Una amarga decepción
Fracaso de la corrida de Cuadri, uno de los ganaderos más respetados Una muestra de que los toros son un misterio
El fracaso de la corrida de Fernando Cuadri, uno de los ganaderos más respetados y queridos de este país, un reconocido científico del toro, ha supuesto una amarga decepción. Era la esperanza blanca y el triunfo necesario para volver a creer en el futuro. Pero, una vez más, se ha vuelto a demostrar que el misterio del toro es insondable. Es una lotería acertar con la manipulación genética para que la armonía exterior responda a un compendio de poderío, codicia, casta, bravura y nobleza.
Los toros de Cuadri tuvieron una presentación irreprochable, un trapío imponente, hondos y serios todos, aplaudidos la mayoría al salir al ruedo, una pasarela del toro guapo que produce una profunda admiración.
Pero ahí acabó su gracia. Los picadores los lucieron en los caballos, pero ninguno metió la cara en el peto y empujó con los riñones; antes bien, flojearon, se repucharon, hicieron sonar los estribos y cantaron, al final, la gallina. Ninguno de los seis acudió con franqueza a los capotes ni al cite de los banderilleros. Y ninguno llegó a la muleta con recorrido, con acometividad, con casta, con nobleza… Por el contrario, desarrollaron sentido, y se mostraron correosos, desangelados y sin recorrido. Una amarga decepción, y una prueba más de que la ciencia de Fernando es incompleta porque la bravura sigue siendo un misterio insondable.
Cuadri/Barrera, Castaño, Aguilar
Toros de Hijos de Celestino Cuadri, muy bien presentados, serios y hondos, blandos, mansos, broncos y descastados.
Antonio Barrera: media perpendicular y caída -aviso- y dos descabellos (silencio); casi entera caída, cinco descabellos y el toro se echa (silencio).
Javier Castaño: pinchazo, estocada, dos descabellos -aviso- y dos descabellos (ovación); pinchazo y estocada contraria (silencio).
Alberto Aguilar: casi entera -aviso- y cuatro descabellos (ovación); media -aviso- y ocho descabellos (silencio).
Plaza de la Maestranza. 17 de abril. Sexto festejo de abono. Media entrada.
Y frente a ellos, tres toreros valerosos, que ocupan puestos en la zona media del escalafón y que andan a la caza y captura de un éxito rotundo que los catapulte al estrellato. Pero tampoco pudo ser.
Vaya por delante que Barrera, Castaño y Aguilar se hacen acreedores de toda consideración y respeto al enfrentarse a cuerpo limpio con una corrida tan dura y dificultosa como la de ayer. Quizá, su única opción sea jugarse la vida ante estos duros hierros para aspirar a otros más cómodos o, sencillamente, salir airosos para continuar en la brecha de la dificultad extrema.
El problema se agiganta cuando toros como los de ayer exigen una entrega total para que se pueda tocar el triunfo con las manos. El valor no es suficiente; es necesario ese paso más que une el conocimiento técnico con la heroicidad.
Antonio Barrera, por ejemplo, estuvo valeroso y aseado, pero muy por debajo de la condición de su segundo oponente. Es difícil torear más despegado, más fuera cacho, más al hilo del pitón, más aliviado y ventajista que este torero ayer. Y así no se deja nunca de ser una promesa. Ese cuarto toro lo superó con creces, y nada pudo hacer ante el agotado primero.
El lote de Castaño, de cortísimo viaje y malas artes, solo le permitió mostrar una valentía rayana en la temeridad, metido entre los astifinos pitones, jugándose los muslos en cada trance. Y esa fue su victoria: asustar para poder seguir asustando. Muy meritoria, no obstante, su actuación.
Y la misma suerte corrió Aguilar, todo pundonor, temperamento y decisión. Quizá no estuvo a la altura del tercero, duro como los demás, ante el que le faltó mando en la muleta, y se la jugó ante el buey sexto, al que robó algunos pases por su ilimitado constancia.
Babelia
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