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Columna
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Javier Rodríguez Marcos

Para alguien nacido en un lugar al que no llegaba el UHF –cuando había dos cadenas- y en un tiempo en que la tele solo emitía por las tardes, no hay mayor placer –culpable, por supuesto- que encender el televisor un día laborable a las ocho de la mañana. Sabiendo, además, bendito progreso, que no habrá que esperar a que se caliente el aparato ni que apagarlo aunque haya tormenta. Pasado el susto diario de los informativos y la euforia de Cheers, McGyver y El hombre y la tierra, al espectador no le queda otra que pensar cuánto debe la civilización a ese electrodoméstico que durante décadas tuvo en los hogares el lugar central que antes ocupó el fuego.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu publicó en 1996 un polémico ensayo sobre la televisión. En él sostenía que la obsesión moderna por usar los datos como méritos y transformar en virtud artística el éxito de público no es más que una adaptación universal del índice de audiencia. Bourdieu -que redactó ese trabajo a partir de dos conferencias dictadas por… televisión- murió hace ahora 10 años. No tuvo tiempo, pues, de contemplar hasta qué punto la caja tonta ha sido víctima de la mutación que ella misma desató un día: el paso irreversible de la cultura del menú a la de la carta.

Para colmo, la clausura de los Juegos Olímpicos nos ha devuelto al desierto de lo real, o sea, al mes de agosto, un páramo trufado de reposiciones amortizadas y especulaciones sobre el mercado futbolero. Semejante travesía no hace más que poner en evidencia la revolución de un modelo en el que solo los jubilados esperan una semana para ver el siguiente capítulo de su serie favorita y solo los despistados se resignan a verlo atiborrado de publicidad. Ni siquiera aquellos que vivieron en vilo la suerte de JR en Dallas o la resolución del asesinato de Laura Palmer aguantarán otro agosto de comida recalentada y rancho. Hubo un tiempo en el que la emoción de un concurso estaba en saber si el concursante se llevaría el bote. Ahora está en comprobar lo que la cadena correspondiente ha querido anunciar en el periódico: que se lo lleva.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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