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Sosiego

Juan Cruz

Escuché que en el Parlamento alguien del Gobierno adujo la falta de cobertura del caso de los ERE andaluces para explicar el sectarismo de la televisión del Estado. Millás suele decir que los políticos dicen algo para decir otra cosa, y eso los lleva a simular que cuentan algo para distraer la conciencia del que oye. En este caso debió pasar eso, pues quien haya visto la televisión (la del Estado) en estos últimos tiempos se habrá hartado de ver desfilar a la juez y a los implicados en el triste caso de corrupción que se dirime en Sevilla.

De modo que lo que quería decir en el Parlamento quien suscitó ese argumento era sin duda cualquier otra cosa. La principal, que no le gustaba la televisión que se hace, que quiere otra. Es legítimo, pero como decía aquel rector al que los estudiantes le exigían que contribuyera a derrocar a Franco, para llegar a cumplir ese deseo hay que seguir algunos trámites, y estos no son tan fáciles de deglutir como los trámites de quita y pon.

En primer lugar, la televisión del Estado ha alcanzado un alto nivel de credibilidad en función de un sistema que la puso en marcha tras los pasos de la BBC. Y esta vez no era solo un deseo, sino una acción. Sería muy insensato pensar que ese trayecto podía cumplirse en un día (o en unos años), pero es igualmente insensato pensar que el trayecto se cumpliría si, de pronto, se interrumpe.

La quiebra del afecto por el proyecto, que trasluce esa desviación de la realidad con respecto a la cobertura de los ERE, esconde la intención de arreglar el camino para que el proyecto deje de funcionar. Y eso tiene muchos riesgos, algunos de los cuales son políticos, pero no todos. España, que está en crisis, y en crisis va a estar hasta que no terminen de cumplir ciertos trámites, necesita instrumentos de sosiego en los que se asiente la información, la opinión y, en cierta manera, el acuerdo sobre el tono de la crónica de nuestros desastres (y de nuestras esperanzas). Echar a un lado, como sectaria, una radiotelevisión que no lo ha sido no suscita esperanza sino inquietud, y eso no le viene bien ni a esos medios ni a este país ni al semblante del invento.

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