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Cuando EL PAÍS no era todavía EL PAÍS

La furia del principio, de cualquier principio, está en cada línea de esta crónica del origen del periódico más importante de la democracia en España, cuando nadie sabía qué iba a ser en el inmediato futuro de una redacción muy joven, frenéticamente nicotínica. Rosi Rodríguez Loranca estuvo ahí desde entonces, marzo de 1976

El edifio de EL PAÍS, en la calle Miguel Yuste, número 40, de Madrid, en 1978.
El edifio de EL PAÍS, en la calle Miguel Yuste, número 40, de Madrid, en 1978.EL PAÍS

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El edificio triste de ladrillo gris

La mente es caprichosa porque he olvidado el día que mis hijos me llamaron mamá por primera vez y sin embargo puedo contarles fielmente lo que sucedió la primavera del 76 como si la viviera ahora.

Y aquí estoy, en la recepción de Miguel Yuste, 40. Miro el reloj grande y anodino de la pared y absurdamente pienso en el poema de García Lorca porque son las cinco en punto de la tarde. Al entrar, suelto un ufff de alivio, pues me ha costado bastante llegar. El periódico está en una zona industrial que se llama Polígono H, rodeado de fábricas como Pikolín, Triumph, Mirto, Clesa y la empresa estatal de armamento Cetme, vigilada y protegida por miembros de la Guardia Civil con sus torretas y todo, como si fuera una cárcel. A los que he preguntado dónde está el diario que se llama EL PAÍS desconocen su ubicación.

He estado aquí esta mañana haciendo los exámenes, pero me ha traído mi hermano en coche y el trayecto se me ha hecho cortísimo porque me lo he pasado intentando separarme las pestañas, que de tanto rímel parecían un mazacote y atusándome el pelo, como si me fuera la vida en cada mechón.

Me aguarda el jefe de Personal mismo. Cogemos el ascensor y pulsa el botón de la segunda planta. No hemos tardado ni un minuto, pero cuando se abren las puertas tengo la sensación de que es la sala de otro planeta: unas 50 personas escribiendo -por decirlo suavemente porque lo que hacen es aporrear las teclas-, mientras hablan, con los cigarros en la comisura de los labios, y un montón de teléfonos sonando, sin que nadie se apiade a callarlos.

-Señorita, la Redacción.

-¡Guaaauu, qué grande!, respondo, con el asombro del niño que ve por primera vez un gigante en el pasacalle.

Nos acercamos a la izquierda, a unas paredes de cristal que asemejan una pecera grande –luego he sabido que, con lógica, todo el mundo se refiere esa zona como la pecera- y conozco a quien va a decidir si soy apta para el puesto o no: el redactor jefe.

Alto, serio, enjuto, distante.

-¿Cuál es su nombre?

-Rosi.

-Ah, Rosa, siéntese aquí que le voy a hacer un examen.

Coge un trozo de papel extraño -que dice ser un teletipo, más fino que una hoja normal, de color y corto, que le acaba de entregar un chico- y empieza a leer a tal velocidad que casi se atraganta y, por supuesto, comiéndose las comas, los puntos seguidos y los aparte.

Inexplicablemente estoy en suerte porque he mecanografiado la noticia que he cogido a taquigrafía sobre una asociación ilegal de militares, la UMD, y el hombre sieso me ha dicho:

-De momento, Rosa, puede quedarse.

Y me ha mostrado una mesa en mitad de la Redacción, con tres teléfonos raros, una Olivetti y un cacharro extraño, que me atrevo a preguntar qué es y responde:

-Qué va a ser: un interfono.

Acabo de sentarme.

Al minuto escaso suena uno de los aparatos:

-Rosa, búsqueme al hombre de las nieves.

Cuelga, pero reconozco la voz del estirado redactor jefe.

Disquisiciones mentales rápidas:

Una, me está tomando el pelo y quiere que le pregunte cómo voy a buscar al abominable.

Dos, esta gente, por muchos conocimientos que tengan, en el fondo alguno será de pueblo también y seguro que es el apodo que le han puesto a alguien.

Mi inclino por la opción dos. Deduzco que el hombre de las nieves peinará canas y será feo. Echo un vistazo rápido: sólo veo jóvenes –chicos y chicas- y todos muy majos. Me levanto y pregunto a uno que ni fuma ni habla ni escribe y me está mirando:

-Perdona, ¿puedes decirme cómo encontrar al hombre de las nieves?

-Claro, guapa, y me escribe su número de teléfono de siete cifras pero sin apuntar el nombre.

Definitivamente estoy en racha. Descuelgo un teléfono y marco los números del papel. Solo oigo: “Centralita”. Vuelvo a marcar: “Centralita” y así hasta cinco veces. Me estoy poniendo nerviosa y doy un recital de piano tocando los tres aparatos: “Centralita, centralita…”. Buah, es marzo pero me estoy asando. Me quito el jersey. Nada, que me falta el aire y empiezo a desabrocharme la camisa, levanto la cabeza y un montón de ojos me dicen:

-Niña, el cero, que hay que marcar el cero.

Pues ese cero a la izquierda me ha salvado. Rezo para que el teléfono lo coja una voz masculina y no tenga que preguntar por nadie. Lo hace e inmediatamente le paso al redactor jefe porque en una de las teclas pone redactor jefe, que si no, no sabría qué narices hacer.

Prueba superada.

Son las seis y media.

Voy a levantarme para refrescarme porque estoy ardiendo pero una voz distorsionada del aparato sin auricular me detiene.

-Dile a Augusto que se pase por Confección, que cierre la entradilla, que ponga las negritas en caja alta, las cursivas en caja baja y las redondas las cambie de cuerpo porque casi no se ven. Que meta un par de ladillos y que pida de una puñetera vez la papela.

Cuelga.

Esto es lo que ha dicho, pero lo que yo deduzco es algo así:

Tengo que decirle a alguien que se llama como el emperador romano que vaya a Corte y Confección y cierre la puerta pequeña de la entrada. Que donde estén las jovencitas negras y las señoras con curvas cambie unas cajas y a las más redondas o gorditas les haga algo en el cuerpo. No sé si ha hablado de hacerles unos dobladillos o darles unos bocadillos. De lo único que me he enterado es de que les pida la papela porque mi novio es policía y sé que es el carné de identidad.

Me pongo de pie y oteo la Redacción: no veo telas por ningún sitio ni gente cosiendo ni chicas de color ni señoras orondas ni curvilíneas.

