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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Frente al coronavirus: información contrastada y veraz, aunque nos duela

Es importante no obsesionarse y mantener la calma, saber cuidarnos y respetar los consejos de las autoridades competentes. Pero ¿cómo conseguirlo?

Una mujer pasea su perro por una calle de Roma, el lunes 23 de marzo.
Una mujer pasea su perro por una calle de Roma, el lunes 23 de marzo.Alessandra Tarantino (AP)
Ignacio Morgado Bernal

Frente al coronavius hay algo en que todos coincidimos: es importante no obsesionarse y mantener la calma para no cometer errores, saber cuidarnos y respetar los consejos de las autoridades competentes. Pero ¿cómo conseguirlo?

Lo que ahora más nos obsesiona y pone nerviosos es el miedo a contraer el virus, a que lo contraigan nuestros familiares o amigos y a las consecuencias de todo tipo de la enfermedad, incluidas las económicas. Ese miedo no se puede evitar del todo, pues estamos biológicamente programados para tenerlo en situaciones de peligro. El miedo, como cualquier emoción poderosa, concentra nuestra atención y nuestra energía mental en lo que nos preocupa, en el coronavirus y su evolución en nuestro caso, impidiendo en buena medida que pensemos o nos dediquemos a otras cosas. Un miedo moderado nos da energía para reaccionar ante el peligro y actuar buscando las mejores soluciones, pero el miedo intenso, como cualquier otra emoción intensa, inhibe o dificulta nuestros pensamientos racionales y nuestra capacidad para actuar del modo conveniente. Por eso hay que tratar de mantenerlo a raya cuando, como es el caso, no podamos evitarlo del todo.

El miedo que esas circunstancias y otras similares producen está causado en buena parte por algo que el cerebro humano se resiste a soportar: la ambigüedad y su inseparable aliada, la incertidumbre

El miedo es imposible de evitar cuando nos dicen, por ejemplo, que en un día ha habido un importante incremento de afectados o de muertos, y, peor aún, cuando eso ocurre en nuestro propio entorno. Pero el miedo que esas circunstancias y otras similares producen está causado en buena parte por algo que el cerebro humano se resiste a soportar: la ambigüedad y su inseparable aliada, la incertidumbre. Hay estudios científicos con neuroimágenes funcionales que muestran que la amígdala, una importante región del cerebro humano implicada en el procesamiento del miedo, se activa más en situaciones de ambigüedad (cuando desconocemos la probabilidad de lo que puede pasar) que en situaciones de riesgo (cuando conocemos la probabilidad de lo que puede pasar). Más aún, la ambigüedad parece recibir una especial atención en el cerebro humano, pues otros trabajos científicos han demostrado también que se procesa en la corteza prefrontal lateral, territorio implicado en las más altas funciones mentales. Juega, por tanto, un papel importante en nuestras vidas, y en nuestros miedos.

Un modo entonces de reducir el miedo es cambiando la ambigüedad y la incertidumbre por el riesgo seguro que afrontemos, y ahí juegan un papel muy importante la información contrastada y veraz y sus difusores, es decir, los organismos internacionales de salud (la OMS), los gobiernos nacionales, autonómicos y locales, y los medios de comunicación. Difundir información que genere ambigüedades e incertezas producirá más miedo que difundir la que genere seguridades, aunque no sea la que más nos gustaría oír, porque el cerebro y la mente humana tienen también capacidad para soportar la adversidad y crear resiliencia, un concepto que la psicología ha adoptado del mundo de la ingeniería y que alude a la capacidad de un material para recuperar su forma original cuando es sometido a una tensión que lo doblega. Los humanos tenemos mucha más resiliencia de la que imaginamos o nos creemos.

Nos lo muestra Marco Aurelio, el último gran emperador romano de la dinastía hispánica de los Antoninos y uno de los padres de la modernamente llamada inteligencia emocional. Sus estoicos postulados nos enseñan que hay que aceptar la realidad como un dictado de la naturaleza. Ni le faltaba razón, ni dejó de enseñarnos cómo hacerlo. Sus canónicas “Meditaciones”, una lectura apropiada para los días de confinamiento que vivimos, incluyen una sentencia que debería estar grabada con martillo y cincel en el frontispicio de todas las facultades de psicología del mundo: La vida de un hombre es lo que sus pensamientos hacen de ella. Es decir, si estás angustiado por algo externo el malestar no es debido a ese algo, que no puedes cambiar, sino a cómo lo valoras, a tu modo de verlo, y eso es algo que sí puedes cambiar en cualquier momento.

Traducido a nuestra situación podemos decir que estamos capacitados para valorar las malas y reales noticias que nos lleguen sobre el virus como una motivación incentiva para aceptar lo que sabemos que puede combatirlo y cambiar la situación, particularmente el confinamiento y la colaboración solidaria con las posibles víctimas o los afectados en todo lo que esté en nuestras manos. Esto es una lucha de todos, donde no valen salvaciones individuales, como las ofrecidas por algunos políticos insolidarios, y donde la empatía y la solidaridad pueden ser también uno de los principales acicates para ganar resiliencia en la adversidad y volver a recuperar la normalidad incluso cuando, en el peor de los casos, hayamos sido víctimas personales de la enfermedad.

Ignacio Morgado Bernal es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencias y la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona, autor de ‘Emociones e inteligencia social: Las claves para una alianza entre los sentimientos y la razón’ (Ariel, 2010)

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Ignacio Morgado Bernal
Es catedrático emérito de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia y en la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Barcelona

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