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Tecnologías de esponja y ‘agua digital’

La innovación hídrica llega al rescate de una época de continuas sequías y alimentos que consumen enormes cantidades de líquido

Los sistemas de riego remoto a través de aplicaciones permiten gestionar la cantidad de agua que recibe un cultivo en cada momento según la meteorología.
Los sistemas de riego remoto a través de aplicaciones permiten gestionar la cantidad de agua que recibe un cultivo en cada momento según la meteorología.David Jones (Getty Images)
Miguel Ángel García Vega

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Conocido es lo finito, lo desconocido infinito; desde un punto de vista intelectual, habitamos en una pequeña isla en medio de un océano ilimitado frente a lo inexplicable. Nuestra tarea en cada generación es recuperar algo más de tierra”. Y de agua. Podría haber añadido el filósofo británico T. H. Huxley (1825-1895). La innovación hídrica es una de esas contadas veces en las que el hombre absorbe lo mejor de la tecnología. El 5G está cambiando el campo y las ciudades. Canaliza cantidades masivas de datos en un tiempo ínfimo y su interpretación resulta instantánea. “Estos avances técnicos son muy útiles para el suministro, medición y reciclado de agua”, desgrana Roberto Ruiz-Scholtes, director de estrategia de UBS España. “Ya resulta viable, desde la mirada económica, instalar en las tuberías numerosos sensores de presión, temperatura y calidad de flujo y a la vez detectar fugas, filtraciones, contaminación”. Solo en Estados Unidos se pierden 0,065 millones de galones (246.051 litros) de agua potable cada año por fugas. El coste supera los 2.600 millones de dólares (2.400 millones de euros). Y Los Ángeles, que lleva años bajo la sequía y los fuegos, planea unas elevadas inversiones en almacenamiento y captura de agua de lluvia con el objetivo de conseguir que el 70% de la demanda de la metrópoli se cubra con fuentes locales en 2035. “La ciudad [californiana] será el epicentro mundial de la adaptación climática al medio urbano del agua. No resultará barato, pero es una ganga comparado con estar sin ella”, subraya Felicia Marcus, profesora de la Universidad de Stanford (California) en la agencia Bloomberg.

Un bien cada vez más valioso

Y esas dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno cada vez serán más caras (su uso cotiza en el mercado de futuros en California) y la Tierra exige el óbolo al barquero por atravesar la laguna. Hay que alimentar a 7.500 millones de personas, mientras la agricultura, la mayor “esponja”, consume 5.000 kilómetros cúbicos anuales en el planeta. El 70% del total. ¿Ideas? “El riego de precisión reduce el consumo y también la cantidad de fungicidas, herbicidas y pesticidas”, relata Cédric Lecamp, gestor del fondo Pictet Water. “Además, la nueva tecnología del internet de las cosas, basada en sensores, puede determinar exactamente cuándo se necesita agua y en qué cantidad”.

En Tudela de Duero (Valladolid) han trazado esos cálculos. Los han elaborado sobre una tierra de gris pedernal como un fondo del Greco. Aunque a veces también de arcilla y otras de cantos rodados. En todas arraigan las vides de la Bodega Mauro. La naturaleza las irriga, pero también el hombre. “Tenemos un sistema de riego remoto y a través de varias aplicaciones sabemos la cantidad de agua que reciben y las gestionamos según la meteorología”, analiza el enólogo Mariano García. Las viñas mandan. Si corre el aire o cae la lluvia, cesa el agua. En otra bodega bajo el cielo zamorano de la DO Toro, Monte la Reina, utilizan placas solares para bombear agua a balsas que están en cotas altas. Y luego riegan por gravedad con un coste mínimo. Física básica.

Esta “agua digital” ha sido uno de los grandes avances de los últimos años. Lo hemos visto: la instalación de contadores 2.0 —resume Enrique Cabrera, catedrático emérito de Mecánica de Fluidos de la Universidad Politécnica de Valencia— facilita la reducción de fugas y los sensores permiten controlar la calidad del agua en la red.