Tengo el pelamen largo y abundante y quisiera arrancarlo porque me estorba como si me colgara una escoba. Hasta la saciedad me han dicho las monjas del internado que vista con decoro, pero me desabrocho otro botón de la ajustada camisa porque ahora sí que me va a dar algo.

Por lo visto, para entrar en la NASA hacen unas pruebas alucinantes para ver la capacidad mental de los aspirantes. La diferencia es que yo no quiero ir ni a la Luna ni a ninguna parte del espacio. Respiro hondo y decido emplear ese sentido que dicen es tan poco común:

A ver, Rosi, cálmate, porque es imposible que alguien se invente un lenguaje tan extremadamente raro para pillarte. Piensa. ¿Qué se hace aquí? Un periódico. ¿Para qué sirve un periódico? Realmente desconozco el fin último para el que se utiliza –los vecinos lo usan para envolver y asustar al perro- pero supongo que lo que pretenden es contar lo que pasa de una manera clara para que la gente lo entienda. ¿Y con qué se escribe y se cuentan las cosas? Con palabras.

¡Eureka! Lo tengo: necesito un diccionario y veo varios.

No volveré a decir jamás que he sacado matrícula en Lenguaje porque casi todas las palabras que oí salir del cacharro están aquí pero con otros significados, aunque saberlo no me consuela ni me ayuda porque estoy tan perdida como el día que vine a Madrid con ocho años y me extravié en el metro de Sol.

Vuelve a sonar el teléfono. Otra vez el redactor jefe.

-Rosa, por favor, necesito planillos, maquetas, papel pautado, un número cero y pida usted misma la papela. Rápido.

Cuelga.

Abro nuevamente el diccionario. Vaguedades. Ni una maldita foto de lo que tengo que encontrar. Me levanto y solo veo papeles, periódicos, libros y cuadernos, pero lo que se entiende por maquetas de algo, planos pequeños o papel raro, nada. Tampoco veo ceros ni números por ningún sitio.

Nuevamente aúlla el teléfono.

-Rosa, pero ¿qué hace leyendo? Que me urgen los planillos y el número cero y recuerde la papela.

Mientras tanto, un pi pi pi pi pi pi pi piiiiii horroroso saliendo del interfono al tiempo que una voz dice: ¿Pero quieres apagar ya el puto cacharro?

Ha debido de pasar una ráfaga de frío siberiano porque estoy temblando. Sólo oigo el pumpum, pumpum, pumpum del bombeo del corazón. Intento seguir sonriendo pero las lágrimas me salen en cascada. Creo que me mareo y voy a vomitar. Qué vergüenza. Tengo que hacer un esfuerzo. Me levanto y, gimoteando, entro en el cubículo cristalino y le digo al incrédulo redactor jefe:

-No estoy preparada para trabajar en la Redacción porque le confieso que no he leído jamás un periódico y no puedo hacer lo que me pide porque cuando habla no le entiendo. De verdad. No le entiendo nada y lo único que podría hacer me da corte porque ¿cómo voy a pedir la documentación como si fuera la pasma? Me he ganado un cero, pero no sé cómo conseguir uno para usted. Lo siento muchísimo porque estar aquí es un sueño, pero no soy la persona adecuada.

O no lo esperaba o le ha conmovido mi extremada palidez pero el lobo se ha transformado en cordero y suelta una carcajada:

-Pero criatura, que la papela es un resumen de las noticias más importantes que daremos al día siguiente y tienen que escribirla los jefes de cada sección para comentarlas en la reunión. Y el número cero es el periódico que hacemos pero que no imprimimos todavía porque EL PAÍS no ha salido a los quioscos.

Sin embargo, Rosa, tiene la humildad de reconocer públicamente su ignorancia y en este país –si se refiere al periódico o a España nunca lo sabré- todo el mundo cree que lo sabe todo. Es usted la nueva secretaria de Redacción.

Estupefacta, abro tanto los ojos que paro las lágrimas y oigo nuevamente el tintinear de las máquinas. Ya no tiemblo y con la cara ardiendo otra vez susurro un “Gracias, muchísimas gracias” y salgo como una bala de la pecera por si cambiara de idea.

Al poco, un ordenanza fuerte, con esa bonhomía que le confiarías la vida, se acerca y me entrega un dibujo de bienvenida.

-¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

Le enumero los pedidos imposibles y me dice que está chupado y que es cosa suya. Enseguida sé que estoy estrechando una mano amiga.

Son las siete de la tarde. Piso la calle. Dudo si coger la P 9 o el 28 porque no hay metro cerca.

Cuando pierdo de vista el edificio triste de ladrillo gris que no quiere atrapar la luz y hace que trabajen los fluorescentes de día, levanto los brazos en señal de victoria aunque no he realizado ninguna proeza sino más bien la simpleza de reconocer como Sócrates que no sé nada.

Si Astérix hubiera conocido a esta gente, jamás hubiera dicho lo locos que están los romanos….

II Profesión: feriante

Morfeo ha huido de mi cama hasta la madrugada porque estoy demasiado excitada para dormir. Normalmente empleo un rato para analizar lo que he hecho por el día y no puedo leer porque duermo al lado de mi abuela y no puedo encender la luz para no despertarla.

Hace unas semanas vi en un programa de entrevistas de Televisión Española que iba a salir un nuevo periódico. Llamé a la cadena y, para mi sorpresa, me dan una dirección de la calle Núñez de Balboa para que contacte con la empresa que lo va a editar.

Ese mismo día les envío una carta manuscrita ofreciéndome para trabajar con ellos de lo que sea. Mis conocimientos periodísticos son nulos y he hecho hincapié en el expediente académico. Parece que tener tantas matrículas abre muchas puertas, porque me citaron al momento para hacer las pruebas en la calle Miguel Yuste.

Trabajo por las mañanas en una empresa de nombre inglés impronunciable, que enuncio con un acento british total después de practicar hasta el aburrimiento, porque de la lengua de Shakespeare lo único que sé decir es “yes” y “one, two, three”, pero allí solo está el jefe cuando no viaja y mi cometido es coger las cartas y los recados que logro entender, por lo que mi experiencia en el ámbito laboral es nula.

Por las noches hago COU, porque mi meta es hacer Periodismo, aunque no sé en qué consiste, no conozco a nadie que lo sea y en casa jamás hemos leído un periódico, pero desde pequeña he oído decir a mi madre: “Sabe más que un periodista” y tengo la ilusión de poseer ese conocimiento que, por lo visto, no se consigue con ninguna otra profesión.

