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Columna
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Noches tórridas

El efecto isla de calor hace que el verano sea en algunas ciudades más temible que el invierno

Una mujer intenta refrescarse frente a un ventilador.
Una mujer intenta refrescarse frente a un ventilador.M-Production (Getty Images/iStockphoto)
Milagros Pérez Oliva

Winter is coming”. La frase de la serie Juego de Tronos ha hecho fortuna porque en su simplicidad expresa con admirable concisión la aprensión que en la serie provoca la inminente llegada de un largo invierno. En nuestra memoria colectiva, el frío ha causado siempre más sufrimiento que el calor. Durante mucho tiempo la gente ha temido las bajas temperaturas del invierno, pero cada vez tenemos más motivos para temer al verano. La imagen de la pobreza energética como una anciana acurrucada en el sofá con tres chaquetas, doble par de calcetines y una manta por los hombros ya no representa toda la realidad. Ahora la pobreza energética está representada también por un anciano con el cabello empapado en sudor, que se revuelve nervioso en la butaca que ha sacado al balcón y trata de dormir sin conseguirlo porque le falta el aire.

Si para combatir el frío se necesita energía, esta también se necesita, y cada vez más, para combatir el calor. Con una agravante: el frío se puede mitigar con prendas de abrigo. El calor, a partir de ciertas temperaturas, difícilmente puede soportarse sin ventiladores o aparatos de aire acondicionado que gastan mucha energía. Las puntas de consumo eléctrico son ya tan altas en verano como en invierno y entre los efectos de la pobreza energética hemos de contar ahora las muertes por calor.

La cuenca mediterránea acusa el cambio climático con mayor intensidad que la media del planeta. Se calienta un 20% más y la evolución es más rápida. En ciudades como Barcelona el verano ha pasado a ser más temible que el invierno. Encajonada entre el mar y la montaña, tiene las condiciones físicas idóneas para convertirse en una isla de calor: alta densidad de población, urbanismo compacto, mucho tránsito y pocos espacios verdes. La diferencia de temperatura entre Ciutat Vella o el Eixample y los barrios altos próximos a Collserola llega a ser de hasta 5 grados centígrados. En los barrios más cálidos se han contabilizado este verano más de cien noches tropicales: son noches en las que la temperatura mínima no ha bajado de los 20 grados. Y también crece de forma alarmante el número de noches tórridas, con mínimas por encima de los 25 grados. Estos son datos recogidos por investigadores el programa Urban ClimPlan de la Universidad Politécnica de Barcelona, pero se pueden encontrar datos similares en otras ciudades del Mediterráneo, donde la diferencia entre la temperatura diurna y la nocturna no para de acortarse.

Las noches tórridas son criminales para las personas que padecen insuficiencia coronaria o problemas respiratorios. A partir de 22 grados de temperatura nocturna aumenta la mortalidad y ya se ha constatado que en los lugares donde se produce el fenómeno isla de calor, la mortalidad aumenta más en verano que en invierno. Las ciudades afectadas no pueden quedarse de brazos cruzados. Hay que pensar en medidas que permitan reducir la temperatura ambiente durante el verano: reducción del tránsito, más arbolado, cubiertas verdes en las azoteas, jardines verticales, dispersores de agua. Porque todo va muy rápido: en los años cincuenta o sesenta, noches de más de 20 grados eran muy infrecuentes. Hace una década, los climatólogos empezaron a hablar de las noches tropicales como un fenómeno preocupante. Ahora les preocupan las noches tórridas y algunos ya vaticinan que, de seguir así, en pocos años tendremos que hablar de noches infernales.

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