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Clintitiritero

David Trueba
Clint Eastwood en una imagen de archivo
Clint Eastwood en una imagen de archivo

Madonna logró elevar hasta 114 millones de espectadores la audiencia de la Superbowl con el espectáculo comprimido que exige la pausa de la media parte. La madre superiora de la música que hoy es hegemónica salió a escena con un guiño casi de la zarzuela La corte de Faraón y no dejó pasar la fina ironía de transformarse en la cheerleader de sí misma. Un triunfo de la madurez aeróbica. Pero ha sido otro incombustible, Clint Eastwood, que en mayo cumplirá 82 años, quien ha desatado pasiones a causa de un anuncio de coches también emitido en la media parte.

El actor y director se prestó a lanzar un mensaje de esfuerzo y esperanza auspiciado por la Chrysler. El anuncio quería ser una empujón al optimismo desde Detroit, la ciudad fabricante de coches, para el país. Ante frases tan inequívocamente patrióticas como "pronto el motor de América volverá a rugir de nuevo", nadie imaginaba que se convertiría en combustible para la polémica ideológica.

Los republicanos más radicales, teledirigidos por el locutor O'Reilly, han acusado al anuncio de ser propaganda de Obama, de transmitir sus valores y bendecir las políticas de inyección económica desde el gobierno para desbloquear la recesión. Lo hacen contra un Eastwood, de ADN republicano, antiguo alcalde de Carmel y sus puestas de sol, que reconoce en público que hace siglos que no vota a los demócratas, salvo en alguna ocasión para gobernador de California. Pero quizá molesta aún más que en los últimos tiempos y entrevistas, un conservador clásico como él insista en que la política no debe entrometerse en el modo de vivir de las personas, y que prohibir el aborto o los matrimonios homosexuales, contradice el verdadero espíritu liberal. No parece que tirar piedras contra una roca como Eastwood sea la más inteligente estrategia de quienes resumen su discurso en un solo principio: el odio a quien piensa distinto. El enconado combate ideológico persigue que la gente no pueda expresarse con libertad y condiciona cualquier discurso a la dicotomía, no ya de las dos Américas o las dos Españas, sino de los dos mundos. Nadie está a salvo de las iras de los que decidieron que la razón les pertenece durante el tiempo que dure el partido, incluidos los intermedios.

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