Casi no me puedo creer haber conseguido el trabajo y dudo si es una ensoñación. Había unas 50 personas ayer cuando hice las pruebas -casi todas chicas-. Nos llevaron a una sala grande, donde nos leyeron un texto, que había que coger a taquigrafía y luego mecanografiarlo. También un montón de test psicotécnicos.

Levanto la mano porque he terminado.

-Imposible -me dice el jefe de Personal.

-No, mire, ya está.

-Enhorabuena, señorita, es usted rapidísima.

Una de las preguntas es la profesión de mi padre. Hasta hace dos años era agricultor y ganadero, pero mis progenitores vendieron los dos hatajos de ovejas, el resto de animales, los tractores y dieron las tierras de labranza en renta. Ahora mi padre trabaja en una pista de coches eléctricos propiedad de mi tío.

El hermano de mi abuelo fue quien introdujo los coches de choque en España, que trajo de Francia, y se hizo millonario, tanto que tenía un Rolls Royce. Les puso el nombre de Autopistas Loranca y por eso cuando digo mi apellido a algunos chicos les suena.

Pero ser feriante es de lo peor en la escala social. Gitanería, vagos y maleantes. Dudo si ponerlo, pero si me avergüenzo de lo que hace mi padre porque está mal visto y yo sé que es una excelente persona, iré contra lo que me han enseñado: que debo decir la verdad por dura que sea.

Y pongo feriante.

Coge todos los papeles del examen y al poco se le transforma la cara al leer que soy la hija de un feriante porque está claro que es una contrariedad, pero levanta la vista y se da cuenta de que le estoy mirando, mientras una sonrisa inocente me delata. Sonríe también y sé que acaba de apostar por mí porque me dice que me espera a las cinco, para que el redactor jefe mismo me haga otro examen.

Hoy es jueves 11 de marzo y son las once de la mañana. Subo a la cuarta planta y firmo el contrato. El jefe de Personal sonríe y dice que se alegra de haberme elegido entre todos los candidatos porque el redactor jefe es muy exigente y ha rechazado a un montón de recomendados. A una, que estaba enchufadísima, la han cambiado a Administración. La guinda fue que le dictó una carta para la Marina solicitando que enviaran al periódico la escalilla y la muchacha puso que enviaran la escalerilla. Alguien del ministerio llamó para decir cuál de las escalerillas mandaban porque tenían miles y el cachondeo fue monumental.

El sueldo es muy bueno –unas 18.000 pesetas- y encima en prensa se trabajan menos horas que en el resto de colectivos y fábricas

Hace hincapié en que tengo 15 días de prueba y si todo va como se espera, después de dos semanas seré fija -lo normal en las empresas y en este año 76, donde solo existen contratos de aprendices, becarios o fijos-. Mi horario es de 16.00 a 23.00 horas, seis días a la semana. Los domingos la Redacción libra - menos los de Deportes, alguno de Fotografía y Cultura porque tienen que ir a los partidos de fútbol, baloncesto, los toros y algún espectáculo importante-, pues el lunes no se publican periódicos en España excepto uno que se llama La Hoja del Lunes. El sueldo es muy bueno –unas 18.000 pesetas- y encima en prensa se trabajan menos horas que en el resto de colectivos y fábricas.

Bajo a la Redacción. No es la misma de ayer porque no hay ruido ni humo ni gente. Me presento a la secretaria de la mañana. Aunque es joven se ve que tiene tablas. La someto a un interrogatorio meticuloso porque quiero saber cómo funciona todo y que no me pase lo de ayer.

Dice estar enviando cartas de presentación a ministerios, ayuntamientos, empresas y centros culturales para indicarles que va a salir un nuevo diario y pedir que nos manden las convocatorias. Ella escribirá diariamente media página con todos los actos de Madrid porque pretenden dar la información gratuita cultural más extensa de la capital.

A pesar del silencio, cada cierto tiempo sale del fondo un ruido extraño de máquinas. ¿Es que hay otra Redacción?, pregunto. No, contesta, y me lleva a la sala de teletipos. Más de 12 aparatos conectados a todas las agencias relevantes del mundo -y de España- escupiendo papel, fotos y tiras perforadas. Acaba de sonar una campana: Reuters envía una noticia importante.

El chico que controla la sala no para un momento porque los teletipos imprimen original y tres copias, que distribuyen así: para la sección de la que es el tema, para el director adjunto, el redactor jefe y la última, para Documentación. Corta las noticias que llegan con la pericia de un cirujano -en lugar de tijeras o cúter utiliza una regla grande- y la rapidez del operario de una cadena en serie de la Seat, supongamos.

24 horas. Todos los días del año hay alguien vigilando porque nunca se sabe lo que puede pasar en el mundo. Dice que es imposible hacer un buen periódico sin tener la información que emiten las agencias.

El servicio de telex también lo utilizan los corresponsales para enviar sus crónicas y el periódico para ponerse en contacto con ellos y el exterior, porque muchas veces no hay forma de comunicarse vía teléfono. El 42187 es el número de télex que puedo dar si alguien me lo pide, ya que los otros están siempre ocupados.

Cuando vuelvo por la tarde -una hora antes de lo acordado- ya sé que la distribución de las mesas corresponde a las diferentes secciones, que el Taller lo han subido al lado de la pecera saltando un peldaño, que al fondo está el almacén de bobinas de papel, que Documentación está bajando las escaleras del centro y la Dirección y Opinión, arriba. Conozco los nombres de todo el organigrama –las caras, no, porque no hay fotos- y lo mejor de lo mejor: tengo un listín telefónico. Eso sí, me las tendré que apañar solita porque la secretaria de la mañana se va a las tres.

Van llegando los redactores pero casi ninguno dice hola. Se acercan a mi mesa y me saludan primero un hombre que habla muy deprisa cortando las frases con una coletilla graciosa que no logro descifrar, y luego una chica que es la doble de la cantante Marisol.

Acaba de llegar el redactor jefe y otro bajito muy moreno que se sienta a su lado. Observo que hay un tercero a la derecha, que debe ser el que manda en la Redacción, a tenor de la magnitud de la mesa y el espacio que ocupa dentro de las transparencias. Me da un vuelco el corazón. ¿Qué me pedirán hoy? Y después de lo de la escalerilla… ufff, siento que estoy como los malabaristas subida en una escalera que se sujeta en el aire y que de un momento a otro me voy a caer.