Pero como la brisa no puede ser embotellada, siempre surgen debates continuos, al igual que una ventana abierta. ¿Las desaladoras son la solución tecnológica o el problema? Ya que generan, en teoría, una elevada huella de carbono. Sin embargo, cuando aprieta el verano y la sequía abrasa hasta las piedras, vuelven a la vida. “Su misión es garantizar el suministro en periodos secos”, reflexiona el docente. “Por eso han de asumirse sus costes, manteniéndolas en operación porque el precio de funcionamiento se dispara si trabajan de forma intermitente. No querer contribuir a pagar esos gastos resulta igual [de absurdo] que devolver el recibo del seguro un año porque no ha habido siniestros”, compara Cabrera. Mientras, la mancha de carbono es un mal menor y los números se ocupan de restar dramatismo. La producción de agua desalada —calcula el experto— es de unos 400 hectómetros cúbicos (hm3) y con la intensidad media actual (4 kWh/m3) supone 1.600 gigavatios-hora (GWh). Poco más del 0,5% del gasto energético del país. Con estas cifras suena ilógico eliminar las desaladoras de la ecuación.

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Asuntos públicos

Sin embargo, el agua no solo es hidrógeno y oxígeno, también política. El Ministerio para la Transición Energética y el Reto Demográfico tiene un presupuesto —procedente de los Fondos de Nueva Generación europeos— de 88,7 millones de euros orientados a proyectos que promuevan la transición ecológica y la recuperación verde. El año pasado se destinaron 58 millones a la renaturalización y resiliencia de las ciudades. Y los programas de biodiversidad sumarán 2,5 millones de euros.

Pero hay que ir más allá en las urbes. “Un sistema de microsensores te permite saber el agua que se vierte, por ejemplo, a las alcantarillas o el que consumen los hogares. Aunque hace falta acompañar estas tecnologías con otras políticas que busquen la eficacia”, subraya Gonzalo Delacámara, asesor internacional en políticas del agua en la Unión Europea, la OCDE (agrupa a las naciones más ricas del planeta) y el Banco Mundial. “¿De qué forma? Bonificando a quien gestiona, pensemos en su hogar, bien el agua y penalizando a aquellos que la malgasten”.

De lo contrario, España continuará teniendo un problema con la geografía física de la escasez y la psicológica. La física resulta transparente. Los embalses (según datos del día 8 de marzo) estaban a una capacidad del 43,86%. Hace una década, por este tiempo superaban el 64%. De 36.003 hm3 han caído a 24.619 hm3. Demasiadas zonas de España, como las islas Canarias (algunas áreas llevan dos años de sequía constante), empiezan a semejar las áridas planicies de Comala de Juan Rulfo. La psicológica exige cambiar. “El agua es un bien limitado y no tiene sentido combatir esos límites desde la tecnología o la innovación. Hay que consensuar de manera colectiva los niveles de consumo”, propone Gustavo Duch, activista y director de la revista Soberanía Alimentaria. Se suceden las estaciones de la misma forma obstinada que las paradas de un viejo tren, y las sequías resultan cada vez más habituales y severas. La agricultura es el gran gasto del agua. Pero tampoco necesita que nadie le borde una letra escarlata. “Suma el 3% total del consumo energético y los actuales precios han provocado el resto, tanto que en algunas comunidades de regantes la factura eléctrica les supone el 50% de los costes corrientes, lastrando su rentabilidad”, observa Enrique Cabrera.

La tecnología del agua se opone a la geopolítica del agua. Al igual que un hombre dividido por dos no da dos hombres. “Tenemos una mala política agrícola que exige más agua de la que debemos usar. Existen bastantes ejemplos. Quizá el más grave es querer alimentar a Europa desde Almería con frutas y verduras muy demandantes de esta sustancia, que están agotando los acuíferos de la zona”, advierte Duch. Esto no lo resuelve la innovación, sino la gobernanza.

