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Escandalizar

David Trueba
El grupo Pussy Riot
El grupo Pussy Riot

Desde que los bankos le robaron la letra K a los antisistema, se impuso una enorme esquizofrenia en los actos subversivos. Si uno observa con atención, verá que hay situaciones invertidas. Okupa y resiste parece ser un lema de grandes empresas y organismos financieros. En las manifestaciones no es raro que las fuerzas del orden se ocupen de organizar los desórdenes, cuando no acuden encapuchados a interrogar a padres de familia, y muchos medios de comunicación consolidados se comportan como fanzines transgresores y hojas volanderas de pasional filiación política. En la pasada feria de Arco, los graffiteros fueron los artistas más reconocidos. Y seamos sinceros, para los pasotes de cocaína y el derroche, para pagarse juergas y montar infraestructuras caprichosas, deficitarias y surrealistas, no ha habido nadie más habilidoso que los cargos públicos y concejales del ramo.

En otro tiempo, aún se producían actos transgresores que provocaban escándalo a la gente de buenas costumbres, pero ahora para superar las declaraciones de algún político habría que reinventar el dadaísmo. Hoy lo subversivo es pagar impuestos y respetar la ortografía. La detención de las Pussy Riot, las chicas punkies feministas que invocaban en una catedral ortodoxa rusa a la Virgen para que echara del poder a Putin, es un acto casi de justicia histórica. Nos retrotrae a los tiempos en que España aprendía a comportarse como una democracia y Las Vulpes cantando Me gusta ser una zorra desencadenaban ríos de tinta censora, provocaban el cierre de un programa musical y procesiones de desagravio.

Que estos raptos de protesta sean castigados con más fiereza institucional que las irregularidades electorales, nos devuelve una imagen de lo que significa el orden. Para que alguien se escandalice, los actos deben estar específicamente realizados bajo las ordenanzas del tópico escandaloso. Llevarse a cabo siguiendo el protocolo de lo subversivo y con los disfraces habituales de este tipo de actuación. Como si para hacer el payaso fuera imprescindible ponerse una nariz roja, para considerar algo escandaloso tiene que estar protagonizado por alguien medio en pelotas y con un crucifijo sacado de contexto. Mientras tanto, lo escandaloso de verdad se puede impartir desde las más respetadas instituciones sin que nadie se dé por ofendido.

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