Ha pasado una hora y me ignoran. Se me ha quitado la sensación de precipicio interior y creo dominar la situación.

Craso error.

Se acerca el jefe de sección de España porque me van a pasar a Antonio Cubillo, dirigente del grupo independentista canario MPAIAC (Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario), que quiere dar un comunicado y cuando termine debo pasarle con él. Intento decir que es demasiada presión para una principiante como yo, pero ya está sonando el teléfono.

-Señorita, voy a leerle un comunicado, ¿va a grabarlo?

-No, no; yo no tengo grabadora, pero puedo cogerlo a taquigrafía.

Ni siquiera el acento canario dulcifica una voz tan firme. Si el redactor jefe ayer me hacía el examen leyendo como una moto, este hombre va en un caza. Habla, habla, habla y yo escribo signos y más signos.

-He terminado. ¿Me lo puede leer?

-No puedo.

-¿Que no puede?

-No, necesito unos minutos para pasarlo a cristiano y enseguida estará listo…

Aunque pende sobre mi cabeza la espada del despido, mecanografío lo escuchado, pero para nada literal porque estoy supernerviosa

Le iba a decir que mientras que lo traducía, que hablara con Nacional, pero ha dicho vocablos que sonaban bastante frustrantes y me ha colgado.

Vuelve el jefe de España.

-¿Y Cubillo?

-Me ha colgado.

-¿Que te ha colgado?, pero ¿qué ha pasado?

-Nada, que iba a mil y quería que se lo leyera al terminar pero no he podido -otra vez aflorando una lágrima-. Jo, es la primera vez que hablo con un independentista o terrorista o lo que sea.

Se tapa la frente con la siniestra y se aleja.

Aunque pende sobre mi cabeza la espada del despido, mecanografío lo escuchado, pero para nada literal porque estoy supernerviosa, y lo dejo encima de su mesa, sin entender por qué han llamado a Cubillo y me ha leído este texto reivindicativo si no publicamos el periódico.

Suplico al cielo que no se chive al redactor jefe y como nadie me ha dicho exactamente qué es lo que tengo que hacer, bajo por las escaleras interiores a Documentación para no obsesionarme más.

Es la primera vez que veo los 30 volúmenes de la Enciclopedia Británica al completo -por supuesto, en inglés- y los 10 tomos del Larousse y un montón de diccionarios de la Real Academia, que ni sabía de su existencia, y todos los periódicos y revistas nacionales y extranjeros.

Esto es otro mundo: todos concentrados y en silencio como en una biblioteca.

Me presento e inocente pregunto para qué sirve Documentación en un periódico. Responde la única persona de más de 50 años que he visto hasta ahora con la frase de El Quijote pluralizada: “Sin nosotros, ellos no son nada”.

Sigue hablándome una documentalista: somos como los guardianes de las noticias y para acceder a ellas y encontrarlas rápidamente las archivamos en carpetas previamente clasificadas.

La clasificación es alfanumérica: A, para Internacional; C, para España; D, para Sociedad y al lado ponemos números para subclasificar. Por ejemplo. G3 es el código que damos para los temas de Prensa y Comunicación. Muchas veces, una misma noticia tenemos que archivarla en varias carpetas y con distintos códigos porque puede tener relación con diferentes secciones.

Subo a mi sitio otra vez con ese nudo que anula la tranquilidad.

Focalizo y no dejo de mirar al que puede ser ahora mi verdugo. Ignora mi sufrimiento y está absorto escribiendo. Al cambiar el papel pautado de su máquina -original y dos copias- me mira también.

Debo tener la expresión de la que va a ser devorada por las fieras porque levanta el pulgar y sonríe; no deja de sonreír.

III Es como para ponerse a pensar

Casi todas las palabras increíbles que terminan en “ada” y son buenas se han apoderado de mí porque estoy fascinada, encantada, alucinada, maravillada, ilusionada … tanto, que he olvidado que el examen de Selectividad es en junio y ni aparezco por clase ni estudio.

Confieso que soy la única persona de la Redacción que no sabe nada de política. El dictador Franco murió el año pasado en noviembre y nadie de mi familia fue a la plaza de Oriente a velarlo.

No exagero.

Hace dos años la profesora de Lengua, una monja vestida de seglar, encargó un trabajo sobre Girón. Así. Girón a secas. Como si fuera alguien importante. El único Girón que yo conocía era un torero que se llamaba Curro Girón porque en mi casa se ven todas las corridas de toros. Me extrañó que pidiera una redacción sobre él porque tampoco era tan famoso como El Cordobés o Manolete, aunque en Madrid casi nada me parecía ya raro.

Mi tío, que había sido maletilla y que vivía por y para los toros, me contó que era un torero venezolano, que había tomado la alternativa en Barcelona y esas cosas que solo sabe un enterado porque en el diccionario normal no vienen.

La mañana de autos, un martes 13, sor María, que decía pertenecer a la Congregación de las Hermanas Servidoras de Jesús del Cottolengo del Padre Alegre, -Jesús, qué nombrecito- me llamó al encerado para que leyera mi redacción.

Nada más empezar, el murmullo y cachondeo ahogan mi vocecita cual mano negra que te va apretando poco a poco el cuello, porque soy muy vergonzosa, me aterra hablar en público y como no sabía de qué se reían, simplemente enmudecí.

La docente, supongo que consciente del mal rato que estaba pasando por su culpa -porque podía haberse callado-, dijo que no imaginó que alguien no conociera al insigne exministro de Trabajo Juan Antonio Girón de Velasco y actual procurador en Cortes -como el padre de una de las alumnas presentes-, que más que un trabajo estudiantil hizo un auténtico testamento político del señor Girón.

Esto aclara que cuando digo que tampoco sé nada política es que no sé nada de política, así que lo que haré será escuchar y aprender de los que saben. Por ejemplo, ayer me enteré de que “el compañero Camacho” del que hablan en el instituto cuando hay asambleas, no es un muchacho de otro centro madrileño sino un importante sindicalista, de nombre Marcelino, y que es un señor de casi 60 años y no un chaval.

He vivido hasta ahora en otro mundo: no escucho la radio ni veo las noticias ni leo periódicos y he descubierto que en España uno no puede decir lo que piensa como en la mayoría de países de Europa, que tienen libertad de expresión. Pero lo peor es que nunca me he preguntado qué les ha pasado a los que opinaban diferente y perdieron.

