Moraleja: que lo pinte Chagall
Por primera vez se exponen en España 100 de los grabados con los que el artista bielorruso ilustró los célebres relatos didácticos de La Fontaine
“Marc Chagall supo llegar al corazón de la poética de La Fontaine”. De esta forma describe la coleccionista Silvia Guastalla el arte de los 100 grabados que el pintor bielorruso (Vitebsk, 1887- Saint Paul de Vence, Francia, 1985) elaboró entre 1927 y 1930 para ilustrar las famosas fábulas del escritor francés (1621-1695). Es la primera ocasión en que se muestran en España, ya que con anterioridad solo se expusieron en 2004, en el Museo Barbella, de Chienti (Italia). Guastalla es la italiana propietaria de este centenar de obras que, “más que una simple ilustración, son una creación, una auténtica y original obra de arte”, señala vía correo electrónico.
La lechera y su cubo de leche, La gallina de los huevos de oro, El zorro y las uvas, El lobo y el cordero… están entre estos grabados que, con unas dimensiones de 300 por 240 milímetros de media, configuran la exposición Marc Chagall. Las fábulas de Jean de La Fontaine, que que podrá contemplar en el Museo de la Pasión, en Valladolid, hasta el 20 de mayo.
El Chagall que con la técnica del aguafuerte dio vida a los animales y humanos de los relatos moralizantes de La Fontaine había llegado a París en 1923. Precisamente aprendió francés escuchando a su mujer la lectura de estas fábulas. En la capital francesa, Chagall conoció a pintores, poetas y marchantes, se empapó de las obras de Rembrandt, Manet, Matisse y Picasso y un amigo le presentó a Ambroise Vollard, un galerista muy interesado en los libros ilustrados, explica en el catálogo de la exposición su comisaria, María Toral. Vollard le encomendó primero que ilustrara Las almas muertas, de Gógol. Impresionado por el trabajo del artista judío, le encargó después los grabados de las fábulas de La Fontaine, pese a las reticencias de una opinión pública que no vio bien que algo tan francés lo plasmara un eslavo: “Chagall tiene una estética muy cercana a la de La Fontaine, densa y sutil, realista y fantástica”, se justificó el marchante, para quien su elegido estaba además “muy vinculado al espíritu oriental que poseían las fábulas que, en cierto modo, se habían basado en las de Esopo”.
Lógicamente, no era la primera vez que un artista ilustraba estos cuentos de animales que representan los vicios y las virtudes humanas. Cuando La Fontaine los publicó en 1668, ya lo hizo en una edición de lujo con ilustraciones del dibujante Chaveau, a la que siguieron otras como la de Gustave Doré en 1867. Así que, para estar a la altura, Chagall viajó por pueblos y la costa francesa para pintar mejor las moralejas de las historias. María Toral señala que el resultado, los cien gouaches, “entusiasmó a Vollard, pero los colores empleados eran demasiado complejos para las técnicas de grabado que había entonces”. Esta dificultad añadida a la temprana muerte del galerista en un accidente de tráfico y a la II Guerra Mundial –el judío Chagall se marchó a Nueva York y no volvió a París hasta 1948– retrasó la publicación de los grabados. Los originales se expusieron por fin en París, Berlín y Bruselas, y fueron adquiridos por coleccionistas privados. El paradero de la mayoría de esas obras se desconoce en la actualidad.
Fue en 1952 cuando un crítico de arte amigo de Chagall retomó la razón primigenia del encargo de Vollard y logró la publicación en Ediciones Verve de 200 grabados, 85 de ellos coloreados por el propio artista. Los 100 grabados que pueden verse ahora en Valladolid fueron comprados “hace mucho tiempo” por la familia de Guastalla. Para esta galerista, su favorito es el de El zorro y las uvas [que puede verse en la fotogalería que acompaña esta información]. “Me gusta sobre todo por la cantidad de vacío que contiene la imagen. Los dos protagonistas están en ángulos opuestos, casi al borde del papel. Es una composición en la que se hace patente el deseo del zorro y su imposibilidad de conseguirlo. La fábula es también una de mis preferidas, y su moraleja, universal”. Unas enseñanzas en definitiva que permanecen tan vigentes como cuando las escribió el poeta francés. Y si no, ahí queda una sentencia suya que preside la exposición: “Todos los cerebros del mundo son impotentes contra cualquier estupidez que esté de moda”.
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