Repetir la historia hasta que suene bien
El Indie ya tiene sus dinosaurios, aunque son más pequeñitos y manejables The Stone Roses reaparecen este viernes y sábado en la sala Razzmatazz de Barcelona
The Stone Roses siempre han sido mucho más pequeños que sus canciones. Los cuatro de Manchester parecen minúsculos cuando se les compara con su legado, con la importancia que tuvo su álbum debut. Ese disco homónimo, editado en 1989, inventó la década de los 90, reavivó el legado de los Beatles cuando la new wave y el power pop parecían haber secado ya la capacidad de actualizar el cancionero de los de Liverpool. Sin apenas esfuerzo, se colocó como líder del cruce entre música de baile y pop. Reformuló el Indie, dándole suficientes armas para poder seducir a un público masivo. Más que en los Beatles, Oasis se inspiraron en lo que entendieron Stone Roses que eran los Beatles. Liam Gallagher lo sabe, y por eso está aquí esta noche de viernes, esperando que alguien se fije en él y le pida una foto y medio autógrafo.
"Parece que Stone Roses están construyendo una leyenda a la altura de sus temas"
Detrás de toda esa revolución, de ese disco majestuoso, había cuatro tipos que apenas eran conscientes de lo que habían creado –a diferencia de sus coetáneos, tenían más canciones que discurso-, de cómo gestionarlo y, sobre todo, de cómo darle continuidad, como su nefasto segundo largo (Second coming), editado cinco años después, atestiguaría. Se convirtió, junto al Dog man star de Suede, en el álbum que más rápido llenó las cuberas de las tienda de segunda mano del Reino Unido. El de Suede tal vez por ser demasiado bueno. El suyo por ser demasiado malo. Por eso no es de extrañar que esta noche en Barcelona, en el inicio oficial de su gira de retorno –hace unas semanas dieron un concierto sorpresa en la localidad británica de Warrington- tras 16 años de parón, en más de una ocasión sea inevitable pensar en Fabiola Quiroz como la responsable de todo esto. Fabiola fue hasta hace poco la esposa de Ian Brown, vocalista de la banda. Y lo que estamos presenciando aquí esta noche es culpa suya. Se divorció, y de aquellos polvos vinieron estos solos de John Squire. Ian necesita la pasta, y la necesidad bien vale hacer las paces con tu guitarrista, aunque sea a costa del funeral de la muerte de la madre de tu bajista. Finalmente, parece que Stone Roses se están construyendo una leyenda a la altura de sus temas.
El concierto arranca con I wanna be adored, tal vez uno de los temas más sobrevalorados de la historia del pop, y se confirma lo sugerido en la cola para conseguir una cerveza en la barra, o un kebab en el bar de la esquina: más de la mitad de la audiencia de este Razzmatazz casi lleno (este sábado, en la segunda noche del combo en la ciudad se ha colgado el cartel de no hay localidades, seguramente, debido a los horarios de los vuelos de Easyjet y Ryanair) aprendió a hablar en la lengua de Shakespeare, aunque parezca que para ellos un soneto será siempre un licor italiano. La idea de que el público Indie posee cierta sofisticación que el masivo ha sido superada. El tiempo nos iguala por abajo, y aunque cueste admitirlo, saltar en 2012 con los primeros acordes de Sally Cinnamon no es muy distinto a hacerlo con el anuncio de una nueva gira de los Rolling Stones, o emocionarse porque Springsteen ha sacado a tu ahijado a cantar el estribillo de Waiting on a sunny day.
El Indie ya tiene sus dinosaurios, aunque son más pequeñitos y manejables. Stone Roses lo confirman comportándose con una desgana que no puede coartarse ni como actitud y tocando con una profesionalidad –algo que se valora cuando se tienen 40 años y se pagan 60 euros por una entrada, pero que se obvia con 20 y los padres sufragando- que jamás en su carrera han tenido. A diferencia de su última visita, en el Benicàssim del 96, cuando su actuación fue de aquéllas en las que uno siente que en cualquier momento aparecerá alguien para anunciar que todo es una broma y que debemos todos saludar a la cámara oculta que ha estado enfocando nuestro amargor generacional, hoy los autores de Made of stone suenan sorprendentemente compactos. La voz de Brown, bien bajita, por si el fantasma de las desafinaciones pasadas vuelve en este año. Dickens, y la batería de Reni, desde siempre lo único que ha sustentando los directos del grupo, en primer plano, conduciendo la sucesión de grandes canciones al borde del abismo que ofrece la noche. Waterfall se pasea por el lado salvaje durante sus dos primera estrofas, hasta que encuentra su lugar en un mundo y propulsa un Shoot you down que calma los ánimos ante la llegada de un cuarteto final de temas cuyo poderío inspira pensamientos revolucionarios.
A saber, que Made of stone es el mejor tema de pop inglés jamás escrito. Que She bangs the drums tenía razón, y que, sí, ‘me puedes besar donde el sol no brilla, porque el pasado era tuyo pero el futuro es mío’. Y es que muchos de los miembros de esta generación, aunque ya calvos y divorciados, no entienden que su presente es lo que entonces era su futuro, y aún se sienten algo descastados, a la espera de que el poder les de la vez. La sala se viene abajo. Y ahí va This is the one, reventando el continuo espacio tiempo en una interpretación impecable, hasta que arriba Love Spreads, con sus manierismos a lo Led Zeppelin y se confirma que la de los 90 fue una generación acomplejada, que en el momento en que pudo definitivamente matar al padre, lo dejó marchar a por tabaco y volver con una reedición de Paul Simon.
"La de los noventa fue una generación acomplejada, que en el momento en que pudo definitivamente matar al padre, le dejó marchar a por tabaco y volver con una reedición de Paul Simon"
Así sonó 'Made of stone' la segunda noche de Stone Roses, el sábado.
Un bis extraño con I am the resurrection, que empieza como un trueno y termina como una ventosidad, y un Iam Brown molesto con un John Squire que ha ignorado su llamada a la retirada, finiquita un concierto raro, a medio camino entre la certificación del tiempo como pasado imperfecto y la esperanza de que se debe celebrar que solo seremos viejos una vez. Stone Roses, por casualidad, fueron la voz de una era y los epígonos de un movimiento, y hoy, por estas cosas que tiene la vida adulta -más traicionera y taimada que la joven-, podrían con esta gira convertirse definitivamente en esa banda que le permite a una generación poder, al fin, vivir una nostalgia propia con orgullo y sin complejos. Otra gerontocracia es posible.
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