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Manuel Porcar, premio Ig Nobel a las investigaciones insólitas: “Al principio no le vi la gracia”

El responsable del estudio de las bacterias de los chicles defiende las aplicaciones de su labor y encaja con elegancia el reconocimiento de los galardones que parodian a los de la Academia Sueca

Manuel Porcar, en una imagen cedida por el investigador.
Manuel Porcar, en una imagen cedida por el investigador.
Raúl Limón

Manuel Porcar Miralles, nacido en Vinaròs (Castellón) hace 49 años, es un emprendedor e investigador vinculado al Instituto de Biología Integrativa de Sistemas I2SysBio (Universitat de València-CSIC) y a la empresa Darwin Bioprospecting Excellence. Doctor en Biología e ingeniero agrícola, trabajó en el prestigioso Instituto Pasteur francés y se ha especializado en la identificación de las bacterias que habitan los entornos y los objetos más cotidianos.

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Este trabajo llevó a su equipo a investigar sobre las bacterias en los chicles pegados en el suelo de diferentes ciudades del mundo con fines forenses y como lucha contra la contaminación. The wasted chewing gum bacteriome (el bacterioma de los chicles tirados) fue publicado por Scientific Reports, del grupo Nature. Pese al respaldo de una reconocida publicación, la organización de los Ig Nobel, considerados los antagonistas de los galardones de la Academia Sueca y creados para distinguir las investigaciones más insólitas con humor ―”hacer reír y, después, pensar”, sostiene Marc Abrahams, uno de los promotores―, le ha distinguido este año con el premio en la categoría de Ecología. “Al principio no le vi la gracia”, reconoce este investigador que, sin embargo, ha terminado por encajar con elegancia el premio. Ahora lo ve como una oportunidad para dar a conocer su trabajo que, según defiende, tiene enormes aplicaciones.

Pregunta. ¿Cómo surgió la investigación sobre los chicles?

Respuesta. Habíamos hecho trabajos previos sobre las bacterias que se acumulan en las máquinas de café [Scientific Reports] y nos preguntamos cuáles hay en los chicles usados, esas manchas negras que vemos en los pavimentos. Por un lado, recolectamos muestras de varias localizaciones en todo el mundo: Europa, Turquía, Singapur… para identificar qué microorganismos estaban presentes. Vimos que había una buena diversidad de microorganismos y que eran bastante distintos según las ciudades de origen. También estudiamos el proceso de colonización microbiana, es decir, cuando tú te comes un chicle cabe presumir que las bacterias son las que tienes en la boca, pero lo tiras en el suelo y, cuando nosotros lo recogemos, muchos meses después, hay algo totalmente distinto. Vimos cómo cambian, cómo son sustituidos unos microorganismos por otros. Hicimos un experimento bastante curioso que consistió en que una persona comiera chicle y lo escupiera en el suelo para ir tomando muestras durante intervalos de semanas y analizar el contenido microbiano. Vimos que, a partir de una composición que es típica de la boca, poco a poco, pero en cuestión de semanas, estas bacterias iban desapareciendo y siendo sustituidas por típicas de superficies naturales del suelo.

P. ¿Cuál es el fin último de esta investigación?

R. El primero es puramente científico básico, es decir, conocer qué hay en un ambiente ecológico que no se ha estudiado hasta ahora. Vale para descubrir un grupo de microorganismos, una diversidad que puede tener aplicaciones industriales o no. Luego, al final de todo, vimos que, efectivamente, tiene aplicaciones: la primera es en medicina forense, es decir, que, si somos capaces de ver el perfil microbiano que hay en un chicle, se podría identificar a una persona que busque la policía a partir del chicle, no ya solamente por el ADN de esa persona, sino también por las bacterias de su boca que sean características y que se encuentran durante muchas semanas después, aunque el chicle esté pegado al sol en julio; otra aplicación sería la biorremediación, es decir, la descontaminación de los chicles, que son un problema para muchos ayuntamientos. Hemos visto que son una fuente muy importante de microorganismos que se pueden utilizar precisamente para descomponer y degradar el chicle. Estas son las dos aplicaciones básicas de este trabajo, más allá de la curiosidad de caracterizar un microbioma que no había sido estudiado hasta ahora.

