‘Rosa de sanatorio’
Hace unos días nos dejó el periodista José Luis Moreno-Ruiz. Su muerte coincidió en el espacio y en el tiempo con la bola de fuego que atravesó la noche madrileña
Tras la estancia en el hospital, Valle-Inclán escribió su poema Rosa de sanatorio. Se trata de un soneto de carácter surrealista, escrito con el tono de la época, aunque no por su condición modernista pierde brío castizo, sino todo lo contrario, es decir, que se emparenta con la tradición literaria española.
En dicho poema, Valle-Inclán nos envuelve en el ambiente sensorial de un sanatorio y nos transporta hasta la inconsciencia alucinada de un enfermo delirante. Lo consigue con palabras que, cuando se relacionan entre sí, atacan al oído con su melodía, transmitiéndonos la luz, el olor, la sensación “cubista, futurista y estridente” de un sanatorio. Es un poema definitivo con el cual se abría uno de los programas nocturnos más originales de todas las épocas. Hablamos del programa de radio conducido por José Luis Moreno- Ruiz desde RNE y que se llamaba igual que el soneto. Eran los años ochenta. No podía ser de otra forma.
Rosa de sanatorio era un programa hecho a medida para todas aquellas personas que no conseguían conciliar el sueño y que, necesitadas de escuchar cosas curiosas, se dejaban embaucar por un tremendo contador de historias. Sin ir más lejos, gracias a aquel programa aprendimos que la anosognosia es palabra de origen griego que da nombre a un síntoma tan asintomático como lo puede llegar a ser la falta de consciencia de una enfermedad.
El término anosognosia fue empleado por primera vez en 1914 por el neurólogo franco-polaco Joseph Babinski cuando presentó a la Sociedad de Neurología de París a dos pacientes hemipléjicos que no tenían conciencia de ello. José Luis Moreno-Ruiz nos contaba casos siniestros de anosognosia, como los del paciente que pidió a la enfermera que se le retirase la bandeja y que, con la bandeja, también se llevasen el brazo, pensando que aquel brazo no era de él. La literatura neurológica cruzada con mitología, y contada con la gramática de la retranca, hacían de aquel programa un espacio donde el insomnio encontraba su sitio. Ya no se hacen programas así.
Al igual que el soneto de Valle-Inclán, el programa había sido creado para deslumbrar la noche de los insomnes, el desvelo de todas aquellas personas que rellenan las grietas del método científico a base de torcer la realidad del mundo.
Hace unos días, José Luis Moreno-Ruiz nos dejó para siempre. Su muerte coincidió en el espacio y en el tiempo con la bola de fuego que atravesó la noche madrileña, sobrevolando la ciudad a una velocidad de 126.000 kilómetros por hora. La roca, procedente de un asteroide, impactó en la atmósfera y se extinguió a la altura de Vallecas. Para las personas que seguíamos el programa de Moreno-Ruiz, no resulta difícil imaginar que hay una relación de contenido entre ambos sucesos, entre la bola de fuego que cruzó la noche de Madrid y la muerte del locutor de radio que nos contaba cosas desde la consciencia alucinada de un estudio bañado con luz de acuario.
Era la realidad concentrada en una voz que igual te hablaba del priapismo de alto flujo, que del miembro fantasma que pica una vez amputado. A pesar de que se trataba de un programa rupturista, Moreno-Ruiz lo hacía sin perder el brío de la tradición castiza. Al igual que el soneto de Valle-Inclán, el programa había sido creado para deslumbrar la noche de los insomnes, el desvelo de todas aquellas personas que rellenan las grietas del método científico a base de torcer la realidad del mundo. Para José Luis Moreno-Ruiz, la física era matemática en colores, y las matemáticas eran la poesía con la que el universo nos habla en su lenguaje de números. Si algo conseguía José Luis Moreno-Ruiz era contarnos con sencillez la complejidad de la materia y, con ello, con su juego, conciliarnos con el sueño.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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