¿Es normal que haya incendios en primavera? Sí, pero no tantos ni tan intensos
En el último medio siglo, solo el 10% de los grandes incendios forestales de España se han producido de noviembre a abril
A inicios de primavera, todavía en pleno marzo, Castellón y Teruel padecen un gigantesco incendio forestal que se acerca a las 5.000 hectáreas carbonizadas, mientras Asturias arde en más de 120 focos “en una oleada que no tiene precedentes”, según el Ejecutivo asturiano. ¿Es normal que haya fuegos en primavera? En la cornisa cantábrica es habitual que las quemas tradicionales produzcan algunos de estos incidentes, pero generalmente de pequeñas dimensiones. Según las estadísticas del Ministerio para la Transición Ecológica, en el último medio siglo solo el 10,5% de los grandes incendios forestales (aquellos que calcinan más de 500 hectáreas) se han producido de noviembre a abril, y el 78% se concentra de julio a septiembre. Los expertos coinciden en señalar que el calor, la sequía y el cambio climático adelantan la llegada de monstruos de fuego como el de Castellón, más propio del verano.
¿Qué está pasando en Asturias, Cantabria y Galicia?
Un incendio forestal declarado el martes en Baleira (Lugo) ha afectado a 1.400 hectáreas y, aunque quedó estabilizado el jueves, su extinción están complicándose por la fuerza del viento y su dirección cambiante. En Cantabria este viernes son 38 los focos, que han ido aumentando durante la semana. Mientras, Asturias registra en esta jornada 116 incendios forestales en 35 concejos, una situación que el jueves obligó a desalojar a 174 personas y a cortar la autovía A-8 con Galicia. Alejandro Calvo, consejero de Medio Rural asturiano, ha explicado: “No sabemos cuál es el fondo, pero evidentemente es una oleada de incendios provocados que no tiene precedentes”. Y ha añadido: “Una situación como esta, con focos simultáneos [...] son comportamientos delictivos, criminales, así hay que considerarlos; ponen en riesgo a las personas, a la gente de los pueblos”.
¿Qué son las quemas tradicionales?
“Este tipo de situaciones se dan cada año porque se hacen quemas rurales tradicionales de pastos, rastrojos y otros materiales, generalmente en febrero y marzo”, apunta Javier Madrigal, científico titular del Instituto de Ciencias Forestales del INIA-CSIC y experto en incendios de la UPM. “Hay gente que pide permisos para estas quemas, pero otros no lo hacen, y es en esos casos cuando se pueden quemar zonas cercanas e incluso descontrolarse”, prosigue.
¿Por qué se convierten en incendios?
Esta semana ha habido alerta en la cornisa cantábrica por altas temperaturas y fuerte viento sur, mucho más seco que el que viene del norte, lo que propicia los fuegos. Por eso, apunta Madrigal, “se advirtió a la población de que no usara el fuego porque tenemos un episodio de fuertes vientos, que ayuda a que las llamas se propaguen, y a pesar de ello muchas personas decidieron no hacer caso y estas son las consecuencias. Queda mucho por hacer en cuanto a concienciación”. José Ramón González Pan, portavoz del Colegio de Ingenieros Forestales, señala a que la población del norte tiene “exceso de confianza y mantiene las quemas pese a las advertencias”. Diana Colomina, experta en bosques de la ONG WWF, denuncia que quemar pastos con estas condiciones climáticas “es como poner una cerilla en una chimenea, porque gran parte del paisaje no está bien gestionado”. Una portavoz del Ministerio para la Transición Ecológica apunta: “Es habitual que se produzcan en esta época incendios en el noroeste como los que tenemos ahora en Asturias y Cantabria”.
¿Los fuegos en estas fechas suelen ser grandes?
No. Según las estadísticas de Transición Ecológica de los últimos 50 años, solo el 10,5% de los grandes incendios forestales (aquellos que calcinan más de 500 hectáreas) se han producido de noviembre a abril, mientras que la gran mayoría (1.657 de 2.114, es decir, el 78%) se han concentrado de julio a septiembre. Estos monstruos de fuego son una parte muy pequeña de los miles de fuegos que se producen —la mayoría de los cuales tan solo queman algunas hectáreas—, pero son responsables del 40% de la superficie quemada.
