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Una “anómala” temporada de ciclones: ni un huracán hasta septiembre y dos rarezas que rondaron las costas españolas

Por primera vez en 25 años, no hubo ningún huracán en junio, julio y agosto. Ahora el Atlántico ha despertado y ya van cuatro. El último, Ian, ha tocado tierra en Cuba y se dirige a Florida

Imagen de satélite del huracán 'Ian', de categoría 3, que ha tocado tierra este martes sobre el oeste de Cuba y se dirige a la costa oeste de Florida (EE UU).
Imagen de satélite del huracán 'Ian', de categoría 3, que ha tocado tierra este martes sobre el oeste de Cuba y se dirige a la costa oeste de Florida (EE UU).NASA Worldview/Earth Observing System Data and Information System/AP (AP)
Victoria Torres Benayas

Durante todo el verano, los meteorólogos se han hecho una inquietante pregunta: ¿dónde están los huracanes? La autoridad en la materia, el Centro Nacional de Huracanes (NHC) de EE UU, había pronosticado una temporada más intensa de lo normal de ciclones tropicales en el Atlántico, término que engloba a las depresiones tropicales, tormentas tropicales y huracanes, en función de la fuerza de sus vientos. Sin embargo, hasta este mes, estaba siendo inusualmente tranquila. De hecho, por primera vez en 25 años, no hubo ni rastro de los temidos huracanes en junio, julio y agosto. Pero en septiembre, el Atlántico ha despertado: ya van nueve ciclones ―cuatro de ellos huracanes y dos de ellos, Danielle y Hermine, constituyen una rareza por el lugar donde surgen y por su trayectoria. A estos se suma Fiona, el ciclón más fuerte en alcanzar Canadá. El último en llegar es Ian, que ha tocado tierra en Cuba y se dirige a Florida. “La temporada está siendo anómala”, sentencia Juan Jesús González Alemán, el mayor experto español en sistemas tropicales e investigador en dinámica atmosférica de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet).

En mayo, el NHC lanzó su pronóstico para esta temporada —que comprende del 1 de junio al 30 de noviembre—: un 65% de probabilidades de que fuera más intensa de lo normal frente a un 10% de que fuera más floja. Sin embargo, la realidad durante los primeros meses ha sido otra. Ya antes del comienzo, este año no se puso nombre a ninguna tormenta tropical antes de que empezara el periodo de ciclones en junio, lo que no sucedía desde 2014. Aun así, en agosto, con solo tres tormentas ―Alex, Bonnie y Collin―, el organismo mantuvo sus previsiones, pero rebajó el porcentaje a un 60%.

“En principio, varios indicadores oceánicos y atmosféricos invitaban a pensar que sería una temporada potente”, contextualiza el portavoz de Aemet, Rubén del Campo. Por un lado, La Niña, que se mantiene por tercer año consecutivo y que favorece la formación e intensificación de estos fenómenos, al disminuir las condiciones de cizalladura del viento, es decir, sus variaciones de intensidad y dirección conforme se asciende en la troposfera. Al tener el camino despejado, los ciclones pueden desarrollar su estructura simétrica e intensificarse. El otro condicionante favorable era una previsión de aguas más cálidas de lo normal, el combustible del que se alimentan estos monstruos meteorológicos. Un tercer factor era que se preveía una mayor actividad del monzón africano, una corriente de vientos desde el océano al interior del África tropical que es el germen de tormentas que acaban siendo huracanes.

Sin embargo, el verano acabó sin huracanes, algo que no ocurría desde 1997. Aquel año fue muy intenso El Niño, que promueve condiciones muy hostiles para los huracanes porque genera cizalladura. ¿Qué ha ocurrido esta vez? “Se dieron circunstancias especiales para que la actividad bajara”, resume González Alemán. Del Campo apunta en concreto a “dos factores imprevistos”. Por un lado, ha persistido una vaguada —área de bajas presiones en las capas altas con aire frío en su seno— en los trópicos con vientos del oeste muy intensos en niveles altos mientras soplaban casi de dirección contraria en niveles más bajos, lo que multiplicó la cizalladura. Además, este aire, del Sáhara al Atlántico, era muy seco y con polvo en suspensión, por lo que no contenía humedad suficiente para condensarse y liberar la energía que requieren estos sistemas. Del Campo cita otra “causa más profunda”, una “circulación atmosférica muy anómala”, con “un bloqueo anticiclónico muy persistente en Europa occidental y una dana ―embolsamiento de aire en capas altas― cuasi estacionaria”, causante de las tres olas de calor en España.