Como mis teléfonos están dormidos y para ser sincera no tengo ningún cometido específico ni inespecífico que realizar y en el resto de secciones rugen cual leones, me acerco a Internacional y descuelgo.

-Al habla la hermana Pilar de la Congregación del Santísimo. Nuestra madre superiora quiere hablar con el padre Arias.

-Me temo hermana que se ha confundido. Esto no es un recinto religioso; es un periódico.

-Lo sabemos. Como también sabemos que por desgracia Arias -para nosotras siempre padre Arias- está de corresponsal en Roma y queremos su teléfono...

La entonación del “¿cómo?” que suelto hace que el jefe de sección -lo más parecido a un espía del otro lado del Telón de Acero- deje de hablar. Agradece que le ayude con las llamadas, asegura que Arias -escritor valiosísimo- dejó ya la sotana y se explaya diciendo que la presencia de EL PAÍS en el extranjero es primordial, que vamos a ser un referente mundial porque tenemos corresponsales en los lugares más importantes y todos son buenísimos profesionales.

Prosigue: le damos tanta relevancia a la información del exterior que, a diferencia de otros diarios, la sección que abrirá el periódico será la de Internacional. Y como también es muy importante que los lectores conozcan lo que opinan sobre España los medios de fuera, vamos a sacar diariamente la Revista de Prensa, que la preparan en Documentación.

Las secciones con las que hablo aseguran que van a ser diferentes y un modelo a seguir. Por ejemplo: no se informará de ningún suicidio, excepto que se quite la vida un personaje muy conocido y los de Deportes no escribirán sobre boxeo, por muy importante que sea un combate.

Otro puntazo, no solo habrá un apartado que informe de los temas económicos, sino también y con el mismo alcance, del trabajo y los trabajadores, por eso la sección se llamará Economía y Trabajo e irá al final del periódico.

Los de Madrid no se limitarán a escribir de los sucesos y de la política municipal sino que la información vecinal será trascendental y se dará voz a todas las asociaciones de los barrios que hasta ahora eran ignoradas y silenciadas.

La sección de Fotografía, por su parte, no será una mera ilustradora de noticias, sino que cada foto en sí misma será una información. Todas se firmarán y llevarán un pie de foto explicándolas y me dicen la frase de que “una imagen vale más que mil palabras”. “Bonito aserto de Confucio” contesto. Aunque no estoy segura de que la frase sea del filósofo chino, siempre es muy socorrido nombrarlo y el fotógrafo que me lo está explicando se queda gratamente sorprendido, de lo que deduzco que él tampoco tiene ni idea del autor de la dichosa frase.

Y, lo más innovador y difícil: todas las páginas del periódico se escribirán siguiendo las estrictas normas que dicta el Libro de Estilo, que será de obligado cumplimiento y, aunque todavía lo están elaborando y su publicación está prevista para noviembre de este año, es como un diccionario o manual profesional y deontológico, y no solo dirá cómo se deben escribir las palabras sino cómo debe actuar el periodista ante una noticia. La columna de Umbral y la sección Gente se saltan la norma y sus personajes van escritos en negrita.

Hay más, seremos el primer periódico en España que asuma públicamente, por escrito y sin que obligue la justicia a hacerlo, los errores que cometamos, en una sección denominada Fe de errores. Al ir a casa leo en una valla el eslogan: “EL PAÍS, es como para ponerse a pensar”. Pues esta sección es como para ponerse a temblar.

Desde que piso la Redacción batallo en dos frentes: uno, el de la vergüenza, porque me pongo colorada cada vez que hablo con alguien y quisiera estar en mi sitio quietecita sin que me vieran. Y otro, el de la curiosidad, porque tengo tantas ganas de aprender, que si no soy yo la que se mueve nadie me va a enseñar nada porque están demasiado ocupados.

Pero si existiera un premio a los preguntadores, lo ganaría siempre esos días que me armo de valor, me unto una capa de maquillaje de geisha para camuflar el rubor y me lanzo a la búsqueda del conocimiento de la única forma que se me ocurre: preguntar.

Y por preguntar hasta pregunto de quién ha sido la idea de crear el periódico. Es un sindicalista el que me instruye:

-Don José Ortega Spottorno, hijo del pensador y filósofo Ortega y Gasset…

–Ah, sí, este sé quién es porque le he estudiado y me sé su famosa frase de “yo soy yo y mis circunstancias” -salto cantarina ante su carapóquer-mudez.

-A lo que iba, Rosi, no me vaciles, que tengo mucho que hacer. Pues don José, en su afán de conseguir las libertades democráticas estranguladas por Franco, ya en el año 73 empezó a buscar dinero y fondos entre intelectuales y empresarios partidarios de la reforma del franquismo, sin mucha idea sobre el destino final de la reforma, y crearon una sociedad anónima que es la editora de EL PAÍS y se llama Promotora de Informaciones SA, o sea, PRISA.

-Entonces, ¿el dueño es él? Lo digo por si algún día le conozco. Para darle las gracias.

-Te he dicho que es una sociedad anónima y todos somos un poco los dueños; yo también porque tengo acciones.

-Ahora el que me vacilas eres tú. ¿Me vas a decir que todos sois iguales y no hay alguien que tenga más acciones y por ende, el que más manda?

-Bueno, sí, el mayor accionista es Jesús de Polanco.

-¿Y este señor no tiene don?

- No sé, nunca lo he pensado. Todos le llamamos Polanco. ¿Has terminado ya con el interrogatorio?

-Lo último. Lo juro. ¿Y por qué le pusieron EL PAIS?

-Sabían el diario que querían hacer pero no había ninguna cabecera libre. Encontraron El País de Montevideo y la cogieron. Sin embargo, con el nombre de El País ya existió un periódico en España a finales del siglo XIX y principios del XX.

Tenían el nombre pero no sabían con qué tipo de letra escribirlo. Para ello hicieron un concurso al que se presentaron más de 50 diseñadores y pintores. Nadie lo ganó. Por azar escribieron EL PAIS, así con mayúscula, en una carpeta, y les gustó. Aunque han decidido que en el periódico se van a acentuar todas las mayúsculas, la I de PAIS no llevará tilde.

-¿Por qué?

-Porque no.

Me abro. Es muy amable, pero no sabe a qué se dedica mi novio y como él es sindicalista y los sindicatos no están legalizados en España, seguro que si se entera empieza a verme con los ojos de la sospecha.

