una pradera de belleza irreal, quizás para olvidar todo el barro que pisa en su vida cotidiana. “Los tiempos cambian, pero yo no”, le espeta Billy el niño a Patt Garrett en la gran película de Sam Peckinpah, tras acusarle de haberse vendido al ferrorril. El siglo XXI renquea cuando le toca llegar a las grandes praderas. En muchos de los episodios aparecen los cheyene: el mejor amigo de Longmire, interpretado por Lou Diamond Philips, pertenece a la tribu y el sheriff mantiene una relación que no es nada fácil con su homólogo de la reserva, un tipo al que no le gusta (y le sobran razones, en el pasado y en el presente) que los blancos se metan en su territorio.
Los problemas
de alcoholismo, de racismo, de marginación han marcado la vida de los indios
desde que fueron expulsados de sus tierras y, sin embargo, han logrado mantener
una dignidad ancestral. Los capítulos en los aparece la reserva son los
mejores, los más inquietantes, los más reales.Tras
declararse admirador de las películas de John Ford (¿Y quién no?) Craig
Johnson, que podría ser un personaje de sus propios novelas, dijo en una
entrevista con Los Ángeles Times: “La imagen de un hombre vertical en un
paisaje horizontal es irresistible. Sin embargo, hay aspectos del Oeste, como
el trato a los nativos americanos, que no pueden ser ignorados. Por lo menos,
yo no puedo ignorarlos”. Sus personajes, como los de Ford, resuelven con
principios sencillos problemas éticos complejos. Así son las cosas en el Oeste.
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