La causa sin causa
El psiquiatra Carl G. Jung se dispuso a estudiar el fenómeno de las casualidades en términos de física cuántica. Para ello, contó con la colaboración del físico Wolfgang Pauli
Paul Auster cuenta que, en una ocasión, su mujer le lanzó dinero por la ventana para que comprara no sé qué. Cada vez que lo recuerda, el escritor puede ver con claridad fotográfica la imagen de una moneda volando por el aire “como si la moneda formase parte de un sueño recurrente”.
Al final, la moneda chocó contra la rama de un árbol y rompió la trayectoria que iba hasta la mano de Auster. El escritor se agachó a buscar la moneda entre la hojarasca, pero no la encontró. La moneda de diez centavos se había esfumado para siempre.
Ese mismo día, Auster asistió a un encuentro de béisbol en el Shea Stadium. Hacía mucho viento y, mientras esperaba a que abriesen el estadio, se refugió para poder encender un cigarrillo. A sus pies encontró una moneda de diez centavos. Se agachó y la cogió. “Por absurdo que pueda parecer, tuve la certeza de que eran los mismos diez centavos que había perdido en Brooklyn esa misma mañana”, cuenta Paul Auster en El cuaderno rojo, una recopilación de historias verdaderas donde cada una de ellas presenta en su interior lo que él llama “mecánica de la realidad”, y donde las coincidencias significativas son el atributo en común.
Con todo, Paul Auster no fue el único escritor en tratar el tema. Años antes, el berlinés Wilhelm von Scholz (1874-1969) recopiló un puñado de historias reales donde intervienen dichas coincidencias cuando los objetos robados -o perdidos- vuelven de nuevo a sus propietarios. De esta manera, Wilhelm von Scholz recoge la historia de una madre que llevó un carrete a revelar a la tienda después de hacerle una foto a su hijo, pero que no pudo recogerlo porque estalló la guerra. Pasados los años, compró un carrete para fotografiar a su hija, nacida en plena guerra. Cuando reveló el negativo se encontró que estaba impresionado dos veces. La imagen que había debajo era la de su hijo, fotografiado por ella misma en 1914.
La atracción mutua de los objetos relacionados llevaría al psiquiatra suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) a estudiar la evidencia de los sucesos acausales y a emparentarlos con la teoría cuántica. Para ello, acuñó el término “sincronicidad”. De esta manera, señaló la coincidencia significativa de dos acontecimientos simultáneos cuando uno de ellos tiene lugar en nuestro mundo psíquico -o interior- y el otro se da en el mundo exterior. Dicho de otra forma: las meras coincidencias no existían para Jung cuando los sucesos se reflejan precisos y simultáneos.
Para Jung existía una correspondencia entre los procesos psíquicos y los sucesos externos, de la misma manera que, para la física cuántica, cada elemento de la totalidad del universo está intrínsecamente relacionado con el universo, siendo cada elemento un reflejo del universo que lo contiene
El mismo Jung pone de ejemplo el caso de una paciente que, cuando estaba relatando su sueño donde aparecía un escarabajo, en ese mismo momento, apareció un escarabajo en la ventana de la consulta. Desechando las causas fortuitas, Jung se dispuso a estudiar el fenómeno de las casualidades en términos de física cuántica.
Para ello, contó con la colaboración del físico Wolfgang Pauli, protegido de Einstein alumno de Neils Bohr, compañero de Heisenberg y premio Nobel de Física en 1945, que propuso la existencia del neutrino, una partícula subatómica compuesta por una masa mínima y difícil de medir. La relación entre Jung y Pauli dio como resultado un curioso trabajo titulado La sincronicidad como un principio de conexión acasual.
Para Jung existía una correspondencia entre los procesos psíquicos y los sucesos externos, de la misma manera que, para la física cuántica, cada elemento de la totalidad del universo está intrínsecamente relacionado con el universo, siendo cada elemento un reflejo del universo que lo contiene. De igual manera que el microcosmos refleja la dinámica del macrocosmos, nuestros procesos psíquicos reflejan la dinámica de los sucesos externos. Ambos acontecimientos están vinculados entre sí en virtud del significado. “El significado inherente es lo que diferencia una sincronicidad de una mera coincidencia” , escribió Jung.
Volviendo al caso del principio, el mundo psíquico de la paciente que relataba su sueño del escarabajo, y el mundo exterior que parecía que la había abandonado hasta provocar su neurosis, empezaron a participar el uno del otro desde el mismo momento en que un escarabajo se materializó en la ventana.
Jung, con ayuda de la física cuántica, fue tras la búsqueda del eslabón perdido entre mente y materia, sabiendo que hay cosas que no se explican por una simple coincidencia
Tras la búsqueda del principio unificador del universo, Jung y Pauli llegaron a la conclusión de que el universo es una realidad única que participa de la psique, de igual manera que participa de la materia, escapando así del marco newtoniano que daba por sentado que toda relación de hechos simultáneos era mera casualidad. El modelo mecánico había quedado atrás con la llegada de la teoría cuántica, transformando nuestra visión del universo. A partir de ese momento, el universo es un “todo” donde el observador interviene en lo observado, participando en ello.
Jung, con ayuda de la física cuántica, fue tras la búsqueda del eslabón perdido entre mente y materia, sabiendo que hay cosas que no se explican por una simple coincidencia. Enfrentado al patrón racional que niega por sentido común los paralelismos acausales, intuyó el vínculo común entre dos acontecimientos por medio del significado que ambos acontecimientos presentan para el sujeto que los vive.
La teoría cuántica nos pone sobre la pista de lo que subyace bajo la superficie de la materia atómica, lo que condiciona su comportamiento de una manera acausal. De igual manera Jung y Pauli nos ponen sobre la pista de la interconexión misteriosa entre dos hechos que cargan el mismo significado por ser fenómenos que se originan en los patrones fundamentales del universo. Sin descartar el orden causal, Jung y Pauli propusieron un orden acausal y paralelo. El mismo orden del que se nutren las ficciones de Paul Auster.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
Puedes seguir a MATERIA en Facebook, Twitter, Instagram o suscribirte aquí a nuestra newsletter
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.