Es increíble que esta gente lo tenga todo tan estudiado, analizado y consensuado que incluso han determinado que las páginas de publicidad -según me contó una chica de ese departamento, que está en la primera planta-, nunca superarán el 45% de la información, aunque les parece un sueño que un día haya que dejar anuncios fuera porque se rompa la ratio estipulada.

Cuando le pregunto de qué viven los periódicos –me preocupa porque había hecho unas pruebas para entrar en el Canal de Isabel II y me llamaron para darme el trabajo después de haber cogido este, que no veo muy seguro- me dice que el dinero vendrá de las páginas de Publicidad y no de la venta de ejemplares. Aunque es la pescadilla que se muerde la cola: cuantos más periódicos se vendan, más gente se querrá anunciar y más caros serán los módulos.

-¿Qué módulos?

-El periódico tendrá cinco columnas y cada columna ocho módulos y ocho por cinco son cuarenta. También están los Breves –cines, galerías, ofertas de trabajo…-, donde los anuncios se pagan por palabra.

Piensan que no la vamos a petar ni ser los primeros; con no tener pérdidas y contribuir al cambio, se dan con un canto.

-Cuenta, cuenta, ¿cómo son los periodistas? -escucho cuando aparezco en cualquier círculo fuera de aquí.

-Están en otra dimensión -respondo y no doy más opción a interpelación.

Pero mi madre insiste.

-Hija, ¿a que los periodistas saben más que los ratones colorados?

Cierto. Nunca he conocido a nadie con tantos conocimientos, pero lo que sí tienen es una capacidad de abstracción que aunque admiro me inquieta. Porque ¿qué persona normal aguanta el ruido machacón y persistente de un teléfono a once centímetros y no le saca de quicio o no desliza la mano para saber quién está al otro lado? Pues estos, como estatuas. Ahora entiendo la utilidad del interfono y que haya uno por sección. Así se aseguran entre ellos la comunicación; los demás, a esperar.

IV La tensión que se expande como el gas

No tener jefe directo me da autonomía y libertad de movimiento. Como el Taller está al lado busco cualquier excusa para perderme por su suelo blanco plastificado, donde todo es tan ordenado y aséptico que tengo la sensación de estar en un laboratorio espacial y, además, porque aquí la gente es especialmente amable y sin preguntar me van explicando lo que hacen con un lenguaje que casi comprendo.

Resumido es algo así:

Las noticias llegan a Teclados de la Redacción en papel pautado –folio con un rectángulo de 30 líneas de 60 caracteres cada una, del que no te puedes salir porque cada línea escrita equivale a dos líneas del periódico y así miden en un pis pas la extensión de la información- y el titular va en papel aparte.

En Teclados vuelven a “picarla” en unas máquinas mucho más grandes y alargadas, con las teclas muy suaves y una pantallita donde se lee lo que se está escribiendo, ya que la noticia sale en una tira perforada como la de los teletipos.

Los titulares, sin embargo, se componen en dos máquinas que llaman cabeceras, que tienen una especie de pistola -como las de agua que juegan los niños- y el texto del titular sale en un cartucho.

Tanto la cinta estrecha agujereada de la noticia, como el cartucho del titular pasan a Filmación y se transforman en galeradas -papel muy blanco, brillante y con el texto a una columna-. Estas galeradas se van metiendo en diferentes carpetas numeradas, tantas como páginas lleva el periódico.

El montador coge una carpeta, con la galerada y la maqueta que ha dibujado Confección de lo que será la página. Va cortando y pegando el texto de las galeradas como si fuera un puzle, pasando el papel por unas enceradoras que hay encima de la enorme mesa, de níveo cristal con fluorescentes en su interior.

Observo unas personas cabizbajas, concentradas y como investigando. ¿Quiénes son? Un departamento absolutamente importante: Corrección. Los errores que se publicarían en los periódicos si no fuera por ellos…, me comentan.

-¿Ninguna página lleva fotos? -pregunto.

Las fotos, tanto las que hacen nuestros increíbles fotógrafos como las de Archivo o las de las agencias, se llevan directamente a Fotomecánica, que las convierten en imprimibles. Una vez montada la página y las fotos tramadas, es nuevamente Fotomecánica quien la transforma en un positivo transparente y así se crea la plancha de impresión.

¡Plancha lista para Rotativas!

Son casi las diez. Vuelvo a mi sitio deprisa porque desde hace días se produce a esta hora el mayor espectáculo que he visto en la Redacción.

La pecera llena. Todos de los nervios. El camarote de los hermanos Marx es un remanso de paz comparado con esto: entran, salen y alrededor de cinco permanecen. Vuelan las maquetas de mano en mano. Las miran, gesticulan y ponen cara de cabreo o de “pero quién ha podido”.

-¿Qué pasa? -pregunto.

- Que estamos cerrando.

Hubiera seguido preguntando pero me callo, saco un montón de papeles y sin dejar de mirar me concentro como si yo también hiciera algo importante.

Ya reconozco todas las caras y conozco todos los nombres de la gente de la Redacción pero no tengo ningún elemento para asociarlos y la verdad es que es un poco frustrante, pero después de horas observando creo saber cuál de ellos es el director. Ronda los 30, se toca mucho el bigote, es flaco, escucha atentamente pero no articula palabra, pintarrajea las páginas y cuando acaba siempre hay alguien que las acerca corriendo al Taller.

El problema es que la tensión de la cristalera se expande como el gas por el resto de la Redacción.

-Rinnnnng

Uno de mis teléfonos. Qué raro. A estas horas. Es la Guardia Civil. Tienen retenido a un fotógrafo que dice ser colaborador en Bilbao. No se lo creen.

-¿Qué es eso de EL PAIS? -pregunta el miembro armado.

No lleva ninguna credencial y el asunto pinta feo porque las cosas están muy serias en el norte de España por el terrorismo.

Me acerco corriendo a Fotografía. Me frena un: “Sea lo que sea, no puedo”.

Vuelvo al teléfono. Mil disculpas, dos mil agradecimientos. Digo a la Benemérita que por supuesto trabaja para nosotros y les animo a que cuando el periódico salga a la calle lo compren porque les va a encantar.

Está a mi lado uno de porte aristocrático que he visto metido en un despacho cuando subo a la tercera -la planta noble, según los redactores-, con el que nunca he cruzado mirada ni palabra.