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Tras pasar el verano durmiendo, la temporada ha dado un vuelco en septiembre y su actividad está ya en el promedio, con nueve ciclones nombrados, los dos últimos, Hermine e Ian, el fin de semana. “Se ha producido un efecto switch (interruptor), que no es raro. Ha ocurrido en seis temporadas desde 1961, sin huracanes en agosto y de 9 a 10 en septiembre”, explica Del Campo. “De un mes a otro, han cambiado las condiciones y septiembre ha resultado completamente distinto”, añade González Alemán. Como la temporada ha esprintado, es posible que se cumplan los pronósticos y continúe la hiperactividad que ha marcado las seis últimas temporadas.

Además de salir del sopor, septiembre ha sorprendido con dos ciclones fuera de su autopista natural. Uno fue Danielle, el primer huracán de 2022. “Más que su trayectoria hacia Europa, lo extraño es dónde se originó”, destaca Del Campo. Lo hizo a 1.000 kilómetros al oeste de las Azores, “casi a la latitud de Andalucía”, cuando sus canteras son el entorno de Cabo Verde o del golfo de México. Ya convertido en ciclón extropical, causó un temporal en la Península. “Cuando se forman tan al norte, participan sistemas de latitudes medias que los ayudan a intensificarse, pero en este caso fueron mecanismos puramente tropicales”, añade este meteorólogo. Y no le hizo falta ayuda porque las aguas estaban extremadamente cálidas, entre 3 °C y 4 °C por encima de lo normal, una temperatura propia del Caribe.

El segundo descarrilado fue Hermine. Al contrario que Danielle, lo anómalo no es dónde nació, sino “su desplazamiento hacia el norte” en lugar de al Caribe. Para González Alemán, “el acercamiento a Canarias de una tormenta tropical es un evento extremadamente anómalo”, pero hay que analizarlo en profundidad antes de hacer más consideraciones. Según el investigador, es muy posible que sea el ciclón que más se ha acercado al archipiélago con datos robustos desde 1966, aunque reconoce que antes podían pasar desapercibidos. “Existen registros y testimonios que se remontan más atrás, pero hay que rastrearlos”.

A falta de estudios de atribución que establezcan en qué porcentaje se puede achacar al hombre, este experto ve más clara la conexión de Danielle con el cambio climático que con Hermine. Con el primero había una intensa ola de calor marino en el Atlántico norte, un fenómeno en el que sí hay una buena atribución y que favoreció “la intensidad que alcanzó en esa zona”. En cambio, en Hermine “no está clara una relación que mucha gente aventura, hay que hacer un análisis en profundidad, calcular la anomalía y ponerlo en un contexto histórico, porque hay una anomalía respecto a los últimos 50 años, pero no sabemos si la hay respecto al periodo preindustrial”. Lo que le inquieta es que Hermine, “puesto en el contexto de las proyecciones climáticas, hace sospechar que sea un anticipo de lo que pueda venir, huracanes de categoría 2 y 3”, ya que hay estudios que apuntan a mayores semillas de ciclón: más ondas tropicales, más intensas y más al norte. Este nuevo “aviso del Atlántico” ha sido serio, al causar un “impacto notable”, con lluvias “históricas y extraordinarias”.

“Es un evento extraño que abre la puerta a preguntarse qué está pasando, ya que en los últimos siete años la frecuencia con la que nos merodean los ciclones ha aumentado, pero culpar al cambio climático es aventurarse mucho”, reitera. “Atribuir comportamientos de un ciclón o de una temporada al cambio climático es un error, hay que observar cambios a lo largo de varias décadas y hacer estudios en profundidad”, incide el investigador. Por su parte, Del Campo apunta que esta es solo una de las hipótesis que cita el CNH para explicar el aumento registrado en las últimas décadas en el Atlántico, junto con las mejoras en la observación y las variaciones naturales del clima. Para este experto, es “de cajón que si el Atlántico está más caliente, los huracanes tienen más combustible”, aunque son necesarios más estudios porque “la relación no está tan evidente como con las olas de calor”.

Cuando se amplía el foco al Pacífico y al Índico, tampoco está claro el papel del cambio climático porque no se observa una tendencia ni ascendente ni descendente ni un aumento de la intensidad del viento. Sin embargo, “sus lluvias sí que han crecido de forma considerable como consecuencia del cambio climático y también “se desplazan más lentamente”, por lo que causan más daños. Para González Alemán, hay “mucha confusión y mucho ruido respecto a la actividad ciclónica y el cambio climático” y lo fácil es culpar al sospechoso habitual. Su número “no tiene por qué aumentar con el cambio climático, lo que sí se sabe es que la proporción de los de categoría 3, 4 y 5 [los más graves] será mayor”, concluye.

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Sobre la firma

Victoria Torres Benayas
Redactora de la sección de Madrid, también cubre la información meteorológica. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra, cursó el máster Relaciones Internacionales y los países del Sur en la UCM. En EL PAÍS desde el año 2000, donde ha pasado por portada web, última hora y redes, además de ser profesora de su escuela entre 2007 y 2014.

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