Me llamó un médico catalán que recibió un Ig Nobel hace un tiempo por un trabajo bastante curioso: miraban la capacidad auditiva de los fetos mediante un altavoz a través de las vaginas de las madres

P. ¿Cómo ha recibido este Ig Nobel?

R. Cuando me llamó Marc [Abrahams] y me lo contó, le dije: “No le veo la gracia, ninguna gracia”. “Les pasa a todos”, me respondió. Después, he entendido que, desde fuera, puede considerarse insólito que hayamos recorrido medio mundo con un tubo en el bolsillo lleno de chicle comido y tirado en el suelo. Me llamó un médico catalán que lo recibió hace un tiempo por un trabajo bastante curioso: miraban la capacidad auditiva de los fetos mediante un altavoz a través de las vaginas de las madres. Finalmente ha sido una buena sorpresa porque, evidentemente, es un premio humorístico, pero las probabilidades de que te lo concedan son tan bajas como un Nobel. Estaba rondando porque, cuando publicamos lo de las bacterias de las máquinas de café, tuvo mucho impacto mediático y hubo algún comentario diciendo que se debería presentar para los Ig. Ha sido una sorpresa agradable. Al fin y al cabo, se trata de desdramatizar algunos de los trabajos de investigación que tenemos y a mí me gustaría recalcar que, más allá de lo más o menos hilarante de este y de otros casos, hay aplicaciones industriales que pueden ser muy importantes y que, con la diversidad de microorganismos que hay en la Tierra, se pueden hacer muchísimas cosas. Queda muchísimo por descubrir todavía.

P. ¿Dónde han investigado colonias bacterianas?

R. Desde el punto de vista microbiano, el exotismo no es como con los animales. Si tú quieres ver animales exóticos, te vas al zoo o te vas a África, donde sea. Pero hay microorganismos tremendamente exóticos en las casas, en los paneles solares. Están a pocos metros de nuestras cabezas, en nuestras cafeteras, en nuestras lavadoras, en las secadoras, en las centrales nucleares pegados a las barras de uranio. Hay microorganismos extremófilos, que viven en hábitats duros, donde la vida no es fácil, pero que tienen una enorme diversidad y un montón de aplicaciones industriales.

Donde tú ves un gato muerto, un contenedor de basura o una playa contaminada, nosotros vemos una fuente de microorganismos que pueden utilizarse para hacer muchas cosas

P. ¿En qué trabajan ahora?

R. Tenemos un trabajo que está actualmente siendo revisado para su publicación y que tiene que ver con el bacterioma de los coches, de algunas partes de los coches donde hemos encontrado cosas muy interesantes y que tienen también mucha aplicación en biorremediación, en descontaminación de hidrocarburos de combustible de diésel. Hemos encontrado bacterias que degradan muy bien el diésel. Esto tiene una aplicación industrial muy directa y de una relevancia enorme. Pero la lista es infinita. También trabajamos con microorganismos y larvas de insectos. Hemos visto cómo el tubo digestivo tiene una composición muy parecida a la de plantas de producción de biogás, por lo que estos organismos se pueden utilizar para producir biogás. Donde tú ves un gato muerto, un contenedor de basura o una playa contaminada, nosotros vemos una fuente de microorganismos que pueden utilizarse para hacer muchas cosas.

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Sobre la firma

Raúl Limón
Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, máster en Periodismo Digital por la Universidad Autónoma de Madrid y con formación en EEUU, es redactor de la sección de Ciencia. Colabora en televisión, ha escrito dos libros (uno de ellos Premio Lorca) y fue distinguido con el galardón a la Difusión en la Era Digital.

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