-Buena oratoria telefónica y poder de convicción, pero ¿y si es falso que trabaja para nosotros y es un terrorista? -me increpa.

-Pues si es mentira deberían contratarlo, porque aprenderse el número de teléfono de un periódico que nadie ha visto y darlo cuando estás retenido en el cuartelillo es más que osadía -respondo en plan marisabidilla.

Cuando se va me tiemblan las piernas. Soy el último mono y seguramente lo más correcto hubiera sido callarme o decir el manido “lo siento mucho; no se volverá a repetir”, pero es que no lo siento, porque he actuado en conciencia y aplicando una lógica que me ha parecido más que razonable.

Menos mal que la mente, aunque caprichosa, también tiene sus recursos y ahora me martillea con las palabras de Píndaro: “Rosi, llega a ser quien eres” y he empezado a tranquilizarme.

¡Uy!, se me olvida algo importante: la rotativa que han comprado iba destinada al periódico El Moudjahid de Argelia, pero por asuntos crematísticos y después de mucho negociar, la maquinaria francesa ha llegado a Madrid. El problema es que los ingenieros franceses dicen que no estará operativa para primeros de mayo. Que imposible, que les llevará meses el montaje. Ilusos. No saben que aquí sí se lucha contra los elementos hasta vencerlos.

V Algo habrá hecho

En la Redacción no se ficha, excepto los auxiliares. Que no quede reflejado en ningún sitio cuándo has entrado parece una ventaja, pero la realidad es que trabajan más porque cuando llego están, y cuando me voy -siempre muy tarde- continúan. A ninguno le importa porque se les ve contentos y no parecen cansados.

Sus parejas no lo están tanto porque cuando me las pasan más de uno/una no ha guardado la compostura y se olvidan de que solo soy la secretaria de Redacción y no la responsable de que no aparezcan por casa. Aunque sé que se pierden en el bar que hay en la última planta, les digo que están en el despacho del director y eso, las cinco primeras veces, como que impresiona, pero luego no cuela.

Para no levantarme todo el rato, le he dicho a la telefonista que cuando reboten las llamadas a la centralita porque no se atienden, que diga que pasa a Secretaría y las cogeré.

“Le pongo con la secretaria”, dice, omitiendo el acento en la í, y me he convertido en la asistente personal de cualquiera del edificio con quien deseen hablar. “¿Entonces es usted la secretaria personal de fulanito/a?” “Claro, señora, ¿en qué puedo ayudarla?” o “Naturalmente, caballero, dígame qué desea”. Esta mentirijilla a ellos les mola y a mí me está dando mazo de popularidad, aunque alguno me está cogiendo ojeriza.

Sí, porque la reunión de la papela –no sé si este argot lo ha utilizado antes el periodismo o la policía- es a las cinco y como llegan de comer muy tarde no les da tiempo a hacer el resumen de lo que llevará el número cero del día siguiente. Yo tengo que recoger todos los originales y graparlos en el mismo orden que las secciones del periódico para entregarlos al redactor jefe, que desde menos diez me la está pidiendo.

-Rosa, que es para hoy. Más autoridad. Páseme ya lo que tenga.

-Sí, señor.

No soy chivata y si le paso lo que tengo se dará cuenta de los que no la han hecho, así que voy como una exhalación de sección en sección, pero en lugar de agradecimiento, lo que oigo es:

-¡Qué niña más pesada, por dios!

Así que, pensando, pensando he ideado que me la dicten por teléfono y hago yo la papela en mi máquina como si fueran ellos.

Cualquier cosa antes de que el otro me dé la matraca. Además, el que me siga llamando de usted –que no hace nadie- genera entre nosotros un muro imaginario imposible de saltar. Por eso todas las frases las termino con: sí, señor; no, señor o de acuerdo, señor, que procuro decir muy seria y sin ningún retintín.

Venganza absurda. Lo sé.

Ayer hablé por primera vez con un auténtico personaje.

-¿Pero qué coño es esto, señorita? Soy Camilo José Cela, me ha sonado el teléfono, está usted al aparato y me dice que no ha llamado

Suena el teléfono.

-Dígame.

-Dígame usted.

-Yo no he llamado.

-Yo tampoco.- El “tampoco” ya sonaba a indisimulado cabreo.

-A mí me ha sonado el teléfono.

-¿Pero qué coño es esto, señorita? Soy Camilo José Cela, me ha sonado el teléfono, está usted al aparato y me dice que no ha llamado.

-Pues señor Cela, le juro que he levantado el auricular porque sonaba. Esto es la Redacción del nuevo periódico que va a salir y seguro que quieren hablar con usted, pero como les da urticaria marcar lo habrá hecho la telefonista sin avisar.

Y voceo:

-Tengo aquí a don Camilo. ¿Quién quiere hablar con él?

Uno de Cultura y Sociedad viene corriendo. Lástima, la primera persona importante con la que hablo en mi vida y no le puedo decir lo bien que escribe ni nada. Si yo tuviera una voz como la suya, seguro que me imponía y los de la papela me harían caso.

Hay otro hecho, en apariencia trivial, que hace que me esté integrando un poco en la Redacción. A media tarde y sin decir: “pipas, caramelos, chicles” saco una bolsa enorme de frutos secos y chuches y empiezan las visitas a mi mesa. Lo malo es que -supongo que por cortesía- al tiempo que comen quieren saber detalles.

-A que tienes novio…

-Sí.

-¿Estudia?

-Es policía

-¿De los grises?

-No, de la secreta.

-Seguro que está en la Social…

-No sé qué es eso. Está de inspector en una comisaría.

-Ya.

-¿Ya qué?

-Que todos dicen lo mismo.

Pufff, por qué habré dicho que salgo con un poli. Y mira que me lo había advertido: “Si alguien te pregunta, dices que soy maestro que, además, lo soy”.

Naturalmente, no le he hecho caso y ahora me arrepiento, porque en España ser policía es sinónimo de fascista y casi nadie concibe que pertenezcas a las fuerzas de seguridad y el orden de una dictadura y no te sientas identificado con esa forma de gobernar.

Puede no ser tan simple.

El chico con el que salgo es desde jovencito un apasionado de las novelas de Conan Doyle y Agatha Christie y la forma más sencilla de ser detective era hacerse policía. Le traen del extranjero libros de la editorial Ruedo Ibérico, lee Triunfo, Cambio 16 y quiere, como en la Redacción, que las cosas cambien y que haya verdadera democracia. Para sus compañeros de la comisaría es más rojo que su apellido –se llama Rojo-, pero aquí no lo saben y algunos me miran como si yo también fuera el enemigo. Mi objetivo es que cambien esa percepción y me vean como una compañera más.

