Un tratado global sobre plásticos que sea ético, científico, inclusivo y transparente
Investigadores en salud ambiental analizan las negociaciones para sacar adelante un acuerdo internacional que intente poner fin a la contaminación plástica
Ocho años después de que se firmara el Acuerdo sobre el Clima, París es nuevamente sede de una reunión en la que se negociará otro tratado crucial para la salud de las personas y del planeta: el tratado global sobre plásticos.
Muchos tipos de plásticos liberan moléculas químicas que están dañando a la naturaleza; por tanto, también a los animales y a los humanos. Somos interdependientes. Y prácticamente todos cuantos vivimos hoy tenemos mezclas de plásticos que trastornan nuestras hormonas, defensas (inmunidad) y otros sistemas fisiológicos, contribuyendo a causar diversas enfermedades crónicas. Más acá de las incertidumbres inherentes a la ciencia, el conocimiento científico que tenemos es suficiente para actuar. Las dudas no son sobre si tenemos un problema, sino sobre los medios para intervenir en las causas de este. Por eso, el año pasado las Naciones Unidas propusieron forjar un instrumento vinculante legal internacional que ayude a controlar la contaminación por plásticos.
En estos momentos existe un riesgo cierto de que partes relevantes de la comunidad científica sean excluidas de la redacción del tratado. Así, las organizaciones expertas en salud humana podrían tener un solo representante por organización durante las negociaciones. Sería el caso de la Endocrine Society, una prestigiosa organización científica médica que investiga desde hace años los efectos de los perturbadores endocrinos. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) ha sugerido que 703 organizaciones se han inscrito en las reuniones de París y posteriores. Solo un centenar parecen ser organizaciones ambientales y de salud pública. Un exlobista afirma que algunas industrias están creando organizaciones ficticias para intervenir torticeramente. Para controlar la falta de ética, los intereses deben documentarse siguiendo los procedimientos democráticos ya disponibles. Es factible lograr más ética, inclusión, independencia y transparencia en la elaboración del tratado.
Diversas industrias con intereses en los plásticos, como algunos fabricantes de combustibles fósiles, intentan que el tratado exagere las posibilidades del reciclaje y eluda la actual ingente producción de plásticos. Solo se recicla correctamente un 9% del plástico, y los cálculos más atrevidos sugieren que esta proporción no podrá superar el 30-40%. Puesto que la producción de plástico sigue aumentando, los residuos plásticos no dejarán de crecer. El reciclaje químico y físico tampoco es la solución: sabemos que los plásticos reciclados están contaminados con productos químicos tóxicos, incluso más que los plásticos vírgenes. Podemos restringir el uso de productos químicos peligrosos en los plásticos y detener la incineración de tantos plásticos, que producen dioxinas cancerígenas.
El propio Pnuma ha publicado un informe con aciertos y aspectos problemáticos; entre los últimos, la palabra “reducir” al referirse a la producción de plástico. Curiosamente y acertadamente, el informe se titula “Cerrar el grifo: cómo el mundo puede poner fin a la contaminación por plásticos y crear una economía circular”. Debemos ir más allá de los títulos.
Necesitamos un tratado con efectos globales y locales que se base en objetivos explícitos: qué productos y procesos químicos hay que prohibir, cuándo y cómo. Es preocupante que se pretenda que el tratado se base en acciones voluntarias: otras normas ―como el tratado sobre la crisis climática― muestran que demasiadas instituciones y empresas no cumplen los compromisos voluntarios. Los acuerdos deben ser vinculantes y evaluables.
La redacción del tratado debe basarse en el mejor conocimiento científico. Debe ser independiente y clara sobre los intereses de las partes. La fabricación de verdades alternativas (es decir, mentiras) y dudas espurias es una estrategia clásica de la industria tóxica: retrasó años la eliminación del plomo de la gasolina y las pinturas, la ampliación de los espacios libres de humo del tabaco o las políticas socialmente eficientes ante la crisis climática. Los daños sobre la salud y la economía son enormes. Evidentemente, existe industria no tóxica, saludable, innovadora y ambientalmente comprometida.
También necesitamos que estén en las mesas de negociación los trabajadores y los países más afectados. Quienes recogen y reciclan residuos, por ejemplo: están más expuestos a los tóxicos y su salud sufre las consecuencias. Muchos productos con plásticos se fabrican en países con infraestructuras democráticas y de salud pública débiles; debemos apoyarles para que las fortalezcan.
Todos estos temas están y permanecerán en la agenda ciudadana. Porque muchos de nosotros sabemos que incluso si enfriamos el planeta, un tratado de plásticos débil dejará a la próxima generación demasiado enferma para disfrutarlo.
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