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El laboratorio de baile del Arsenale se convierte en una gran escuela internacional

La prestigiosa escuela de danza pasa a formar parte de la estructura de la Bienal de Venecia.- La coreografía de Ismael Ivo sobre Babel resulta una explosión metafórica coral

La crisis es un tema recurrente también en la Bienal de Danza de Venecia (en marcha hasta el 25 de junio) que desde hace tres ediciones se encaminaba a un usufructo más equilibrado de los recursos disponibles y a la puesta en marcha del Laboratorio del Arsenale, una verdadera escuela de profesionalización para jóvenes bailarines de todo el mundo con capacidad para 25 plazas por curso. Pese a la crisis, en una reciente entrega de diplomas, el presidente de la Bienal, Paolo Baratta, anunció que por fin el laboratorio se reconvierte, a partir de esta edición, en un organismo estructural y estable en el marco de esta insoslayable cita cultural. Esta consolidación de la danza en la biennale es sin duda el logro principal tanto del coreógrafo brasileño Ismael Ivo como del propio Baratta. La Bienal, el ente artístico más poliédrico y complejo de Europa, que reparte sus actividades entre el cine, la música contemporánea, la danza, las artes visuales y el teatro (sector en el que se estrena en octubre como directo el barcelonés Alex Rigola), da ahora al baile moderno un puesto privilegiado de actuación, experimentación y desarrollo, además de la mejor de todas las vitrinas posibles.

Jóvenes bailarines de Rusia, Estados Unidos, Suecia, Brasil, Grecia, Canadá e Italia con una edad media de 23 años permanecen algo más de cinco semanas ligados a la ciudad y a la experiencia con profesores de muchos sitios y tendencias, y sobre esta intensa práctica, el propio Ismael Ivo ha creado Babilonia, el tercer paraíso que volvió el pasado día 13 al coqueto, simbólico y añejo escenario del Teatro Malibran, una creación de casi hora y media de metraje al que se agradecería un poco de tijera por parte de creador.

La poética metáfora del Arsenale de la Danza como fábrica y nuevos bailarines es atinada. Allí antaño tanto se creaban nuevas embarcaciones para lanzarlas a la mar como se reparaban otras. Axial ahora, el mismo sitio atrae a bailarines para ser modelados en las exigencias escénicas de hoy, y que comenzaran su carrera profesional y activa en muy diversos puestos y circunstancias. La colaboración concreta con Brasil tiene una característica especial, recupera de barrios marginales a niños y jóvenes con aptitudes para la danza, los entrena y les da una oportunidad en la vida. Algunos de ellos han pasado la criba y ya han bailado profesionalmente por primera vez en su vida nada menos que en la Bienal de Venecia.

En la Babilonia ideada por Ivo se exprime una energía galopante y una buena danza expuesta a base de situaciones extremas tanto de grupo como de forma solista, aun faltando un poco de unidad. La idea respira cosmopolitismo y la pretensión global ahoga otros particulares. La obra dista bastante de ser un producto cohesionado o definitivo; usa un velo transparente como cuarta pared (un recurso que puso de moda hace más de una década Martha Clarke con su Viena y que hasta Cunningham usó en Biped), uno más de los muchos efectos tecnológicos que abruman y que salva del caos la estupenda plantilla, esa formación eventual y por efímera no menos exitosa.

El uso de las piezas barrocas cantadas por Cecilia Bartoli (la mayoría de ellas creadas en origen para los castrati del siglo XVIII) junto a músicas y electroacústicas no logra un empaste propio, una lógica estilística. La yuxtaposición sucede y progresa, pero no concluye pues por lo general el sonido contemporáneo usado carece entidad estética, de altura.

Hay un cierto horror al vacío escénico en Ivo y su articulación de lucha y confrontación rota sobre la metáfora de la supervivencia en un mundo cruel, deshumanizado y en el que, obviamente, se habla en varias lenguas a la vez y se circula en muchas direcciones alternas. Esa base sinfónica atraviesa la obra y da un tono de redención vital finalista, como si de todos los desastres emergiera una nueva generación dispuesta a no rendirse. Los referidos estéticos están claros, desde Pina Bausch al José Limón de Judas (una revisión de La Última Cena más cerca de Veronese que de Leonardo). Algunos bailarines tienen ya personalidades descollantes y están muy dotados. El símbolo del centauro se queda en la retina, como si toda advertencia de la mitología clásica traída a hoy siguiera vigente y siguiera siendo útil, lo que quiere decir que en Babel o en cualquier sitio los hombres modernos siguen siendo los mismos.

Babilonia, de Ismael Ivo
Babilonia, de Ismael IvoAKIKO MIYAKE

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