Racionalización

Sin embargo, siempre queda esa nube a punto de descargar. En el Génesis, el hombre recibió un paraíso y su obligación es conservarlo, mejorarlo, y transmitirlo a las generaciones futuras. Nadie dijo que fuera fácil. Nadie tampoco que resultara imposible. “El futuro pasa por minimizar el gasto energético, pues el margen de mejora resulta formidable”, aconseja Cabrera. Y recurre al pasado, al Génesis; el origen de todo. “Los sistemas se proyectaron de espaldas a la eficiencia energética porque los costes eran bajos y para el campo estaban subsidiados. Los sistemas deben racionalizarse. Y como la energía consumida es el producto del volumen del agua por la presión del sistema, la estrategia pasa —a través de ecotrazados y goteros de baja presión— por reducir esa presión”. Racionalizar el funcionamiento de las redes. Y ahí se aventa la tecnología y su siembra. Monitorización de las redes, metodología BIM (una experiencia de modelado digital que se utiliza, sobre todo, en arquitectura e ingeniería), telelectura, los gemelos digitales (un programa que permite, por ejemplo, reproducir el posible comportamiento de una cuenca hidrográfica) o el famoso riego por goteo inventado por los israelíes en la década de los sesenta.

La tecnología es otra molécula que se añade al hidrógeno y el oxígeno. Aunque también resulta inflamable. “No solo puede fomentar la conservación, sino que posee la capacidad de empeorar las cosas si se adoptan malas tecnologías”, sintetiza William G. Moseley, experto del Grupo de Alto Nivel en Seguridad Alimentaria y Nutrición de Naciones Unidas (­GANESAN). “Por ejemplo, los sistemas de riego por aspersión posiblemente sean unos de los más despilfarradores jamás diseñados en términos de pérdidas masivas por evaporación del agua”, critica. Y vuelve —al igual que otros especialistas— a las enseñanzas históricas. Algunas tecnologías antiguas, como el qanat [un sistema de canales y acueductos subterráneos] en Irán y otros países de Oriente Próximo, han resistido la prueba del tiempo y son uno de los medios de transporte y empleo de agua agrícola más eficientes jamás creados”. En ese laberinto de minotauros que es Creta tienen una propuesta que podría resolver el hilo de Ariadna frente a la escasez. Emplear presas de contención en arroyos y ríos efímeros. “Son presas bajas”, explica William G. Moseley, “por las que fluye el agua. A diferencia de las tradicionales, que pierden grandes cantidades de líquido embalsado por la evaporación, esta clase favorece la infiltración del agua en esos arroyos y ríos estacionales y eleva el ­nivel freático”.

¿Consecuencia? Los pozos pueden usarse con mayor eficacia para la horticultura y otras actividades. Porque el agua de contención se evapora más despacio que la tradicional. También florecen los cultivos hidropónicos. Apenas consumen líquido y no necesitan tierra. Y la tecnología se mece como un maizal maduro bajo el viento. Substrate AI —su apellido le “delata”— utiliza inteligencia artificial para “medir diferentes parámetros: humedad, fertilidad de la tierra, necesidad de nuevos sustratos”, detalla Lorenzo Serratosa, presidente de la firma. El hombre lleva 5.000 años conviviendo con sequías, pero esta amanece diferente. Es codicia, despilfarro y volver pobres a los ya pobres. La tecnología tiene sentido si ayuda a todos. Si no, será otra tierra de nadie regada con más desigualdad.

Una gota da la voz de alarma

Quizá una palabra no diga nada, pero los datos lo cuentan todo. En la urbanización gaditana de Sotogrande —una cuadrícula de calles de la élite española y extranjera—, la empresa Sacyr ha instalado la telelectura en las cifras de consumo de agua para obtenerlas en tiempo real. Es una forma de conocer el comportamiento del consumidor. Bombear más agua cuando más se consume y emprender el camino inverso. También sirve de alarma a las personas dependientes. Si el gasto es cero, puede ser un indicador de que algo marcha mal y se avisa a los servicios sociales. Además, se controlan las fugas y filtraciones. “Solo se pierde el 15%”, estima Raúl Lemes De Leon, director de operaciones internacionales de la compañía. Y es que el mundo del agua ha cambiado tanto que en la ecuación figuran ya variables como el 5G (que permite transmitir grandes cantidades de datos sin colapsos), el big data o la inteligencia artificial para interpretarlos y, por ejemplo, evitar a los técnicos procesos repetitivos. En otras tierras, esta nueva inteligencia ayudaría en el campo. “Es un gran aliado para conocer las condiciones meteorológicas e incluir fenómenos como la humedad o la altura”, subraya el experto. Incluso las desaladoras (Chile, por ejemplo, se está planteando incluirlas en su política hídrica, hasta ahora basada en pozos) encuentran su lugar bajo el sol. Es invierno, pero cae el estío.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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