Madrigal, del CSIC, señala: “En el norte, excepto en Ourense, los incendios en primavera no suelen ser muy grandes, porque hay discontinuidades en el paisaje, en la propiedad, y porque los anticiclones entran por el norte y ayudan a apagarlos. Pero sí hay una tendencia a que haya cada vez más incendios de 500 hectáreas, cuando antes eran de 100 o 200. El problema se da cuando coinciden muchos focos, lo que dificulta el trabajo de los equipos de extinción, y se combina con un fuerte viento del sur como el que está habiendo esta semana”.
¿Qué está pasando en Teruel y Castellón?
Un enorme incendio que lleva activo una semana ha arrasado ya 4.700 hectáreas en las provincias de Castellón y Teruel y ha obligado a desalojar a 1.600 personas de seis municipios (unas 1.300 siguen todavía fuera de sus casas). Este viernes, el portavoz de Emergencias valenciano, José María Ángel, ha informado de que lleva ya 24 horas sin llama y con un perímetro “muy consolidado”. Según los últimos datos, cerca de 1.300 vecinos permanecen desalojados y hay cuatro carreteras afectadas (CV-195, CV-20, CV-203 y CV-207), mientras la Guardia Civil mantiene controles de acceso de Guardia Civil en los municipios y pedanías realojadas.
¿Por qué este incendio no es habitual?
“Hemos tenido incendios grandes fuera de temporada, pero no como este: se ha comportado como si estuviéramos en pleno verano, pese a que estamos a principio de primavera”, resume Ferran Dalmau-Rovira, experto en gestión forestal. “Ha sido muy agresivo y ha quemado el monte de forma muy rápida y muy intensa. Se ha visto una intensidad muy fuerte en las llamas. Por eso ha estado varios días fuera de la capacidad de extinción”, continúa. De hecho, según las estadísticas de Transición Ecológica, la mayor parte de los grandes fuegos de noviembre a abril suelen quemar entre 500 y 1.000 hectáreas; es muy poco habitual que superen las 4.000, aunque es cierto que ha pasado algunas veces (por ejemplo, en febrero de 1989 un fuego calcinó 6.000 hectáreas en Asturias, mientras que en abril de 1994 otro arrasó 7.000 en la Comunidad Valenciana).
¿A qué se debe esta catástrofe?
A una combinación de calor muy inusual, sequía y fuertes rachas de viento. Según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), en los últimos días hemos tenido temperaturas entre 7° y 14° más altos de lo normal, “un ambiente más propio de pleno verano”. Dalmau-Rovira explica: “Hay sequía meteorológica desde 2022 y la vegetación padece estrés hídrico, por lo que está más débil tanto para las plagas como para el fuego. Además, en 2017 hubo una gran nevada en la zona y se rompieron muchos árboles que no se retiraron, lo que añade más combustible al incendio”. González Pan, de los Ingenieros Forestales, precisa: “Las labores de extinción se han encontrado con dos episodios de viento fortísimos, que además ha cambiado su dirección, y eso desajusta la manera de enfrentarse al fuego e inhabilita los medios aéreos. En estas circunstancias, hay más posibilidad de paveseo, es decir, de que las cenizas inflamadas pasen de un lado a otro y expandan las llamas”. En su opinión, “estadísticamente, es muy atípico que un incendio tan grande se produzca en estas fechas, en el área mediterránea se suelen dar más a partir de junio”.
¿Cómo afecta el cambio climático?
Los informes del IPCC, el grupo de expertos en cambio climático de la ONU, llevan años advirtiendo de que la crisis climática causará cada vez más calor, sequía y fenómenos extremos —y el área mediterránea es de las más afectadas—, lo que supone que las condiciones para que se den grandes incendios durante todo el año serán cada vez más habituales. “Vamos a un escenario con mayor aridez, más escasez de agua, precipitaciones concentradas en menos días, lo que afecta a la vegetación… Todo esto puede favorecer la propagación excesiva de fuegos y convertirla en inabordable”, apunta González Pan.
¿Cómo podemos evitar futuros fuegos?
Dalmau-Rovira, experto en gestión forestal, apunta varias claves: “Bonificar el pastoreo extensivo y la agricultura tradicional como pago por servicios ambientales y apostar por las quemas prescritas en invierno, cuando no hay riesgo, para generar escenarios con menor carga de combustible; estas quemas pueden servir además como adiestramiento para los bomberos forestales”. En su opinión, también es imprescindible aprovechar de forma sostenible los recursos renovables del monte: madera, corcho, resina… “Es una de las maneras de reducir el combustible para futuros incendios. Sin gestión forestal, estamos en manos de la meteorología”.
Puedes seguir a CLIMA Y MEDIO AMBIENTE en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.