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¿Por qué se esconden algunas estrellas del pop detrás de la máscara?

Desde los Residents a John Talabot, el pop lleva 40 años alumbrando artistas que se esconden detrás de una máscara El anonimato y el celo por la vida privada multiplica el interés del público

Daniel Verdú

Hay algo obsesivo en ponerle cara a lo desconocido. En suponerle un rostro al dueño de una voz o en jugar a adivinar hasta qué punto puede llegar a ser humano alguien con determinados poderes, aunque sean musicales. El principio del superhéroe está claro: la máscara pertenece al ámbito laboral y permite desarrollar la profesión sin las incómodas interferencias de la vida real. Y al revés, diríamos que ayuda a vivir entre el resto de humanos lo más discretamente posible para no perder de vista cierta perspectiva. Al superhéroe de verdad no le interesa el reconocimiento mundano por sus hazañas: ¿imaginan a Clark Kent bebiendo champán en una fiesta rodeado de mujeres guapas dispuestas a recompensar lo más terrenalmente posible sus éxitos como travestido de mallas azules? Y ahí, en ese extraño trauma freudiano entre lo público y lo privado de uno mismo, parece que los personajes de las viñetas se encuentran con una estirpe de músicos que han utilizado en los últimos años una máscara para ocultar su identidad. Y de paso, multiplicar por cien el interés que despiertan.

El músico John Talabot.
El músico John Talabot.Caterina Barjau.

El último socio en entrar al club que fundaron The Residents ha sido el barcelonés John Talabot, que en realidad se llama Oriol Riverola y que utilizó el nombre de su antigua escuela para titular su proyecto artístico. No le gusta hacerse fotos ni enseñar la cara (en este periódico aparece siempre con el rostro tapado con papel de aluminio o sobreiluminado) y acaba de sacar un impresionante álbum titulado fIN). Tampoco le entusiasma aparecer demasiado seguido en los medios ni saturar al público con su imagen. Una aparente combinación de cuidado exquisito por su carrera y una protección desmesurada a una fama sobrevenida. Cuando le han preguntado por el asunto ha argumentado que lo importante es la música, no él. Un contraste radical con la figura del productor/dj de finales de los noventa que se convirtió en la versión nuevo rico de una rockstar. En eso hemos avanzado algo.

El problema, como pasa con todos estos enmascarados del pop, es hasta qué punto esa especie de timidez o voluntad de permanecer en el segundo plano no causa justo el efecto contrario. Está claro que si eres un mamarracho sin ninguna aptitud artística, llevar una máscara no hará que tu música suene mejor. Sonará a la música de un mamarracho con máscara. Poseyendo un talento fuera de discusión como el de Talabot o, pongamos, el rapero MFDoom, el artificio de la careta se convierte en una especie de fenómeno viral en toda regla y en uno de los principios fundamentales del marketing de los últimos años. Adjetivos como “misterioso” o “enigmático”, que tan bien le sientan, por ejemplo, al casi desconocido Burial (él lo lleva al extremo renunciando incluso a actuar en directo), son la etiqueta perfecta para vender un producto musical que aroma a auténtico.

En el caso de MfDoom (bautizado como Daniel Dumile e inspirado en un supervillano de Marvel para su nueva identidad), la máscara es una suerte de crítica al culto a la persona que se estableció en el hip-hop de los noventa, con estéticas como el bling-bling y el insoportable macarreo del género. Su máscara, sacada del superhéroe de Marvel XXX también ha acabado formando parte de su potentísima imagen de culto y estandarte del hip-hop independiente, pero como decía David Broc recientemente en estas páginas “el mensaje ha calado: a Dumile no le interesa la fama, la celebridad, el reconocimiento y el estrellato, solo le importa que sus grabaciones sean relevantes. Si nos lo cruzamos por la calle nunca sabremos quién es y qué ha hecho”. Digamos que no eligió ser rapero para tener una vida determinada, sino que la música le eligió a él.

SBTRKT, lo último surgido de las cenizas del dubstep, ha alcanzado notoriedad desde que se oculta detrás de una máscara tribal

El problema es que la broma de la máscara (o la manía de ocultarse de la manera que sea) empieza ya a ser muy habitual. En Inglaterra, surgido de las cenizas del dubstep y, como no, de las fiestas Plastic People dónde se juntaron muchos de los productores que hoy han empezado a virar hacia el house, emerge ahora SBTRKT. Dedicado a la música desde hace tiempo, no ha sido hasta que ha abrazado este nuevo proyecto, oculto detrás de máscaras tribales, cuando ha alcanzado un grado de notoriedad cpmsoderable en Inglaterra (y poco a poco en el resto de Europa). Su talento está fuera de duda, pero su sonido, pese a ser muy personal y cuidado, está dentro de una corriente que podría enmascarar mas su singularidad, si no fuera, precisamente, por la máscara.

Algo muy distinto de lo que ocurrió con Daft Punk. El dúo francés, que se conoció en el instituto y empezaron como una banda indie, hizo algo tan único en su momento, de un personalidad tan fuerte e incomparable para lo que corría entonces, que el hecho de que cubrieran siempre sus rostros con un casco (y que circulase la leyenda urbana de que en sus actuaciones contrataban a una pareja de dobles), era casi lo de menos. El lanzamiento de Homework, un hito absoluto en la música de baile, eclipsó cualquier otra dimensión que pudiera tener el proyecto. Hoy, consagrados, con la banda sonora de Tron Legacy como último trabajo editado, todavía no se dejan fotografiar sin sus cascos, aunque muestren su rostro al entrevistador y circulen algunas fotografías de su etapa pre-robot.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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