9 fotosEn el calor del hogar de los literatosEn las entrañas del hogar y de la mente de los literatos 21 may 2012 - 19:03CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceSiempre he estado convencido de que lo que maduraba en los reinos de América era una mitología de la naturaleza como la que llena la India desde siempre. Templos del tigre, del mono y de la serpiente; ritos del agua, del fuego y de la madera balsámica; dioses de la creación, de la fertilidad y de la destrucción; danzas del tiempo cíclico y leyendas de la alianza del lago con el trueno. Un día, en las calles de Varanasi, encontré estas efigies mínimas de madera que representan a los dioses del Indostán. Sentí en ellos a la vez precursores de las mitologías americanas y su transformación en traviesas formas de la artesanía popular. Me gusta tenerlos allí, entre mis libros, dialogar con la imaginación de unos pueblos harto remotos y sin embargo misteriosamente familiares. william ospinaNo puedo saber ya como llegó a mí este amonites, que continúa conmigo tras sucesivos traslados y mudanzas. Me han dicho que puede tener entre los 400 y los 65 millones de años, pero es un compañero muy circunspecto, que se acomoda a los lugares con singular docilidad. Ahora lo tengo cuidando el montón de los libros que se han ido acumulando desde hace tantos meses en un lateral de mi estudio y a los que no acabo de dar destino definitivo, pues están pendientes de esa lectura que siempre me prometo y que se demora cada vez más. En el despacho hay muchos otros objetos, demasiados: en la mesa del ordenador, cerca del teclado en el que estoy escribiendo este texto, varias ranas -de plástico, de barro, de cerámica, de trapo- y algunas tortugas de materiales parecidos. Vuelven hacia mí sus cabecitas, inmóviles en el borde del invisible e impalpable estanque que me sirve de hábitat. Sobre la mesa, la pequeña figura de barro de un jinete montado en un gallo galopa hacia un mono de pasta encorvado. Más allá, en las estanterías, se ofrecen otros objetos raros, pero ninguno con tanta serenidad, con tanta firmeza como el amonites. Pienso que, con tanta edad, el amonites emite lo mismo que los libros sobre los que alza su tutela: señales de tiempo conservado, de tiempo hecho materia - en los libros de palabras, en el amonites de piedra- pero tiempo, al fin. Sin embargo, el tiempo del amonites es diferente. Sé que cuando este estudio desaparezca, y todos sus libros, y estas figuritas, y los muebles, y las lámparas, y el sillón donde mi gato dormita apacible, el amonites continuará existiendo, acaso sobre una repisa, o tirado entre cascotes, o enterrado. Este amonites, superviviente de tantos millones de años, permanecerá en el planeta cuando todos nos hayamos ido, y una vez más me conmueve su apariencia sencilla y su cotidiana cercanía.josé maría merinoLos objetos que compramos y llevamos a casa, inventan para nosotros un proyecto de felicidad. Instalados en la habitación, hablan, tienen sentimientos, preservan la memoria, nos sobreviven. Ningún objeto es un paria, merece ser marginado. Otros, heredados, como mi ángel de cobre, de tamaño minúsculo, se encuentra colgado en la pared de mi habitación. Él no se mueve, salvo cuando deambulo por la casa y parece que me acompaña con sus alas protectoras. Lo heredé de mi madre, me lo presentaron cuando nací. Ella lo guardó hasta su muerte como prueba de su amor maternal. El ángel es, así, el certificado de mi génesis, de mi suerte. Lo guardo celosamente, como parte del escenario de mi cuarto. Cuido del angelito de cobre para que la vida no lo cubra de polvo. Quiero que me siga hasta mi despedida. A cambio de esos cuidados, de ser objeto de culto, él quiere saber a quién se lo voy a dejar, para que su historia, una vez iniciada conmigo, no caiga en el olvido. Le doy la atención. Después de todo, le debo amor, compasión y unas cuantas lágrimas. ¿Y, por qué no, si nunca me ha traicionado ni me ha dejado de advertir de los peligros del futuro? Por otra parte, este angelito de cobre, me inspira valentía y arrebatos emocionales cuando la vida se tambalea. Me asegura que fui amada en su justa medida. Hago así, a través de él, la declaración de amor que el mundo espera de mí. Así será. O anjo de cobre Os objetos que compramos, e levamos para casa, inventam para nós um projeto de felicidade. Instalados na sala, eles falam, têm sentimentos, preservam a memória, sobrevivem a nós. Nenhum objeto é pária, merece ser marginalizado. Outros, herdados, como o meu anjo de cobre, de tamanho minúsculo, jaz dependurado na parede do meu quarto. Ele não se move, salvo quando perambulo pela casa e parece me acompanhar com suas asas protetoras. Herdado da mãe , de verdade foi-me presenteado quando nasci . Mas ela o guardou até a morte como prova do seu amor materno. O anjo é, pois, o certificado da minha gênese, da minha sorte. Zelo por ele, que faz parte do cenário do quarto. Cuido do anjinho de cobre para a vida não cobri-lo de poeira. Quero que me siga até a minha despedida. Em troca de tais cuidados, de ser objeto de culto, ele quer saber a quem vou deixá-lo, para que sua história, uma vez iniciada comigo, não caia no esquecimento. Dou-lhe atenção. Afinal, devo-lhe amor, piedade e algumas lágrimas. E por que não, se jamais me traiu ou deixou de me advertir quanto as ciladas do futuro? Além do mais, este anjinho, de cobre, inspira-me bravuras e assomos emocionais sempre que a vida fraqueja. Assegura-me que fui amada na medida certa. Faça, portanto, por meio dele, a declaração de amor que o mundo espera de mim. Assim será.nélida piñónHamaca Yucateca que me regaló mi madre (también Yucateca). La tengo colgada aquí, junto a mi mesa de trabajo. (La estoy viendo en este momento)JISdaniel mordzinskidaniel mordzinskidaniel mordzinskidaniel mordzinskidaniel mordzinski