Aunque hace poco más de un mes que estoy aquí y ETA ya ha asesinado a cinco personas, me entristece muchísimo cuando oigo “algo habrá hecho” y veo a los redactores que se ríen como si la muerte se llevara en el sueldo; como si todos fueran represores; como si no tuvieran una familia a la que destrozan.

Y aunque me encanta trabajar en la Redacción, siento una pena desconocida que no me atrevo a contar a nadie. Porque esta actitud tiene que tener una explicación y la explicación es que a más de uno lo han detenido y le han dado de lo lindo y por eso no ven a los policías como garantes de la seguridad de los ciudadanos sino como represores de la libertad.

VI La noche antes y el día después

Es lunes y un día primaveral. Unos 25 grados. Todo preparado.

Varias colchonetas tiradas en el suelo del Almacén dan fe del agotamiento vivido las últimas noches. Noches que se alargan hasta la hora de merendar porque aunque han terminado de montar la rotativa y la Redacción cierra a la hora convenida, se rompe continuamente el papel.

Da gusto ver todas las sillas ocupadas desde primera hora. Aunque hay muchos nervios, lo que prima es la ilusión. Hoy no he tenido que pedir la papela, porque a las cuatro y media las tenía todas encima de la mesa. Incluso el director, que va siempre con la cabeza baja mirándose los zapatos, por no decir el ombligo, ha entrado erguido y una sonrisa Profident. Pienso decirle si alguna vez hablo con él que cuando sonríe está mucho más guapo.

Saldremos a 48 páginas y todos cruzando los dedos para que el periódico llegue a tiempo a los aviones y correos. La teoría de Bergson del tiempo es cierta: las mismas horas de todas las tardes pero estas parecen haberse comido los minutos y solo tienen 60 segundos.

La Harris Marinoni ha escupido los primeros 10 ejemplares de EL PAIS y el redactor jefe se los ha entregado al motorista para que los lleve al Ministerio de Información y Turismo. No voy a decir que es Ángel Nieto, porque no lo es nadie, pero el trayecto hasta el Paseo de la Castellana 109 lo hace a tanta velocidad que asombraría al campeón.

Todavía no hay libertad de prensa en España y el censor del ministerio tiene que dar el visto bueno al periódico porque si no secuestrarían la publicación y no se podría vender. El motorista, en lugar de sentarse, como ha insistido el voluminoso funcionario, zascandilea por el desértico pasillo mirando el reloj y el buscapersonas por si le llega algún mensaje.

No hay ni champán ni pasteles en la Redacción, pero veo desfilar una comitiva de señores y señoras de estilo distinguido y señalo con el dedo.

-Anda, pero si es Fraga.

-Claro, no solo ha puesto su dinero, sino que dio luz verde al proyecto e hizo posible la inscripción legal del periódico el verano pasado.

-¿Y el señor que va al lado de la señora con sandalias tan despechugada, que me suena?

-Normal. Es un reputado economista, miembro del Comité Federal del Partido Comunista de España y se llama Ramón Tamames. También convenció a muchos empresarios e intelectuales para que el proyecto de EL PAIS fuera viable y es accionista.

Veo a Jesús de Polanco y la primera impresión es la de un hombre cercano. Como auténtico. De esos que de sencillos no imaginas que son los dueños.

-Y ese es don José. Con su señora, Simone Ortega.

-¿El hijo de Ortega y Gasset es ese? ¿Y su señora es la de los libros que enseñan a cocinar? Sí, sí, me suena su cara, porque me he comprado 1080 recetas de cocina para ir practicando porque igual me caso este año. Qué pareja hacen más buena. Deben de ser los padres ideales: tu padre filosofando y tu madre cocinando…

Va más gente en el grupúsculo, pero mi informante ha dicho que no son tan importantes y que como no conozco a nadie que se pira.

Y mientras, en el Ministerio de Información y Turismo, el motorista se come las manos esperando, hasta que por fin el funcionario con lentes de culo de vaso le entrega un ejemplar sellado y le dice que puede llevárselo.

Con el aval en la mano, corre cual guepardo por las estancias vacías del edificio, coge la moto, sortea los semáforos y veo que se lo entrega al redactor jefe. Después se viene a hablar conmigo y entre galleta y galleta le voy calmando.

Todos los de Redacción hemos posado juntos para una foto que conmemore el momento. Y acaba de empezar la odisea.

-Que se ha roto la rotativa. Que no arranca. Que se rompe el papel.

-Ingenua, pregunto: Si es el papel, ¿por qué no cambian de papel?

-Pues porque el nacional es el más barato y el que está subvencionado. El finlandés, que es incluso mejor que el sueco, es muy caro.

Y llegaron las ocho, las once y las doce de la mañana y la rotativa: ahora funciono, ahora me paro. Mientras, las furgonetas, en los muelles del Cierre, esperando servir a los quioscos el manjar deseado.

A eso de la una de la madrugada ha venido mi novio a buscarme para llevarme a casa de mis padres. Se ha mosqueado porque no le he dado un ejemplar y le he jurado que no he podido conseguir uno. Los redactores se van a ir luego por ahí de celebración, cosa que hacen a menudo, pero yo solo bebo agua y además soy la más joven de la Redacción y no pinto nada con ellos.

Hoy es martes 4 de mayo y solo veo al entrar caras de desenterrados. No pregunto a qué hora se acabó la fiesta, pero muchos llevan la misma ropa de ayer y la arruga todavía no es bella. Los caretos de los tres jefes de la pecera, mejor ni los miro porque igual la pagan conmigo.

Ahora son mis teléfonos los que rugen y habitualmente están medio muertos. Son lectores entusiasmados que nos dan las gracias por haber tenido el valor de sacar el periódico. Más de uno se ha puesto a llorar de la emoción. Uffff, qué fuerte.

Ánimo, gracias, ánimo, gracias. Son las repetidas palabras que llevo escuchando toda la tarde (la dirección ha tenido la idea de poner bien visible el número de teléfono del periódico) y presiento, por lo que estoy oyendo, que el vínculo que tendrán los lectores con nosotros irá más allá del que compra un simple producto, y se va a producir una sintonía tan especial, que serán ellos los que nos hagan triunfar.

El tiempo hablará.

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