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Dana
Tribuna
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Además del mensaje de alerta

El buen funcionamiento de los sistemas de aviso temprano, junto con orientaciones claras sobre el comportamiento que los ciudadanos deben tener, permite salvar vidas

Alerta Dana
Efectos de la dana en Catarroja, Valencia.Samuel Sánchez

En los últimos días, y con motivo de las decisiones tomadas por parte de las autoridades autonómicas en materia de comunicación de la emergencia, se ha puesto el foco en la evidencia de que los protocolos de comunicación deben ser mejorados y ejecutados adecuadamente. Los tiempos, formas y contenidos de la comunicación del riesgo son claves para evitar consecuencias catastróficas y, en ocasiones, irreparables. Los sistemas de alerta temprana constituyen una herramienta comunicativa clave en las fases previas a la emergencia y su adecuado funcionamiento permite salvar vidas. Resulta importante recordar que la comunicación del riesgo tiene la función, no solo de ofrecer información a la ciudadanía, sino de promover comportamientos seguros. Por lo tanto, además de comunicar la alerta meteorológica con la debida antelación, esta información debe ir acompañada de orientaciones claras sobre el comportamiento que los ciudadanos deben desarrollar.

No obstante, la emisión de mensajes de alerta es solo uno de los muchos elementos que intervienen y que deben considerarse en las tareas de comunicación del riesgo si ésta desea influir en el comportamiento ciudadano y evitar tragedias de esta magnitud. La evidencia científica en el ámbito del análisis y gestión del riesgo ha demostrado que disponer de la información y del conocimiento necesarios no garantiza que el receptor del mensaje actúe de manera segura. Ante situaciones de alto riesgo, nuestro comportamiento está determinado también por otros factores, como la predisposición a confiar en el mensaje o en su emisor, o la existencia o inexistencia de condiciones de oportunidad para activar ese comportamiento. Por ejemplo, si una persona se encuentra en situación de inestabilidad laboral y su empresa no detiene la actividad y le facilita que se quede en su domicilio, las posibilidades de que decida no salir a carretera se reducen; si alguien con movilidad reducida no puede trasladarse por sus propios medios a un lugar seguro, la disposición de información y conocimiento no es suficiente para ponerse a salvo. Por lo tanto, si bien la comunicación y los sistemas de alerta temprana son una herramienta indispensable para transmitir la información y conocimiento esencial durante una situación de alto riesgo, es igualmente indispensable proporcionar las condiciones que permitan ponerlo en práctica, atendiendo especialmente a los grupos vulnerables.

La comunicación del riesgo debe ser diseñada y entendida en el marco del contexto social en que se produce y al que se dirige, siendo uno de los múltiples instrumentos que constituyen la gestión integral del riesgo. Desafortunadamente, el enfoque habitual en la atención a los desastres ha sido de carácter reactivo y centrado en la respuesta a la emergencia. Desde hace décadas, las instituciones internacionales y directrices como el Marco Sendai insisten en la necesidad de transitar hacia modelos integrales que enfaticen la preparación y prevención y fortalezcan las condiciones de resiliencia de las poblaciones expuestas al riesgo.

Recientemente, en el marco de una de las investigaciones sobre impactos sociales de inundaciones que venimos desarrollando, un entrevistado afirmaba que “los desastres se evitan en los despachos mucho antes de que el evento ocurra”, refiriéndose a la necesidad de desarrollar protocolos de comunicación y actuación, diseñar mecanismos de preparación frente a inundaciones o promover planes de formación al personal técnico y a la ciudadanía. Nuestro país es, sin lugar a dudas, un referente en cuanto a la calidad de nuestros equipos de respuesta ante emergencias (bomberos, protección civil, servicios sanitarios, ejército, cuerpos de seguridad, Cruz Roja, etc.), pero es el deber de cualquier sociedad desarrollada facilitar su tarea más allá de las actuaciones en la fase de respuesta. Resulta imprescindible una apuesta sólida por modelos enfocados a la gestión preventiva del riesgo que asegure esas condiciones de oportunidad y reduzcan las condiciones de vulnerabilidad de las poblaciones expuestas. Todo ello sin olvidar que la comunicación para el riesgo excede el mero acto de emisión de mensajes y requiere analizar y entender los contextos sociales en los que se produce el riesgo y cómo las desigualdades y vulnerabilidades sociales intervienen también en la respuesta individual y colectiva ante episodios extremos como el que hemos padecido.

El papel que juega la vulnerabilidad social en la producción del riesgo ha llevado a las Ciencias Sociales a insistir en la necesidad de dejar de hablar, de una vez por todas, de desastres naturales. Los desastres, y muy especialmente los de inundación, son sociales, tanto en su origen como en sus consecuencias. Hablar de desastres naturales invisibiliza la responsabilidad que tenemos como sociedad en la manera en que la naturaleza se manifiesta y trasluce una suerte de “inevitabilidad” de lo ocurrido. La manera en que ordenamos el territorio y protegemos nuestros ecosistemas, nuestra forma de atender a grupos especialmente vulnerables, nuestros esfuerzos en reducir desigualdades sociales, las redes de apoyo y solidaridad con que contamos, la lucha contra el negacionismo o la comunicación eficaz del riesgo son todos elementos que determinan la manera en que experimentamos y respondemos ante las amenazas de nuestro tiempo que, desgraciadamente, se esperan más intensas y más frecuentes con motivo del cambio climático que las sociedades modernas hemos generado. Vamos tarde, muy tarde, en la actuación frente al cambio climático. No podemos permitirnos llegar tarde también a la urgente tarea de la gestión integral del riesgo.

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