¿Ya se agotó el Frente Amplio?
Al Frente Amplio le corresponde tener claro en qué se ha avanzado y por qué no se ha avanzado más y explicarlo con total honestidad al país

No son pocos quienes se han entusiasmado con la idea de que al Frente Amplio se le estaría acabando el impulso inicial, ese impulso que lo llevó, en un periodo singularmente breve, de las protestas estudiantiles contra el lucro en la educación a La Moneda y que logró juntar en un mismo partido, después de un proceso no exento de confrontaciones, diferentes movimientos.
No es secreto que, desde sus primeras horas, la emergencia de esta nueva izquierda produjo molestia tanto en la derecha como en la Concertación. Y no podría haber sido de otro modo.
La impugnación que los movimientos y dirigentes que hoy se aglutinan en el Frente Amplio hicieron de las élites políticas fue implacable, irreverente, desenfadada e impiadosa. Y por cierto, los más golpeados fueron los partidos de la Concertación, que se vieron acusados por una nueva camada de líderes estudiantiles que parecían no valorar los avances que el país había logrado, que no eran capaces de separar la paja del trigo y sopesar con ecuanimidad las adversas condiciones en que se produjo el traspaso del poder de militares a civiles y que, desfachatados e imberbes, se atrevían a cuestionarlo todo.
Este carácter impugnador hacia las élites ha sido para ciertos analistas el elemento central del Frente Amplio. Algunos han planteado que no es más que un grupo de hijos rebeldes de la Concertación y que hoy, más maduros y mucho menos rebeldes, se reconcilian con sus padres.
Sin embargo, otros pensamos que lo esencial radica en un lugar menos visitado por la crítica, porque no hay que olvidar de que antes de que el Frente Amplio existiera como mera posibilidad, lo que hubo fue un contundente periodo de movilización social que marcó un antes y un después en la historia reciente; movilizaciones sin las cuales ninguno de los movimientos que hoy son partido, ni de los líderes que hoy ocupan los más altos cargos en el Estado, existirían como tales.
Esas movilizaciones, la revolución pingüina del 2006, en el primer Gobierno de Michelle Bachelet, y las de 2011, contra el lucro y por una educación pública, gratuita y de calidad, en el primero de Sebastián Piñera, eran expresivas de algo muy profundo que estaba ocurriendo en la sociedad chilena: el corazón del modelo neoliberal de nuestro país -el lucro de grupos económicos dedicados al mercado de los servicios sociales subsidiados con dineros públicos- era puesto en cuestión. No al lucro fue una consigna que, por lo mismo, descolocó a las élites de un lado y otro.
De ese ciclo de movilizaciones también hubo lecturas diversas. Para algunos, se trataba de malestares de jóvenes de clase media, cuya vida había estado libre de las penurias de la generación de sus padres y abuelos, y que, por lo mismo, reclamaban por más. No obstante, otros vimos allí algo distinto, una impugnación más profunda al nivel en que el mercado había avanzado en cuestiones que décadas atrás habría sido impensable. ¿Endeudarse con los bancos por estudiar? ¿Pagar en cuotas una intervención quirúrgica? Esos avances del mercado no se explicaban únicamente como obra de la dictadura de Pinochet y los Chicago Boys, sino también por políticas diseñadas e implementadas por los gobiernos civiles que condujeron los destinos del país tras el retorno de la democracia.
Los movimientos que se unieron en el Frente Amplio nacieron allí: de las luchas contra la mercantilización de la educación, la salud y las pensiones. Y en esas luchas se formaron dirigentes sociales y políticos de gran estatura, y también en esas luchas se fue desarrollando y afinando una manera de interpretar al país, sus problemas más urgentes, las consecuencias del avance del mercado, las características del neoliberalismo local y su patrón de desarrollo económico, las relaciones entre Estado y empresas sobre todo en el área de los servicios sociales. Y, al mismo tiempo, esos movimientos tuvieron la experiencia de sus límites: habiendo protagonizado esas enormes movilizaciones, no lograban los cambios por los que luchaban, por lo que se hacía necesario construir instrumentos para la lucha política institucional. El resto de la historia no lo podemos resumir acá, pero lo esencial es el proceso: luchas sociales, organización, formación de dirigentes, elaboración de una visión propia, conciencia de la necesidad de un instrumento político, unificación de fuerzas en un partido.
Si el objetivo no fuera otro que ganar elecciones, podríamos decir que el Frente Amplio ha sido de los más exitosos partidos de la historia del país. Pero si el objetivo es, como creemos, desmontar el Estado subsidiario, hacer retroceder al mercado de las áreas esenciales de la vida, orientar la economía hacia el desarrollo y el bienestar de mayorías amplias, por mencionar algunas de las metas que el Frente Amplio se ha trazado, no cabe duda de que está lejos todavía de alcanzar su cometido y de que ha sufrido en estos años reveses y dificultades difíciles de eludir.
Defensor de la seguridad social y convencido de que las AFP son un instrumento al servicio de pocos y concentrados grupos económicos, el Frente Amplio aprobó una reforma de pensiones que avanza discretamente en solidaridad al tiempo que acrecienta las arcas de las administradoras. Crítico acérrimo de las isapre, no las dejó caer al tiempo que introdujo la modalidad de cobertura complementaria en Fonasa como un paso para fortalecer la salud pública. Después de haber levantado furibundas críticas contra SQM por su financiamiento ilegal de la política y sus vínculos con la familia de Pinochet, propone un acuerdo con esta empresa introduciendo al Estado en la producción de litio, un rol esencial para impulsar el desarrollo.
Ninguna de estas decisiones ha sido fácil y el Frente Amplio ha enfrentado los dilemas de los que están exentos quienes permanecen solamente en la vereda de las demandas. Las dificultades de desmontar una arquitectura neoliberal casi inexpugnable, con minoría parlamentaria, una sociedad desmovilizada y después de la derrota del proceso constituyente, han sido enormes, y con todos los límites que tienen los logros alcanzados, el Frente Amplio puede defender que estando a la cabeza del Estado logró reducir la jornada laboral, elevar el salario mínimo, subir las pensiones de los jubilados, meter al Estado en la producción de un mineral estratégico, aprobar el royalty minero, implementar el copago 0, abrir una nueva modalidad de atención en Fonasa, aprobar el pago efectivo de pensiones de alimentos y avanzar en un sistema nacional de cuidados.
Ante las evidentes dificultades que las transformaciones propuestas por el Frente Amplio han tenido, allí donde el análisis liviano y antojadizo ve renuncias sin sentido y vueltas de chaqueta sin razón, al Frente Amplio le corresponde tener claro en qué se ha avanzado y por qué no se ha avanzado más y explicarlo con total honestidad al país.
Al Frente Amplio lo han declarado agonizante muchas veces en estos pocos años y no es distinto hoy, en la coyuntura electoral, pero si algo ha hecho este partido desde sus inicios es demostrar cuán lejos están de la verdad quienes lo han sepultado apresuradamente.
Esperemos que esta coyuntura electoral sea un buen momento para recuperar el sentido de la existencia de este instrumento político que nació para contribuir a que un día, ojalá no muy lejano, las y los chilenos no dependamos del tamaño de nuestra billetera para tener una vida digna, tranquila y feliz y vivamos en un país que camina a paso firme hacia la prosperidad colectiva.
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